Primer tiempo:
Antes eran miles, hoy unos cuántos.
El Todopoderoso de antes, el que desde el balcón miraba sin ver y oía sin escuchar, se convierte ya en decenas de poderositos pequeños, pequeñitos, que tampoco ven ni escuchan, nomás transan y vituperan, llegan en Mercedes, salen sin ser tocados y exigen su “besamanos” y su cuota de poder: “fuera el secretario”.
Y los reclamos de antes, los guardados en el cajón de la conveniencia, por un salario mejor, por un trabajo mejor, por una vida mejor, hoy atizan las mismas gargantas mañaneras que merecerían mejores causas: “Fox, escucha, Napoleón está en la lucha”.
Y los uniformes de acarreados de antes, con cachucha y chamarra, lonche y lana para la celebración, hoy son camisetitas tristemente serigrafiadas y una bolsa de sándwiches con aguacate y radiografías de jamón y queso de puerco. Y la promesa de un contrato, “aunque sea de un mes”, pero un contrato.
Lo mismo. Porque están los mismos gritos, las mismas pancartas, los mismos ecos, lanzados por los mismos hombres que ganan los mismos salarios y limpian la misma mugre de los mismos viejos capos del sindicalismo viejo de la vieja CTM.
Pero los ríos de antaño, que ya son apenas hilera guangas de gente sin muecas, ni entusiasmos, ni causas, lanzan hoy gritos que no gritan nada, cobran salarios que no saldan, cuentas que no cuentan, y se escurren todos en apenas 10 minutos, no bien ha terminado el festín de los añejos, no bien ha comenzado la celebración de los “modernos”, no bien han terminado de apoyar a quien se enriqueció con sus miserias.
Segundo tiempo:
Antes eran nuevos, hoy los de siempre.
Exigen que se vaya, que nadie lo reconoce, que ya no tiene color la grisura de su cargo. Y como prueba de su desprecio, dicen, está ahí “el nuevo sindicalismo” para exigir un hasta aquí que suene recio: “una mentada de madre para el gobierno asesino y represor”.
Y llegan en camiones que colman el primer cuadro de la ciudad, y sacan sus pancartas que exigen “Fuera Salazar”, “No a la intervención en la vida sindical”, y hacen sus cuentas alegres de que la UNT, con los viejos nuevos líderes, “está en la vanguardia de la lucha por el respeto al sindicalismo”.
Y los encabeza el de siempre, un viejo nuevo Fidel Velázquez, con sus 29 años de liderazgo democrático entre los telefonistas, acompañado por los viejos nuevos dirigentes de electricistas, universitarios, tranviarios, que se unen a sus octogenarios antecesores para reclamar, porque esa sí es su lucha: “no a la persecución contra el compañero Napoleón Gómez Urrutia”.
Porque hacen de un reclamo particular su Primero de Mayo. Y callan, con su voz, el verdadero reclamo de los suyos: un salario mínimo de insulto, la proliferación de despedidos, el nulo crecimiento del empleo.
Y desde el mismo podio donde una hora antes reclamaban los añejos, los nuevos viejos gritan “democracia” y “libertad” como quien grita “chicharrones” o “hay camotes”, sin que se altere el contingente, sin que se mueva una pestaña, sin que se cimbre una estructura, sin que se altere un salario, sin que mejore una vida.
Tercer tiempo:
Antes era un sueño, hoy es un recuerdo.
La figura del “sup” se escurre solita por el podio casi vacío, y se nota breve frente al Palacio Nacional, enjuta frente al aguacero que lo baña, mínima ante el eco de sus otros días.
Y su voz grita distinta, que se van a ir a la chingada todos, que los azules, los tricolores y los amarillos y los rectores y los industriales y los banqueros y casi todos los que no piensen como él, no digan lo que él y no hablen como él.
Grita con una voz distinta, pero desde el mismo podio que usaron los añejos y los “nuevos viejos”, y tampoco nadie de la muchedumbre, que no es la misma y quizá ya no será, puede acercarse siquiera a ese flanco de machetes y mecates, como no podían los otros por la mañana, ni al mediodía. Y lo que aparece ahí, a media tarde en el Zócalo, es algo que no es ni fiesta ni verbena ni fandango, y no recuerda otras visitas del movimiento ideológico-insurgente, ni en cantidad ni en cualidad, ni en densidad ni en simpatía.
Lo que se escucha es una voz furiosa, apagada, que despliega rencores y bravatas que no saltan envueltos en poesía: Marcos ha perdido su poesía.
Y como no hay poesía, no hay calidez, ni sueño ni nada. Y no está la gente, ni los ecos, ni la simpatía, ni nada.
Y entonces el Zócalo se va quedando solo. Y comienza el aguacero, tres palabras después de que se ha ido Marcos, y la lluvia se lleva esos pocos ojos que miran a la izquierda, y los pocos ecos de ese sueño, y los recuerdos, y el “pudo haber sido”. Y todo.♠
Publicada en Diario Monitor