@ValorPorTamaulipas: la otra autodefensa

Tamaulipas
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Sabe que lo van a matar. Mañana, quizá. En algunas semanas, o meses, cuando por fin sus muchos enemigos den con el sitio donde esconde el arma más peligrosa que pueda haber en tiempos convulsos: la computadora con que envía sus mensajes de alerta a las redes sociales.

Detenerse ya no puede. La información fidedigna, justo la que el gobierno mexicano se empeña en filtrar, se ha convertido en un objeto altamente subversivo que @ValorxTamaulipas (VxT) disemina abiertamente, desde la convicción de que, de cualquier modo, ya perdió; de que “cuanto siga haciendo en beneficio de la gente será ganancia”.

Su vida vale los 600 mil pesos que el crimen organizado ha ofrecido por él.

Su nombre virtual, el único que puede conocérsele por ahora, nació hace dos años, el 4 de febrero de 2012, la misma tarde en que alguna balacera, bombazo o ajusticiamiento, a plena luz del día, en alguna calle de cualquier poblado de Tamaulipas, lo orilló a lanzar su primer mensaje de alerta. Tuitea y postea para sobrevivir y para que otros sobrevivan, pero sobre todo porque cree que eso es lo correcto.

Y al encontrar en Twitter y en Facebook los vehículos para crear  comunidad y resistir, confirma que Roberto Balaguer no se ha equivocado cuando expuso, en su libro La nueva matriz cultural: la red, a medida que crece, pierde sus usos lúdico y fantástico iniciales, que van siendo desplazados por la incontrovertible realidad. Las redes sirven a la realidad más cruda posible: la violenta.

-No es por jugar al superhéroe, es hacer lo correcto– dice VxT -sería más sencillo si día con día hubiera más gente que esté dispuesta a hacer lo correcto.

A través de un contacto laberíntico, que ha incluido el envío de preguntas a un correo electrónico encriptado a prueba de rastreo, contesta por escrito a mis cuestionamientos, una suerte de cuestionario híbrido entre lo informativo y lo humano, con el cual intento ayudarnos a todos a conocer al ser humano que hay detrás del activista virtual. Al hValor-por-Tamaulipas-357x330umano que podemos ser cualquiera de nosotros.

Se trata de entender al hombre o mujer que resiste en medio de lo que parece un derrumbe inevitable alrededor. Se trata de conocer, sin inferir, cómo se logra hacer confluir a más de 300 mil hombres y mujeres en Facebook y más de 125 mil en Twitter, para difundir información, resistir a pesar del miedo y el hartazgo, o a partir del hartazgo del miedo. De saber, a través de sus respuestas,  un poco más sobre la tragedia de México:

-Valor ¿puedes contarme cómo fue el momento en que decidiste abrir la cuenta de Twitter?

-Inicialmente fue algo emotivo encontrar un medio en el que pudiera ver que había cierto grado de libertad para exponer las situaciones que vivimos en nuestro estado. La cuenta de Twitter la hice luego de tomar la administración de una página previa, en la que sus administradores originales dejaron de publicar en la página luego de la ejecución de la administradora de Nuevo Laredo en vivo, me hice cargo de la página, y separé los reportes de SDR (Situaciones de Riesgo) y los casos de desaparecidos para organizar mejor las publicaciones y darle la relevancia a esos casos, pero al hacer eso en la página me expulsaron y me quedé solo con Valor por Tamaulipas, posteriormente hice las páginas adicionales de Esperanza, Responsabilidad por Tamaulipas y Valor por la Huasteca.

-¿Qué había ocurrido en esos días?

-Una chispa de esperanza. Teníamos años observando cómo injusticias se llevaban a cabo, como las autoridades estaban corrompidas, escuchaba gente de otras partes que no creían lo que sucedía en Tamaulipas, los medios callaban, me hizo creer que probablemente el Ejército, Marina, las autoridades federales o el resto del país nos ayudaría si conocían lo que estaba pasando. En ese momento desconocía los esfuerzos en redes sociales, en Twitter, antes de la página que llegué administrar en Facebook. Luego llegó la realidad de saber que mucho de lo que pasaba en el estado era de conocimiento general de las autoridades y aún así la respuesta para apoyar no fue consistente al reto que el crimen organizado presentó, por la cantidad de ejecuciones y secuestros que de hecho aún se llevan a cabo. Pero si la pregunta es que ocurrió, me ilusioné con la esperanza de que si se exponía lo que sucedía alguien nos ayudaría.

-¿Qué te animó a hacerlo?

-La frustración,  el no encontrar una manera de detener las agresiones y violaciones de los derechos humanos de la ciudadanía por parte de los carteles, una manera que por lo menos en el intento no significara represalias inmediatas contra mi familia. El crimen organizado nos enseño a callar y a no denunciar para evitar perder lo que más apreciáramos y la frustración de ver todo lo que sucedía, de padecer los abusos de los criminales y  no poder hacer nada.

-Me gustaría una descripción lo más pormenorizada posible de ese día.

Esto ha sido un proceso, no es algo sencillo, no he tomado las decisiones de la noche a la mañana, siempre he tenido miedo, y cuando inicié era un temor como el que probablemente llegué a sentir con los volantes en Ciudad Victoria (hojas en las que el crimen organizado ofrece recompensa de 600 mil pesos por información sobre su identidad y paradero) pero que creo después de eso ya estoy dispuesto a enfrentar lo que venga.  Al inicio no me era sencillo confiar, a nosotros el crimen organizado nos infundía el temor de que todo estaba intervenido -y parcialmente eso llega a ser cierto si hablamos de teléfonos locales de denuncia, los centros de inteligencia infiltrados por criminales, o autoridades de todos los órdenes corruptos, que entregaban a los ciudadanos denunciantes al crimen organizado- pero, como le digo a los usuarios que me preguntan si es seguro hacer una denuncia por redes sociales y les respondo que es un riesgo que todos tenemos, al que estamos todos expuestos, pero… ¿qué opción nos queda?

-¿Desde dónde tuiteas? ¿Desde un aparato telefónico, una PC, una Mac? No me digas marcas, descríbeme el aparato, el color de sus teclas, el tipo de letra que hay en la pantalla, los años de uso, si te la regalaron o la compraste.

-Por seguridad no lo contestaré.

-¿Y tu entorno? Tampoco me digas tu ubicación, descríbeme tu cuarto, o tu sala, o tu baño o tu oficina o el lugar desde donde tuiteas, la calle, lo que ves desde la ventana. Si lo haces desde varios sitios, explícamelo, por supuesto sin revelar tus rutinas, ni tu ubicación.

-Tampoco lo contestaré. Solo puedo indicar que son entornos variados.

-Eres muy consciente del riesgo que corres, lo has externado varias veces, ¿eres consciente también de lo necesario que te has vuelto para miles de tamaulipecos?

-Ante esta situación de dependencia tomé varias acciones hace algunas semanas, y otras sigo aplicándolas, como utilizar hashtags de ciudades en las que prácticamente solo yo colaboro. Las comunidades de las redes sociales deben continuar, aunque eso si, externaré a esas comunidades mi rechazo a la colaboración con criminales o en su caso también “amigos” de delincuentes, que tienen un rol activo en la transferencia de información entre criminales y a veces algunas autoridades, pero que tienen objetivos de apoyar o de dañar algún grupo delictivo, sin embargo ese es un tema que ya prefiero evitar un poco para evitar confrontaciones innecesarias.

-¿Del valor de "marca"?

-No comprendí la pregunta.

-¿Cómo sobrellevas esa carga?

-Llevo muchas cargas actualmente, pero creo es más la motivación y probablemente el autoengaño de creer que de alguna manera esto está ayudando a mi estado, a la gente de bien. A veces me cuesta encontrar sentido a todos los riesgos que estoy colocando a mi familia, más porque vemos como continúan los carteles gobernando, pero no se de que otra forma pueda hacer algo.

“Cuando se conozca mi identidad, ya habré muerto”

Ahora Tamaulipas
Ahora Tamaulipas

Son tantos sus enemigos, que no ha habido momento, desde que surgió en la red, en que VxT no haya estado expuesto al acecho del crimen y la furia. El momento más crítico comenzó a principios de 2013.

Desde diversos puntos de la capital tamaulipeca comenzaron a fluir hojas volantes con un aviso contundente:

“600 mil pesos, para el que aporte datos exactos del dueño de la página de Valor por Tamaulipas o en su caso familiares directos ya sean papás, hermanos o hijos o esposa (sic)”.

No había sutilezas, el mensaje que se reprodujo en distintas ciudades de la entidad, era simple y llano. Directo: “Esto es sólo libre expresión pero a cambio de eso un buen dinero para callarle el hocico a culeros panochones como estos pendejos que se creen héroes. Absténganse de hacer mamadas aprecien la vida de sus seres queridos, la información será confidencial y con la certeza de que el dinero, sin la información es correcta se entregará a la persona que aporte los datos exactos del héroe panochón Tamaulipeco o familiares (sic)”.

A finales de febrero circuló el video de la ejecución de un supuesto colaborador de VxT, quien antes de morir lanzó un mensaje:

“Este mensaje va dirigido a toda la comunidad que se dedica a publicar información, a nombres de usuarios de Facebook y Twitter en ‘Valor por Tamaulipas’. Estas personas cuentan ahora con los medios y aparatos de localización, que con sólo la dirección IP rastrean y dan la localización exacta del usuario. No soy el primero ni el último en ser localizado. Por su propia seguridad, absténganse de publicar cualquier información de lo contrario este será el precio que pagarán”.

Desde sus cuentas de Twitter y Facebook VxT dijo desconocer al presunto informante y rechazó cualquier vínculo o contacto con él.

Más adelante, en mayo, él mismo difundió el video de un interrogatorio que un comando Zeta realizó a un par de personas, supuestamente familiares del activista, que fueron detenidas como medida de presión contra él.

“Espero estas personas sean liberadas de inmediato de lo contrario recalco el Gobierno del Estado y el Lic. Jair que trabaja con impunidad para el Cartel de los Zetas en Cd. Victoria serán responsables por cualquier daño que sufran en su integridad estas dos personas y cualquier daño futuro a la familia”.

En su mensaje, el activista informó sobre la muerte por un paro cardiaco de una persona de 35 años de edad, familiar de la pareja interrogada, debido a la presión a que estaba sometida su familia.

Yo soy culpable de no haberme rendido ante el crimen organizado, pero la responsabilidad de la muerte de esta persona por el paro cardiaco la comparto con el Gobierno del Estado y el Crimen Organizado, uno por la colusión con los carteles y el otro por hacer daño de forma indiscriminada sin tener certeza de que esta fuera mi familia”, anotó.

Cuando la cacería en contra suya pareció arreciar, anunció el cierre de los espacios tanto en Twitter como en Facebook, lo que contribuyó a acrecentar la leyenda en torno de su verdadera identidad. Apenas unos días después volvió a las redes:

-Hace unos días te lamentabas de la terrible circunstancia de una familia a la que confundieron con la tuya, del hombre de 35 años que fue sacrificado por confundirlo contigo ¿eso te ha movido a alguna reflexión distinta de la que te impulsó originalmente? ¿Cómo afrontas ese miedo? ¿Cómo lo procesas? ¿Cómo lo sacas de ti para seguir adelante?

-Esa persona no fue sacrificada, el integrante de esa familia murió por un paro cardiaco, por la presión a la que fueron sometidos.

La reflexión que ha creado en mi es que cargo con la responsabilidad compartida de la muerte de esta persona, por decidir mantener la página en lugar de cerrar el sitio. ¿Pero que haré, someterme a ellos? ¿Dejar de publicar para que ellos sigan actuando con impunidad?

Además que creo esté o no esté yo, habrá alguien más que reporte SDR o exhiba a los delincuentes, mi presencia no es relevante en redes sociales, o por lo menos espero yo que no lo sea. Por desgracia también creo que no importa mi estatus el crimen organizado seguirá asesinando y delinquiendo, hasta que no haya una respuesta de la sociedad, y que las autoridades que pueden hacer algo, tenga la voluntad de hacerlo por encima de las instrucciones y las limitantes de los narco políticos.

-Los mitos en torno de @ValorxTamaulipas (ya sabes: que eres un marino, que eres un agente de la DEA, que eres un integrante del CISEN, que eres un gringo)  ¿cómo los procesas?

-Soy consciente de que esas dudas o mitos estarán hasta que no se conozca mi identidad real, cuando eso se sepa, habré perdido más que mi propia vida y sus “dudas” serán despejadas.

-¿Te causan fascinación?

En realidad me preocupa. Me preocupa que no haya nadie de ellos como autoridad que establezca canales de comunicación con la población, y a ninguno de ellos les preocupe lo que sucede en mi estado y como gente inocente muere, sin que estas instituciones genere los avisos pertinentes a la población. Me enoja saber que instituciones como el ejército, la marina, las autoridades civiles, tienen datos como modus operandi de secuestradores, vías de asalto, en fin saben demasiado y esa información no la proporcionan a la ciudad para que tome precauciones. Entendería que la información la guardaran si es que van a desarrollar un operativo, o van a actuar, pero no, tienen la información y no ponen sobre aviso a la ciudadanía y las acciones no las realizan en tiempo.

Pareciera que el sentido de urgencia es algo que las autoridades no tienen desarrollado.  O aún peor pareciera que desarrollaron una tolerancia a la muerte y el sufrimiento de la gente inocente, me aterra el nivel de insensibilidad y que lo que debería ser la principal preocupación, ha pasado a segundo término, cuando no hay nada más valioso para una sociedad que su libertad y el derecho a la vida de su gente.

-¿Qué piensas de ti mismo a partir de todo esto?

-Que no he hecho lo suficiente, que he puesto demasiadas cosas en riesgo y que veo con horror que cada vez nos alejamos más de la posibilidad de recuperar un estado de derecho, A pesar de que intento ayudar, es insuficiente los esfuerzos, siguen asesinando gente inocente, sigue el crimen organizado gobernando, y seguimos siendo un pueblo sin libertad.

Todo para mi gira en torno de eso, si la pregunta va sobre si como me ven, eso es irrelevante. Mi preocupación no está en mí más que cuando cometo un error y siento que le he fallado a la gente que deposita en mi su confianza, de ahí en fuera mis preocupación es y será la gente de bien.

-Uno es uno y su circunstancia, indudablemente, ¿qué circunstancia te definió a ti como adulto? ¿Qué suceso, qué hecho te mostró el rumbo que debías darle a tu vida y te llevó hasta @Valor...?

Esto me recuerda el ver a los políticos haciendo un “Pacto” por México, en el que ahora si se comprometen a trabajar por el país. ¡Por Dios! ¿Qué acaso no estaban comprometidos antes con el país, necesitan un pacto para trabajar por los intereses de la nación?... Si trasladamos eso a mí circunstancia mi forma de pensar es que tengo una responsabilidad como ciudadano de este país, tengo una responsabilidad como adulto y una responsabilidad también para con quienes tienen carencia o son vulnerables a la injusticia.

Yo no considero que esté realizando nada por encima de lo que no sea mi responsabilidad como ser humano y ciudadano, y nada por encima de lo que me dicta mi consciencia. Esto nos debe de hacer reflexionar ¿en qué momento se volvió anormal para nuestra sociedad hacer lo correcto? ¿Y en qué punto nos rendimos a aceptar que el crimen gobierne?

-¿Cómo era tu ciudad y en qué se convirtió? ¿Cómo era tu vida antes de todo esto y en qué se convirtió?

Mi ciudad era como la mayoría de mi estado, en el que nunca hubiéramos previsto la pesadilla en la que se convirtió después que el Cartel de Sinaloa inició sus ataques al Cartel del Golfo, sus limpias en Nuevo Laredo, o que el crimen organizado dejó su bajo perfil en las ciudades que ya tenía un control.

En nuestro estado podíamos viajar a cualquier hora de la noche, por la brecha más recóndita, por la carretera más alejada de cualquier población.  Hoy día ni con luz diurna podemos tener la certeza de no ser secuestrado, ejecutado, o asaltado en la mayoría de nuestras vías e comunicación. Antes era un derecho vivir, hoy pareciera que el crimen organizado nos hace un favor al permitirnos seguir respirando.

Mi vida cambió, como la de todos en mi estado, hay un antes y después de la violencia, y hay un antes y un después de VxT, para mí el administrar este sistema de colaboración ciudadana me costó la vida, solo espero que no me cueste la de mi familia, si me lee entenderá que yo público desde la perspectiva de que yo ya perdí y

lo que siga haciendo en beneficio de la gente vulnerable, será ganancia.

“Dios bendice a la gente de bien…” 

Inalterablemente, antes de comenzar a mandar sus mensajes de alerta sobre sucesos violentos en la entidad, sobre secuestros, robos, camionetas extrañas, balaceras, VxT cada día lanza un mensaje mañanero de aliento, de esperanza: una bendición virtual: “Dios bendice a la gente de bien… buenos días”.

Lo que sigue a ese tuit es menos celestial: la fotografía del rostro destrozado de la niña alcanzada por el fuego cruzado; los datos precisos del último secuestro; las coordenadas de ubicación de los cuerpos descabezados en tal avenida: la muerte que ronda, ha rondado y rondará en Tamaulipas mientras reinen la impunidad, la corrupción voraz y la transa sin límites.

- Crees en Dios, cada día lo mencionas… ¿hay un diablo?

-Creo en Dios, y creo que existe la maldad, y creo firmemente que la gente de bien es más fuerte que la gente mala, y que en algún punto, esta gente de bien dirá ya basta y no tolerará más las injusticias, que sentirá que el daño a uno es el daño a todos y no aceptara más que alguna familia de nuestro estado sufra por causa de la corrupción, la impunidad y la delincuencia.

-Dicen que se debe tener mucho valor para hacer lo que haces, ¿es cierto?

-No, yo tengo temor, soy el más cobarde por hacer esto desde una cuenta no personal, pero tengo más temor a no hacer nada y a no cumplir con mi responsabilidad.

Valor es lo que tienen autoridades honestas de cualquier corporación que quiera nombrar, del Ejército y la Marina que enfrentan al crimen organizado de frente, que exponen a sus familias a represalias, que combaten a los deshonestos dentro de sus filas, y a las limitantes que se diseñan para hacerlos quedar en desventaja ante los delincuentes.  Ellos si tienen el valor que a mí me falta. Pero en mi caso no cuento con una institución que me respalde, ni quien vele por mi familia el día que haga falta.

Quisiera tener el valor para enfrentar sin una cuenta genérica de por medio para demostrarle a los criminales y a las autoridades corruptas, que existimos quienes tenemos dignidad y por lo menos eso no permitiremos que nos la quiten.

-¿Qué piensas de los compas que hacían el Blog del Narco, uno desaparecido y otra en el exilio voluntario?

No sé que decirle, si algo he aprendido en este tiempo en lo que respecta a posicionamientos personales es que yo solo puedo hablar por lo que se y lo que me consta, desconozco los detalles de esa página, pero de ser real lo que ellos dicen es lamentable y espero la persona desaparecida sea liberada.

-Valor, de alguna manera lo que haces inspira a otros, que igual que todos nosotros tiene miedo por la pinche carnicería en que vive México, pero ¿no es un poco jugar al superhéroe con esto que haces, sabiendo que la mierda está por todos lados y que no hay rincón, ni institución, ni autoridad del país que no esté salpicado?

-No es jugar al superhéroe es hacer lo correcto, sería más sencillo si día con día hubiera más gente que esté dispuesta a hacer lo correcto y velar por que los demás hagamos lo correcto también.

Pero si es necesario con gusto habrá quienes tomemos la iniciativa y demostremos a quien sea que vale la pena arriesgar todo por soñar con tener un día en un futuro una sociedad con un aprecio por la cultura de la legalidad, con un estado de derecho que de certidumbre a nuestros hijos de que vivirán en un país justo.

Si ya sabemos que está tan sucio, con la mayor de las diligencias tenemos que empezar a limpiar.

-¿Crees que habrá un final feliz para todos nosotros?

-No, no creo que todos tengamos un final feliz, pero si comenzamos a limpiar y defendemos nuestra libertad, creo que el futuro de mis hijos, tus hijos, nuestros hijos, será uno muy diferente al que nos estamos enfrentando nosotros.

-¿Que podremos verlo?

-Que más quisiera, porque si la tendencia cambiara, si la justicia regresara a mi estado, yo pudiera tener más posibilidades de sobrevivir, si no sucede eso en nuestro tiempo me habré ido haciendo todo lo que pude.

VxT podrá desaparecer… su acción no

Dice Andres Monroy-Hernández, investigador del Laboratorio de Medios del Instituto Tecnológico de Massachusetts, el prestigiado MIT estadounidense, que mensajes como los que envía VxT son parte de un fenómeno mundial: el surgimiento de redes de información causadas por el vacío dejado por los gobiernos y los medios locales.

“Se trata de una forma de acción colectiva”, dice, “en la cual los ciudadanos se organizan de manera ad hoc, de manera personal y alterna a las instituciones tradicionales. VxT podrá desaparecer, pero la acción conectiva llegó para quedarse”. Ello dependerá, en buena medida, de su capacidad de organización off line.

Igual que en el siglo XX los sindicatos y partidos fueron una fuerza de acción, las organizaciones civiles facilitadas por la tecnología son hoy una fuerza emergente, dice el investigador: “no es que una reemplace a la otra, sino que se complementan y en ocasiones entran en conflicto. Estas organizaciones son efectivas en transmitir información rápidamente”.

Son personas que, utilizando la red, los mecanismos tecnológicos a su alcance, hacen ciudadanía. La ejercen. Incluso en zonas donde ser ciudadano es casi un delito, que se paga con la muerte.

Por ello, me intereso en la parte humana de la persona que está detrás de VxT. ¿Qué resortes mueven sus emociones? ¿De dónde surgen? ¿Quién está detrás de las huellas digitales que mueven a toda una entidad?:

-Si pudieras estallar de rabia, si pudieras explotar delante de todos esos cabrones que tienen arrodillado al país, ¿qué gritarías? ¿Qué dirías quedito?

-De todas las maneras posibles les diría que nos hacen falta como ciudadanos de bien, que nos hacen daño, que se hacen daño a sí mismos y que deseo con todo mí ser que paguen y que la justicia sea implacable con ellos.

-¿Cuál es tu idea de la felicidad?

-Felicidad como un camino no como un objetivo. Hacer lo que me gusta. Creo dar más detalles sería complicado.

-¿Cuál es tu mayor miedo?¿Cuál ha sido el mayor que has sentido? ¿Cuándo fue y por qué?

-En las circunstancias actuales no me conviene hablar al respecto, solo daría ideas.

-¿Con qué figura histórica te identificas más?

-Mahatma Gandhi

¿Cuál es tu superhéroe favorito?

-Superhéroe favorito: Mi hermanito (un personaje que en algún momento hace algunos años estuvo en el ejército mexicano y que aprecio como si fuera mi hermano)

¿Y tu artista favorito?

-Artista favorito: No soy muy seguidor de personajes o artistas, no

se me viene uno a la mente en este momento.

 ¿Y la figura a la que más deploras?

-Hitler.

¿Qué forma tiene para ti el peor hombre de la humanidad?

La figura del ciudadano irresponsable y clientelista a la hora de elegir a los líderes, el que vende su dignidad, o que cree que puede pasar por encima de la de los demás sin consecuencias.

-¿Cuál es el rasgo que más deploras de ti mismo?

-Que no se cómo cuidar a las personas que más aprecio sin alejarlos abruptamente para según yo protegerlos.

-¿Cuál es el rasgo que más deploras de los otros?

-La permisividad al crimen y la injusticia.

-Qué es lo que más valoras de tus amigos?

-Que sean gente de bien, que me escuchen cuando necesito hablar, aunque no tengo tanto tiempo para escucharlos como ellos se merecen.

-De toda esta podredumbre en que vive el país ¿qué es lo más deplorable de todo? Y al contrario, ¿qué es lo más preciado?

-El sistema político es lo más deplorable que tenemos, y lo más preciado es el recurso humano, las vidas de la gente de bien, el futuro que podemos tener si la gente honesta decidiera recuperar el país.

-Es la última. Pero es la más difícil: quiero que me ayudes a entender los resortes que te mueven a tuitear lo que tuiteas en medio del peligro en que lo haces: ¿qué sientes cuando terminas de escribir un tuit y das el "SEND"?

-Pido a Dios que no haya equivocaciones, que el reporte sea real (dependo de reportes de ciudadanos, y hago todo lo que puedo para tratar de evaluar si el reporte es consistente y puede ser considerado para publicación), y que a quien pueda servirle lo vea a tiempo, si es un reporte atemporal que pido a Dios que sirva para poner sobre aviso de lo que se vive y se genere consciencia de los incidentes que tenemos.

-¿Hay alguna reacción emocional al hacerlo?

Siempre hay algo que se siente, si logro dar un reporte en tiempo real es un logro enorme para mí, recordemos que solo soy una persona y tengo actividades de mi trabajo y de mi vida que también tengo que realizar, por ejemplo algo que creo la gente le llama dormir o algo así, que es cuando la gente cierra los ojos y se acuesta a descansar (es broma).

-¿Excitación?

-Probablemente en algunos casos cuando se que se le ganó una batalla al crimen organizado en lo que fuere una persona que se alejó del crimen, militares que detuvieron a alguien, héroes que no salieron heridos de un enfrentamiento, también cuando leo a una autoridad honesta orgullosa de su trabajo, cuando leo a un ciudadano honesto que realizó una acción de bien.

-¿Adrenalina acaso?

- Adrenalina si es un reporte sensible, es probable que lo coloque, me arrepienta, lo quite, lo vuelva a colocar, y lo deje. No es fácil.

-¿Cómo la sientes? ¿En qué parte del cuerpo? Neta francamente, ¿me la puedes describir con precisión?

-Creo con el tiempo me he vuelto más aburrido, tengo más carga de reportes por analizar, tengo que tratar de revisar lo más que pueda para publicar en el menor tiempo posible de retraso, así que no me queda mucho tiempo para emocionarme, cuando lo he hecho, depende del tipo de sentimiento que esté sintiendo, en el estomago angustia, en mis partes nobles si es una excitación de enfrentamiento o de orgullo, la presión en mis hombros, o en el trasero si es que llevo demasiado tiempo sentado. Creo eso es lo más preciso que puedo ser.

Sin embargo yo no tuiteo por la emoción de hacerlo, tuiteo por que creo es lo correcto. Así sea una sensación desagradable como cuando doy marcha atrás en un reporte, si lo debo de hacer, simplemente una obligación moral y mi responsabilidad hacerlo.

*   *   *

Le contesto el cuestionario con un “gracias”. Me responde al día siguiente, sereno, un Dios bendiga a la gente de bien. Como si el correo que le envío, y él me responde, siguiera la misma ruta lenta y diligente de los antiguos mensajes en papel y no la inmediatez virtual de hoy.

Antes de cerrar el intercambio le pregunto por un detalle que me parece el más importante, el más simbólico: protagónico. ¿Cómo son tus manos?

Cuando me responde, entiendo por qué sigue vivo:

- Serán las protagonistas, pero no puedo dar detalles de las mismas.♠

Publicado en la revista EMEEQUIS


Una noche con la CNTE...

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Es algo que ellos no sabrían medir. De ninguna manera.

Ni el presidente Enrique Peña Nieto; ni el secretario de Gobernación, Miguel Osorio Chong; ni Manuel Mondragón, comisionado de Seguridad. Es tan sutil, tan sólo perceptible para seres abiertos a entender al otro, que por ello pasa inadvertido para la mirada de casi todos los inexpertos y soberbios asesores del equipo presidencial.

Yo pude observarlo anoche, después de un rato de caminar por la Plaza de la República, cerquita de las 11 y media de la noche, cuando por fin pude ir a ver a los maestros de la CNTE en el Monumento a la Revolución de la ciudad de México.

¿Alguna vez han visto a las hormigas, después de que un aguacero ha arrasado su hormiguero?

¿Han podido contemplar a los pájaros volar por entre las ramas de los árboles, después de que una tormenta granizada ha destruido sus nidos?

Así exactamente, como hormigas, como aves mojadas, estaban anoche los maestros.

Ni una lágrima, ¿saben? Ni siquiera un grito. Ni un reclamo, una negación. Mucho murmullo apenas, también mucho silencio, apenas roto por el megáfono de un organizador:

"Una persona ofrece dos lugares en su casa, para maestras que estén muy cansadas. Acérquense por favor para ponerse de acuerdo... ah, que pueden ser tres maestras".

Y la gente que platicaba, serena, mientras un aroma a café caliente con canela en rama recorría la explanada. Mientras la maraña de cuerdas, que antes había destruido la Policía en el Zócalo, ahora comenzaba a tomar forma en un nuevo emplazamiento.

En un sector, decenas se movían para organizar las donaciones de agua potable. En otro, la comida. "¿No quiere unas quesadillas...? Son de papa". En otro, las mantas. Las cajas de cartón para paliar el frío de la plancha. Los mecates. Las lonas. "Hay que pedir más lonas, fue lo que se perdió más". El café. Las galletas. Las latas de atún. Todo aquello que anoche les regalaron.

Diseminados en grupos, los maestros y las maestras se organizaban, meticulosamente. Cuando escuché por el megáfono que "la Casa del Estudiante ofrece refugio... también los estudiantes de la ENAH... las maestras que traían niños, por favor acérquensenn pa' colocarlas en sitios donde no haga tanto frío..." volví la mirada hacia los distintos rostros para entender lo que estaba presenciando: y ahí estaba.

Instinto de persistencia. La no claudicación.

¿Saben a lo que me refiero? Es un afán, tan propio de ciertos seres vivos, de levantarse y volver a empezar, después de que todo ha sido arrasado por el fuego. Por la tormenta. Por el hielo.

No hay análisis político o de seguridad que pueda medirlo. No pueden conocerlo quienes no han padecido los persistentes embates de la furia. Quienes jamás han tenido que defender lo único que tienen. Quienes no están claros en sus ideas.

Instinto de persistencia, que nace sin coraje, sin furia, pero también sin miedo, sin duda. Hombres y mujeres que están decididos a la no claudicación, porque es lo único que les queda. Millones de mexicanos sabrán de eso, porque están acostumbrados a que les arrebaten todo cada tanto tiempo. A perder y recomenzar. A no dejarse. A pelear.

Lo comprobé al final de mi caminata, cuando me acerqué a una maestra, un rostro moreno, quizá unos 50 años. El cabello una trenza, dos enormes colgantes de metal en las orejas, la piel resecada por el sol:

- ¿Quiere esta colcha, maestra... la café es grande, king-size... y la roja es chiquita, una mantita pa' los pies?

Ella sonrió. Tomó la bolsa con mis colchas que ya eran suyas y me miró a los ojos:

- Gracias.

No dijo más. Hay ciertos ojos transparentes, ciertos rostros de dignidad, que no puedo convertirlos en palabras.

Entregó la manta grande a otra mujer que estaba sentada junto con ella, su carita redonda, sus manos regordetas, su silencio. Ambas acurrucadas en un ángulo del barandal que está justo en el centro del Monumento. Luego colocó la mantita roja alrededor de sus piernas, para esperar la noche y el frío:

-Mañana hay que levantarse muy temprano- la escuché decir.

Lo entendí todo. Y sentí lástima por Enrique, por Miguel Ángel, por Manuel. Por el triste coro de aplaudidores a sueldo que ayer festejaban la aplicación de la regla "Prescindir del diálogo-Imponer garrote":

Al momento de expulsar de la Plaza de la Constitución a los maestros de la CNTE (quienes luchan por impedir que una reforma laboral disfrazada de reforma educativa termine de aniquilarlos) no supieron medir con precisión que sólo estaban encendiendo el fuego de una mecha.♠


El periodista gringo al que el Z40 quería matar

La historia de Alfredo Corchado es similar a la de tantos otros periodistas en México: un día, el país de sus sueños se convirtió en una pesadilla que pudo resumirse perfectamente en una frase: “te van a matar”.

Cuando la escuchó, a través del teléfono, en la voz de un informante suyo del área de inteligencia del gobierno de Estados Unidos, el jefe de corresponsales de la oficina del Dallas Morning News en la capital mexicana comprendió que había llevado su inocencia al límite más extremo. Que su ánimo genuino de aportar algo a la tierra que lo vio nacer, esa donde su abuelo había enterrado su ombligo, le empezaba a jugar la peor de las pasadas.Corchado

- Ya estuvo, me dije… hasta aquí llegué con México. Vámonos de aquí.

Era el verano del 2007. A él lo amenazaba de muerte un grupo que había de volverse sinónimo de sangre y muerte -los Zetas- y en el país estaban por comenzar los años más cruentos de una guerra que atrapaba sin protección, sin blindaje alguno, a cientos de periodistas mexicanos, a toda una nación.

Era el verano de 2007 y arreciaban los rumores de bala por todo el territorio, donde el enemigo se reproducía por todas partes pero a la vez no estaba en ningún lado; donde las traiciones y la corrupción de todos contra todos era cosa de todos los días, donde cada bando –e iba a haber tantos- hizo del homicidio su firma al calce y actividad cotidiana.

Era el verano del año 2007 y comenzaba a llover en un país maldito:

-Van a matar a un periodista norteamericano en las próximas 24 horas y mi informante cree que soy yo – le dijo Alfredo a su mujer aquella noche – lo mejor sería que canceláramos la cena de esta noche.

Su miedo quedó plasmado en las primeras páginas de su libro, Midnight in México (Penguin Press, 20013): amenazas ha habido muchas. Sólo un medio, El Mañana de Nuevo Laredo, recogió el cadáver de uno de los suyos con 67 cuchilladas. El medio decidió dejar de cubrir los asuntos de narcóticos.

Lo que siguió para Alfredo Corchado inmediatamente después, fue un tobogán de emociones, de rastros cruzados, de miedos: desaparecer un tiempo de la ciudad de México. Impedir que la histeria se apoderara de todo. Enterarse de dónde provenía la amenaza. Escuchar reiteradamente el nombre de Miguel Ángel Treviño, el Z-40.

Corroborar que los grupos del narcotráfico y las autoridades gubernamentales eran, son, todo uno. Enfrentar la realidad de la sabiduría materna sobre una tierra que comenzaba a ser roja: “olvídate de México. No te va a dejar nada bueno”. Y seguir, así, con la muerte en las espaldas, hasta que todo diera un vuelco.

Un país de oportunidades

Hijo de un brasero y una asistente doméstica duranguenses que dejaron México cuando él era un niño, Alfredo Corchado es el típico mexico-americano que, por más distancia que haya de por medio, siempre tiene una mirada hacia la tierra que comienza al sur del Río Bravo y termina en el Suchiate.

Su español perfecto, igual su inglés. Cierta expresividad en la mirada, esas maneras de quien aprendió a respetar respetando. Justo como buena parte de ese ejército de mexicanos, de primera, segunda o tercera generación, que han logrado hibridar idiomas, costumbres, sueños, pero que parecen ser bloqueados a la hora de intentar inyectar de toda esa vitamina cultural a los tejidos deteriorados de ambas naciones.

-Me vine a México definitivamente en el ’94. Ya tenía tiempo de ir y venir como corresponsal del Wall Street Journal, pero en 1994 me vine como corresponsal del Dallas Morning News, con una idea fija: ayudar a cambiar la percepción de México, esa idea de que este era un país violento, corrupto, de narcos. Yo tenía la intensión de mostrar las cosas que están más allá de las playas, meterme en asuntos de migración, relación bilateral, temas de turismo.

 Con esa idea en mente, Corchado comenzó a trabajar asuntos diversos por todo el país, hasta que el cambio de siglo dio un giro a sus intensiones: entre el año 2000 y el 2003, escuchó cada vez con mayor insistencia sobre los crímenes contra mujeres en Ciudad Juárez, y ello le llevó a adentrarse, casi a ciegas, en asuntos que desconocía:

-De repente estás forzado a cubrir estos temas. Ya no había oportunidad de decir “tú has narco y yo hago esto otro”… todos entramos en el mismo asunto –dice. Mira al restaurante donde nos reunimos: lo conocen, lo saludan. Ahí fraguó su libro. Ahí lo culminamos. Lo conocen, lo saludan. Hola Alfredo. Hola. ¿Ya está el libro?

Su doble condición de hijo de migrantes y corresponsal extranjero en México, cimentó en él una visión difícil de obviar: la realidad mexicana le estalló en las manos. Como a casi todos. Pero peor.

-Empiezas a entender por qué México no ha avanzado como país. Como migrante tienes ese romanticismo de ¡México, lindo y querido…!, pero cuando me afronté con la realidad, no tuve más remedio que decirme ¡ah, cabrón, esto está pelón!

- ¿Qué detalles te dieron esa visión?

- Yo creo que el mundo del clasismo en México, el mundo del privilegio. Cuando llegué, vivía en Coyoacán, en la calle Francisco Sosa, una de las calles más lujosas, bellísima, y al que le pagaba la renta era a Miguel de la Madrid. Eso me pegaba. Darme cuenta de que porque me crié allá se que puedo superarme y llegar a ser alguien, pero eso aquí no es así. Me golpeó darme cuenta de que, quizá nunca pudiera haber salido de mi pueblo si mis padres se hubiera quedado, por el clasismo, el elitismo, los privilegios.

- Esta sociedad del narco que ahora somos ¿se puede entender a partir de esto?

- Claro. Eso es la cosa de los Zetas que mucha gente no entiende. Sí, eran 35 desertores del Ejército, pero son muchos más: los Zetas son un símbolo de la gente que está al margen, de gente que jamás estará arriba. Y Treviño Morales es un símbolo de eso. Manejar el poder a través del miedo, a través de transmitir que sólo así puedes hacer algo. No digo que todos los mexicanos seamos así, pero el crimen organizado sí refleja eso.

- Algún resorte tiene que haber, para que este puñado tenga a todo un pais arrodillado, alguna lógica de revancha, de venganza.

-Yo hablaba con un historiador de Harvard, sobre lo que está pasando en México y me decía que esto no es tan diferente a la conquista de los españoles: un grupo pequeño pudo dominar a todo un país.

Un pasaje de su libro me llamó poderosamente la atención, y se lo digo: durante una reunión de cuates, al calor de una botella de tequila, Alfredo reclama a uno de sus contactos el haberlo convertido en un intermediario ciego entre aquel y los grupos criminales. Un correo humano, pues, que con sus publicaciones periodísticas permitía el intercambio de mensajes entre uno y otro bandos.

-Me sentía raro. Estaba el asunto de la amenaza de muerte y me daba cuenta de que no hay mucha diferencia entre los politicos de Washingtón y los del DF, de un cartel, de un americano: todo se trata de el poder. Todo es mandar un mensaje de poder, de control, de mandar señales.

-Pero eres periodista, y quienes cubrimos esos asuntos sabemos a quienes puedes acercarte y a quienes no…

-Quizá como mexicanos sí lo sabían, pero como gringos, no. Al menos yo no lo sabía.

-¿Te acercaste con ingenuidad a ese tema tan peligroso?

-Totalmente.

-¿Lo asumes así?

-Totalmente. Fui ingenuo, sí. Tírenme piedras por eso, pero es cierto. Por muchos años había un colega, Tracy Eaton, que me decía “este país se va a joder”. Y yo ¿sabes qué decía? Decía “este wey no entiende México, México está cambiando”. Y muchas veces lo pensé. Luego, años después, cuando estaba escribiendo el libro, pensaba en Tracy y le llamaba y le decía “tenías razón”. Mucha gente no puede entender la ingenuidad que tenía yo, yo le entré a esto del crimen organizado con las mujeres de Juarez y empecé a ver que no había forma de que algún día se diga quienes son los asesinos. Te das cuenta de lo complejo, de la corrupción, de lo podrido.

¿En qué lo notaste?

-Empiezas a ver las relaciones, la conexión entre el crimen organizado y el gobierno, y empiezas a dudar de si debes o no debes hacer esto o hacer lo otro. Me acuerdo de la primera vez que sentí miedo y que sentí que este no era el México que yo esperaba. Fue después de que empiezan a matar a gente en Ciudad Juárez. Empiezas a ver el black hold, la noria profunda que está al frente.

Hoy, si alguien hace una indagación seria, profunda, sistemática de cómo se enfrentaron los periodistas a la transformación de México en carnicería, quizá encuentren respuestas muy similares a las que aporta Alfredo Corchado: a ciegas. Sin decir ¡agua va! Como quien se avienta de un acantilado sin conciencia precisa de qué tan profundo es el abismo.Narco

-¿Qué tanto esa ingenuidad se convierte en arma letal?

-Creo que totalmente. Aunque también habia cierto coraje, mucho coraje de mi parte. Platicar con colegas que están forzados de vivir en silencio, en la censura, que no pueden decir nada, autocensura… eso te pega más. Y además, hay ciertas personas que te empiezan a ver como alguien que les puede dar voz. Algo hay de coraje con lo que veía que estaba pasando, pero también la determinación de ayudar a que cambiaran algo las cosas.

- Esa confrontación entre el México idílico y el México podrido que encontraste…

- Sí… bueno, un país no tanto podrido, en problemas. Siempre había un debate interno con mi mamá y mi papá que me decían “México es una carga nuestra, no de ustedes, ustedes deben agradecerle a Estados Unidos, es el país que nos dio las oportunidades, no a México, dejen a México atrás”. Es como una ilusión de niño que me negaba a perder. Chocaba con la idea de admitir que ellos tenían razón. Hasta que me llegó la amenaza de muerte fue cuando dije ya estuvo, ya me voy.

Esto no se acaba…

A simple vista, Alfredo Corchado es un hombre tranquilo, sosegado, de maneras sigilosas. Su voz es tenue, sus manos ni siquiera aprietan fuerte al saludo. ¿Por qué tantos periodistas especializados en asuntos del narcotráfico tienen las manos suaves?

Cuando nos reunimos, la tarde de un miércoles, él está preparándolo todo para presentar, en unos meses más, la edición en español de su libro, cuya edición en inglés le ha significado un cúmulo de buenas críticas: las vivencias de un corresponsal extranjero en el México que devastó la violencia criminal del narcotráfico.

Pero, luego de un obligado distanciamiento de México, en el que estudió en Harvard, reporteó asuntos turísticos y se refugió en diversas ciudades estadounidenses mientras “se enfriaban las cosas con los cárteles mexicanos”, Alfredo ha vuelto al país y ha dado tremendo campanazo: el lunes 15 de julio, en su cuenta de Twitter y en el portal del DMN  da a conocer una primicia que, rauda, alborota las redacciones de todo el país: han detenido a Treviño. Al Z-40. El hombre que lo ha amenazado de muerte.

Y entonces, lo evidente. Si alguien tiene algo que decir al respecto, porque otros muchos no han vivido para ello, es Alfredo Corchado:

- Cuando saqué la nota, era más para el público texano. No tenía idea de que iba a causar tal alboroto. De repente te das cuenta de cómo un grupito tiene secuestrado un país.

- ¿Qué sentiste?

- Al momento empecé a chillar… de verdad… porque todo ese coraje, esa tristeza que has cargado explota. Dices: ¡Ah, cabrón…! Fue un golpe para mi, en lo emocional.

-A mi me provocó sorpresa tanto escándalo… me parece una treta, Alfredo: los Zetas no se van a acabar…

-Es el simbolismo, no, claro que no se van a acabar. Me impactó la imagen, el lunes en la noche: ¡No está esposado! ¡Camina erguido con los hombres del ejército de cabeza baja! ¿Qué mensaje está mandando el Z-40?¿Y el Ejército? En un país de cinismo y conspiración, esto no ayuda a cerrar nada. Yo me imagino que hay muchísimos jovenes, viendo esa misma imagen, que dicen “yo voy a ser el siguiente lider Z”.

-¿Tú hoy te sientes más tranquilo?

- Me siento más tranquilo, pero también creo que soy mucho más realista de lo que era antes: esto no se va a acabar. En todo caso, me siento quizá tranquilo porque mucha gente pueda ahora saber qué le paso a los desaparecidos. No es que ya no haya un México negro negro, pero hay claroscuros que te dan esperanza. Quizá no lo vamos a ver en los años que me queden a mi o a ti, pero seguirá cambiando… queda la duda de qué tanto quiere cambiar y qué tanto puede cambiar. Hoy (miércoles, a tres dias de la captura del Z-40) ha sido un día a toda madre. Hay que celebrarlo, pero queda esa incertidumbre. Ellos no se han acabado- dice.

Me aprieta la mano con suavidad. Se despide. Sale del país al día siguiente. Su residencia cambió. Pienso en su buena suerte: otros cientos de periodistas mexicanos que también vieron convertido en pesadilla el país de sus sueños, jamás tuvieron esa oportunidad de vida que Alfredo Corchado aprovecha intensamente:

-¿Ya no temes que te vayan a matar los Zetas?

-Es un hecho que aprendes a abrazar el miedo… o a aceptar el miedo.♠

Publicado en Emeequis


Noches sin miedo en Tamaulipas

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Cuando la mujer grita desde el fondo del patio -¡corre… cooorreeee y va corriendooooo… el nopal… la rosa!- y como un resorte se liberan decenas de manos que buscan corcholatas para señalar cartas, risotadas, coros de voces que murmuran discretos “¿p’os qué dijo, tú…?¿Rosa y nopal…?”, lo que menos se espera uno es que en esa noche, apacible noche de rumor tropical en abril, suceda algo más que un simple e inofensivo juego de lotería.

No hay algo que avise ¡ahí va el golpe! Los niños, sus primos más grandes, las tías, las muchachas con sus novios, algunos amigos de ellos, las vecinas de la otra cuadra, todos van llegando a eso de las once, montan seis mesas en el patio trasero, abren sus Escuis sabor hierro o fresas, sus Tecates bien frías, eligen cuatro, seis tablas, ponen sus cincuenta centavos por tableta y comienzan a jugar. Como si nada, mientras Sonia (llamémosle así, por pura seguridad) canta a garganta batiente: “¡las jaaaaraaas… laaa chalupaaa…!”.

Y de pronto brinca.

-Anoche mataron a diecinueve en el Mante… ¿a poco no supieron?- dice alguna voz de entre las mesas.

-¿A cuántos?

-Diecinueve… los dejaron en unas bolsas negras, sin las cabezas, puros troncos… todos ahí sobre el camino del Hotel Monterrey… por ahí… así- dice la mujer. La frente cruzada de pliegues, esos que se forman si uno se resiste a que el asombro se le escape por la cara. Los ojos puestos en sus cartas. Las manos sin temblores. Las miradas de casi todos encima de ella.

-¿Pero no fue hace tres días?– pregunta una voz de hombre, cantadita, que de inmediato denota su origen norteño- porque hace tres días se supo de algo, claro que se supo de algo de unas bolsas-

-No. Si estas son otras. Sabe, tú…. nooo, el Mante está feo ¿ves? ‘orita, desde las ocho ni alma en la calle. Era tranquilo, pero pues ya no. Pachangueabas… dos, tres, cuatro de la mañana. Orita no… ¿ves? – dice.

-Ay, cabrón…-digo. De los veinticinco, quizá treinta jugadores de todas las edades, la mayoría hace eco de la noticia sobre los muertos del Mante, mientras colocan las fichas en sus tablas de Lotería. Incluidos los niños.

-Jueguen, ya… ¡la escaleraaa… el gorrito…!- dice Sonia desde el extremo del patio. Los muchachos se miran entre sí. Los niños abren los ojos, como si los destellaran.

-¡…el bandolón… el pescado… la bota…- insiste la gritona, tamaulipecas de cepa. Delgada como esos carrizos que crecen en los márgenes del río Bravo, como una sombra tatuada en los párpados cuarentones, que de pronto le tiemblan como si abanicaran las mejillas. Acomoda las cartas en su mano izquierda, toma una con la derecha, y sigue:

- Ay, estos… ya van a empezar con sus porquerías... ¡el melón… el catrín…!

-¡Uh… ya amarré!- grita un niño,  y entonces los rumores se incrementan.  Desde todas las mesas se multiplica el ruidero de fichas y voces. Aquel murmullo, primero tímido como olas sin espuma, ya es contundente como un mar muy picado de gritos que se funden, se confunden con la cantada de las cartas, las noticias del Mante, de la muerte, y el juego, la lotería: el niño ya amarró… en El Mante, dicen… ¿con qué amarró?... que otra vez en El Mante… amarró con el melón.

-¡Las jaaaraas… la chalupa…!– dice Sonia agudizando el tono.

-Ya amarré yo también- grita alguien más. El ruidero es entonces un estadio en domingo. ¿Cómo se vive con esa montaña rusa de emociones de tan distinta índole?

-¡La garz…-

-¡La garza, buenaaaa, buenaaaa!- la interrumpe un niño. Se desata por todo el patio un ¡nooooo!, sonoro, festivo. Desordenado.

-¡Buenaaaaa!– grita otra vez el chamaco. Nueve años. La cara una luna roja. Los ojos un par de enormes uvas negras. Completamente negras. La sonrisa inocultable, de tan amplia, tan plena. Ha ganado la primera partida de la noche. La segunda hilera horizontal.

-¡Se la echaron… se la echarooon!- se desternilla la mitad de la gente en el patio. Es el hijo de la propia Sonia quien ha ganado.

Nadie habla más de los embolsados de El Mante. El niño ha ganado. Si cada tabla le cuesta al participante 50 centavos, y cada cual utiliza entre tres y cinco tablas a la vez, el premio para el niño asciende a casi 50 pesos, más otros 20 que van a un fondo denominado el pocito, que se acumula a lo largo de la noche. Los muertos del Mante ahí, en medio de la risa del niño, que ha ganado.

En espera de la segunda tirada, el patio vuelve a la calma. Por unos instantes.

Playas sin coronas

loteria-tablasAsomar a ese barullo es como adentrarse de pronto a la asamblea clandestina de un grupo de la resistencia, como sortear el silencio obligado de una ciudad sometida a un toque de queda.

Es una típica casa tamaulipeca, como tantas otras en este tiempo: su corredor vedado, una bala que ha horadado el muro de la calle, su ventanal tapiado de madera para detener los plomazos, la virgen de Guadalupe justo sobre el quicio de la puerta principal, Nuestra Reina Morenita bendice este hogar, una jaula sin cotorritos, que fueron muertos en una refriega que pasó por la calle hace algunos meses y dejó a su paso el daño colateral más barato que haya pagado esta gente.

Y adentro la fiesta. Que no se adivina afuera. En el patio, que es resguardado por la misma casa y por muros cada vez más altos, que dan a calles solitarias por las que es necesario vadear, como si fueran laberintos colmados de silencio,  y brincar al paso de tres o cuatro gatos pinchurrientos y acalorados, ratas, mucha basura, cucarachas del tamaño de tortugas diminutas y ni siquiera ladridos de los perros.

Si ha habido suerte, para llegar hasta ahí no habrá habido balaceras, ni asaltos, ni apañes sorpresivos. Tal vez sólo el encuentro con las torretas amarillas y rojas de patrullas sin sirenas, con las luces blancas, hirientes, de tanquetas militares de zumbidos secos, que de tanto en tanto se pasean rigiendo la noche.

¡A dónde van? Vamos a casa de mi mamá, oficial. Bueno, con cuidado, ya es muy noche, arre. Gracias señor.

Y así. Hasta encontrar un zaguán. Buenas noches, doña Celia. Ya venimos a jugar. Buenas noches, mijo. Pásenle al fondo, ahí están las muchachas. Y el bullicio nocturno, que se repite todas las noches, de todas las semanas, como ha sido todos los meses, desde que ha comenzado la guerra.

-¿Ya pagaron todos allá… los de aquella mesa?– dice la gritona desde el fondo de la casa, presidenta del festejo.

Sonia apenas deja pasar unos cuantos segundos, sin escuchar respuestas, y avisa de la nueva tirada. Las manos se apresuran a vaciar de fichas sus tableros. Apuran el trago de cerveza. El mensaje vía teléfono celular. El tuit. Enchamoyan y enlimonan raudas los churritos de maíz, los cacahuates son ajo, y hacen salivar a quien los observa mientras se escucha “corre y va corriendo…” y se posicionan en sus sillas como si fuera a comenzar un paseo en montaña rusa:

¡El Violonchelo, Vio-lon-chelo…!-

La gente que la escucha, sabe que Sonia elige la suerte a su antojo: una carta de arriba, una del medio, una de abajo. Nunca en el mismo orden, siempre sin ver hacia las el mazo de cartas. La suerte, que debe ser derecha para todos.

-¡…el arpa… la sirena…!- y con un orden inusitado, los jugadores, sean grandes o no, asumen con seriedad el reto.

-¡…la corona …! – dice Sonia, y entonces, otra vez, al murmullo del juego se le cuela un comentario:

-No dejaron vender Corona en las playas de Madero- me dice alguno de la mesa.

-¿No dejaron, quienes? – pregunto.

-Ellos.

-¿Quiénes ellos?- insisto. Me olvido de las corcholatas que van acomodándose en los tableros de todos los demás. Me olvido de los niños que escuchan con avidez a Sonia, de las ansias del triunfo momentáneo pero placentero. Sabroso.

-Ellos. En toda la playa, ora en Semana Santa, todos los restaurantes de esa playa tenían prohibido vender Corona. Nomás Tecate.

-¿Quiénes… por qué?- le insisto. Pero mi interlocutor se encoje de hombros. Lleva el dedo índice de su mano derecha a la mitad de los labios y me mira con los ojos desorbitados.

-Rafaguean los camiones, los secuestran…

-¿Los Zetas… el Cártel del Golfo?

-Andan diciendo que la mitá de la playa es de ellos. La Marina ya lo sabe, dicen. Que los negocios son de’llos. En el mercado les cobran a las gentes. Hasta 10 mil pesos. En las tiendas. Hasta los pollos. ¿Las chamoyadas? Les cobran. ¿La barbacoa de los triciclos? Les cobran. Chamaquillos, chamaquillos, como de 20 años. Se cuenta mucho del caso del señor ese que le descuartizaron al hijo… por entregar su cuota en pagos, que no le alcanzaba, pues… y eso le dijeron, que así como él pagaba en partes, así en partes le regresaban al hijo-

Yo apenas escucho. Estoy en esas playas, el Tamaulipas de los años 80, como si se tratase de una película mil veces contemplada. Mi niñez: esa albercototota de arena oscura que no se acaba nunca. Las pisadas de los cangrejos dibujando rutas, igual en las playas de Matamoros, que antes se llamaron Lauro Villar y hoy son Playa Bagdad; las de La Pesca, cubiertas con los tonos más dorados del golfo y aquel atardecer de un durazno imposible en la laguna Madre, la temperatura precisa del río Soto la Marina, las de Playa Miramar, en Madero.

En las mesas la gente dice algo sobre el pago por derecho de piso, algo de “más de 40 comerciantes se han tenido que ir, un hotel de ahí lo dejaron a medio construir porque no quisieron pagar el entre”, algo sobre quién sabe qué.

Y yo pienso en el eterno relajo en las gradas del parque de béisbol de Reynosa, de las noches en el estadio de futbol del Tampico-Madero, la jaiba que de brava nunca ha tenido mucho. Y en el jolgorio. El gentío inagotable en noches de Semana Santa, los océanos de cerveza, los duelos interminables, a muerte, que hervían la sangre entre los ecos de los tríos huastecos con aquello que decía “…de Altamira, Tamaulipas, traigo esta alegre canción y al son del viejo violín y jarana canto yo…”; la garganta rasposa y sin igual de José Alfredo y sus “…olas altas, olas grandes, que me arrastran y me alejan, cuando anclemos en Tampico quédense un ratito quietas, tan siquiera cuatro noches, si es que entienden mis tristezas…”, o los órganos llorones del inmenso Rigo Tovar, de su himno “A orillas del río Bravo hay una linda región, con un pueblito que llevo muy dentro del corazón”.

Qué borracheras, pienso. Qué amor por esta tierra, qué poesía de raíces. ¿Queda vivo algo de todo aquello? ¿De todo eso que era Tamaulipas?

-Jueguen… jueguen… ya pasó La Sirena, mira- tercia la esposa de mi interlocutor, mirándome de frente, como reconectándome con el hoy, como si quisiera sacarme de aquella película que no he de volver a ver jamás.

-Mejor cuéntale lo que te pasó- le dice un hombre de pronto, como rogándole para que comparta conmigo, el visitante, su anécdota de la noche.

Y entonces, por la expresión de ella, por la forma en que mira hacia sus cartas, por cómo se escabulle el color de su rostro, se que lo que voy a escuchar no tiene mucha relación con el Pino, la hermosa carta verde y amarilla de lotería que, entre risotadas expectantes, acaban de cantar en medio del alboroto.

“¡Tírese, mi’jo… tírese al suelo!”

Habla ella:

-Fue hace un rato ya, ¡chihuahua, hombre! Acababa de pasar lo de Monterrey, ¿si sabes? Lo de la maestra que calmó a los niños. Pues igual pasó acá, pero en una fiesta. Hubo balacera y quedaron en medio los chamacos. Mi Fermín entre ellos. Nos avisaron y fui por mi hijo de volada ¿veá? Él no estaba, esteee… andaba trabajando en la plataforma. Ya se había sabido que Ellos habían puesto una manta. Que no saliéramos. Que nos quedáramos. ‘ora anda mucho eso. De esas cosas que dices: está cerca, no pasa nada ¿veá? ¿Qué puede pasar? Pues, cuando llegué por el niño, estaba muuuy nerviossso ¿veá? Pobrecito. Pues ya… lo calmé, nos calmamos y mejor nos fuimos. Y en el camino de regreso veníamos ya tranquilos y que nos pasan tres camionetas echas la mocha. Y atrás venían otras echándoles bala. Ahí en la calle, echándoles bala… yo… pu’s sí me espanté ¿veá? No sé ni por qué artes me orillo y que le grito al niño, ¡tírese, mi’jo… tírese p’al suelo… tírese! Se escuchaban los balazos… en el coche… no… como zumbidos ¿veá? Imagínate mi desespera… (solloza. Limpia su nariz. Gimotea) El niño me decía si nos vamos a morir, si nos vamos a morir, y yo, ¡que no, mijo, que no nos vamos a morir! Como una hora habremos estado así, ni sé. Bien calladitos, sin gritar... como pudimos abrimos la puerta, así hechos bolita los dos… él adelante y yo atrás de él… al coche le tocaron varios tiros, pero… gracias a Dios…-

Entonces llora sin reservas. Es un llanto espeso. Como una sopa de dolor. Con su mano izquierda la mujer, llamémosle Rosaura, seca el caldo que le ha nacido de los ojos, mientras con la derecha coloca una corcholata en la figura del Borracho. Quiere ganar.

- ¿Y ya se ha calmado?– le pregunto a su esposo. Rosaura aún tiembla.

-Algo– dice. Toca con los dedos su pantalla del teléfono celular. Me enseña una página electrónica con un mensaje. Un aviso de toque de queda para alguno de esos días en alguna de esas ciudades de esta entidad:

Gente tamaulipeca no tengan miedo, solo cuidamos su bienestar, cuidamos la plaza somos gente preparada no somos jovenes, crean, respetamos a la mujer no matamos  civiles solo a la gente que es, no teman eviten los relajes nosotros no atacamos a gente que no es. no tengan miedo, los zetas los quieren asustar, los marinos no vienen por nosotros , es en contra de los zetas, este fin de semana respeten el toque de queda hoy y mañana pasado y a partir de las 12 am de el sabado y el domingo a partir de las 9 pm no salgan.

-No… si ya mucho que se calmó -dice Rosaura, un ojo al juego y otro al teléfono de su marido- lo peor, lo peor fue hace dos años, tres (2009 y 2010).

Rosaura y su esposo me enlistan entonces: los toques de queda en ciudad Victoria, la capital del estado. Las balaceras en Mier. Las plazas vacías en San Fernando. Los comercios cerrados en Reynosa. Las playas desiertas. Secuestros y emboscadas en la carretera que atraviesa Tamaulipas para llegar a la frontera con Estados Unidos. Lo intransitable que es cualquier camino despoblado cuando se asoma la noche. Las muchachas que son enviadas a los reclusorios de Matamoros, para servir de diversión sexual a los narcotraficantes internos. Y ese algo que es muy parecido al estremecimiento, que “comienza aquí, en la mera boca del estómago y se sube”, vertiginoso, infame, hasta la base de la quijada. La entume. La congela. La paraliza completa, antes de que se pueda escapar un grito en plena balacera y eso signifique ser blanco de las balas. La muerte.

Es algo que he visto relatar en otro lado. ¿Dónde? No lo voy a recordar en ese momento preciso sino hasta después: en la cuenta de Twitter @ValorPorTamaulipas, una suerte de alerta ciudadana, sin identidad precisa pero con veracidad irreprochable y valentía sin reservas, que desde hace un par de años da cuenta de todos los sucesos que nadie más se atreve a difundir: Tamaulipas es un hervidero de sangre, balas y miedo, en donde las autoridades, cualesquiera que sea su identidad, poco terreno le han podido arrebatar a quienes en verdad gobiernan.

-No… si eso no es nada- tercia David, un muchacho de acaso 19 años. Novio de una de las chamacas. Moreno. Muy delgado. La nariz un cacahuate rosado. Estudiante.

Mientras las mesas se alebrestan porque ha ganado quién sabe quién la segunda corrida, ¿o ya la tercera, la cuarta?, en los ojos de David destella un brillo tupido, indescriptible, cuando me suelta una pregunta:

-¿Quieres ver cómo hacen el chicharrón?

“Una sopa mugrosa…”

No bien alguien empieza a barajar el mazo, David me acerca su teléfono celular. Es un video. Pa’ k se te quite l’ambre dice el asunto del mensaje.

Es Tamaulipas, de eso no hay duda. Algún lugar cercano a Camargo, un municipio próximo a Nuevo León, contiguo a San Fernando, aquella necrópolis improvisada donde fueron acribillados 172 migrantes, cuyas muertes causaron conmoción mundial.

Armados con hachas, machetes, metralletas, un grupo de nueve hombres, quizá algunos más, interrogan, uno tras de otro, a cuatro hombres y tres mujeres, todos arrodillados. Semidesnudos. Nombre completo y apodo. ¿A qué organización perteneces? ¿A qué te mandaron? ¿Dónde te detuvieron?

Cuando el interrogatorio termina y ellos han señalado a qué comandantes de zona, policías, diputados, funcionarios estatales responden o de quienes reciben cobijo y protección, el líder de los hombres armados, sin rostro, lanza una advertencia a la cámara:

-Esto va pa’ todos los mugrosos… de parte del Cártel del Golfo… sigan mandando pendejos y van a mamar…-

Es el arranque de una carnicería. Uno a uno, los arrodillados son decapitados de todas las formas imaginables. Un golpe certero de hacha. Un cuchillo en la yugular. Un corte de machete. Cinco, diez segundos, a lo mucho. Muñecos que caen. Jirones de seres humanos bien bañados en sangre. Pedazos. Sólo pedazos.

En el patio se escucha el eco de fichas manipuladas. Algunas risas. Alguien que ya amarró tirada.

-El paraguas…-

David pregunta: “¿Parece una película… ve’a?”. No puedo responderle. Tengo miedo.  El miedo que nace de atestiguar la animalidad más absoluta en que México entero ha caído. El juego que sigue su curso se confunde en mi mente: el diablito… el sicario… la rosa... el decapitado… el soldado... la muerte.

-¡Buena!- grita alguien. Y el murmullo jubiloso. Sonia que grita: ¡Pocito… pocito!

Ahí están las imágenes, personas que han sido sacrificadas exactamente del mismo modo en que la Biblia describe que Dios ordenó a Moisés ofrendar a su hijo.

-Así los desaparecen-dice David. No deja de mirar el teléfono. No dejo de mirarlo a él.

-¿Cómo pueden acostumbrarse a vivir con esto?

-¿Y a dónde se va uno?- me dice.

La noche de la suerte empieza a cambiar. La mujer que está en mi mesa ha ganado gana la partida y con pocito: las cuatro figuras que están justo en el centro de la tabla. Hay gritos. Muchos gritos. Algarabía. Después de varias jugadas, no se cuántas, el pocito ya acumula más de 150 pesos. La lotería mexicana. Esa típica diversión ingenua y colectiva que se conforma con 54 figuras mezcladas en tablas de 16 cuadritos, que se van señalando con frijolitos, con piedras, corcholatas, conforme la gritona canta las cartas del mazo. La típica de todo un país, con sus dibujos firmados por Don Clemente y la Gran Fábrica de Naipes Gallo, la de origen decimonónico, aparecida allá por 1887, cuando México aún no era una carnicería.

Entonces lo entiendo: por eso están reunidos.

Antes que quedar atrapados por el miedo a las balaceras, a los secuestros, a las extorsiones, a las persecuciones, las amenazas, la muerte, sucesos cotidianos en el estado más violento del Golfo de México, parientes, vecinos, amigos de una buena parte del territorio tamaulipeco han vuelto a reunirse al refugio del fresco de los patios, como hacían los abuelos, para pasar la noche en inocentes juegos de lotería y pláticas.

Juegan noche tras noche, como  un acto supremo de resistencia ante el terror. ¿Qué más desafiante que reír en medio de la muerte? ¿Qué más osado que no negarse las sonrisas cuando te apuntan a la sien con un cuerno de chivo?

-Ya no le cuenten. Lo están asustando- dice alguien, pletórico de ironía.

-Mejor cántanos las cartas- me piden. Las manos no dejan de temblarme.

Miro a las mujeres, esas lindas porteñas prometidas por el poeta José Sierra, hacia las que puede navegarse en busca de amor, diluirse ahora en el llanto de sus miedos. A los hombres, buenos en esencia, que guardan en sus teléfonos los números de ambulancias, patrullas, auxilios inmediatos y cuentan que allá, en algunos pueblos y comunidades, la gente ha comenzado a armarse de valor y crear brigadas de autodefensa. Al abuelo, que no se cansa de decir que todo va para peor y maldice al gobierno. A las abuelas, que al despedirse de sus hijos se quedan petrificadas ante las puertas y lanzan suspiros interminables.

Los miro a todos, a los niños que ríen y cuentan chistes sentados en esas mesas colocadas en U en el patio trasero de esa casa, en una ciudad cualquiera de Tamaulipas que deliberadamente tergiverso y no identifico con claridad, para que a los culeros les cueste más trabajo acecharlos.

Pienso en ese acto supremo de rebeldía que no da señas de existencia detrás de esos muros cada vez más altos, de esa puerta presidida por Nuestra Reina Morenita:

Guarecidos bajo el fresco de la noche, mujeres, hombres, chamacos, protegidos de todo cuanto pueda pasar afueran, en aquellos laberintos, fraguan una resistencia que se alimenta con petardos de gritos, de carcajadas que duran horas, en un espacio que nada ni nadie, absolutamente nadie, podrá jamás arrebatarles.

- Cántanos las cartas- insisten.

No, ni madres. No puedo.♠

Publicado en la revista Emeequis


Barcelona nuestra...

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Recordaremos siempre esta Barcelona del 2012. Tú lo sabes.

Las largas caminatas matutinas del Puente de Calatrava hasta la Barceloneta, con el murmullo de las hojas de los plataneros cayendo por Bac de Roda, los grafitis del almacén en ruinas y el Mediterráneo atestiguando silencioso nuestros propios silencios.

Recordaremos, de vez en vez, a los buscadores de basura del Poblenou, a la elegante anciana catalana que recogía los panes de ayer de los contenedores de la avenida Meridiana, a los gatos entumidos de modorra en la pestilente terraza alquilada, al café de chinos que para subsistir debió cambiar su sazón oriental por la cocina casera española, a los helados de frutos rojos a medianoche en Las Ramblas y al olor a sal y sexo viejo del mar cerca de las cinco de la tarde.

Recordaremos el frío de noviembre, claro, y los colores desvanecidos de los escaparates del Paseo de Gracia. Nuestras citas en la esquina de la MacStore de Plaza Catalunya y una Luna a medias sobre el elegante Corte Inglés, ese sitio al que nunca entramos porque la vida de becario jamás da para tanto.

Reviviremos al arrogante gentío individualista de la línea 3 y a los atribulados exprimermundistas que caminaban entre empellones por Plaza Universitat, los croissant tibios y estúpidamente caros, las palomas gordas de comer porquería, tu café caliente, mi Vichy catalán con el limón que ahí se llamaba lima y el pan que tanto te ha gustado con licor de Moscatel.

Recordaremos que, un día, en esas calles que hablaban de prosperidad perdida, consumamos tu primer libro y mi posgrado, viendo películas baratas en la filmoteca del Raval, con su plaza repleta de paquistaníes que a cada rato me confundían con uno de los suyos o de prostitutas con senos imposibles, que de seguro aprendieron a reconocernos de tanto que nos veían:

– hola, mexicano… hola wey.

Recordaremos el té indio de Sant Antoni, se dice hindú, tontito, se dice hindú, el mal vino gachupín de a dos euros la botella, esas patatas que de bravas sólo tuvieron el apelativo y los chorros de grasa, la lectura nocturna, reposada, fascinante, de mis pasajes favoritos de El Quijote que tú apenas escuchabas entre sueños.

Recordaremos nuestro piso en Sagrera, nuestro elegante chalet en Lliça d'Amunt, claro, el desmadre y las carcajadas multinacionales, las cenas caóticas y los amaneceres de cara al mar o de espaldas al bosque, precisamente aquella llovizna que ya sabes, las miradas cómplices, la nauseabunda tanga del Pau y los gritos siempre histéricos de Facu, el maullido del Taco y el susurro de mi miedo mientras escalaba los bosques catalanes.

Lo he dicho siempre, ¿recuerdas?: "nos iremos borrando como lienzos, trazo por trazo... del color de nuestra piel no quedará nada". Ese es el destino último y verdadero de todos los seres vivos, de todas las cosas vivas.

Pero sobre ello, sobre esa condición de finitud que nos define, tu y yo un día recordaremos ese momento en particular, cercano a mi cumpleaños, cuando me dijiste eso que sólo tu, Barcelona y yo escuchamos claramente en medio de la noche.

Ese momento sí es eterno. Sobrevivirá a todos nosotros. Y ha de ser solamente nuestro.IMG_4880


Yo, Robot

robo3Un día, probablemente en 2023, podremos ir a El Palacio de Hierro, Liverpool o Sears a comprar un robot como Cosero. La amable vendedora deslizará nuestra tarjeta de crédito —o lo que exista entonces para pagar— y nos será entregada una caja grande con un androide doméstico que podrá limpiar mesas, servir platos, cuidar plantas, asear dormitorios, vigilar al bebé y darle su medicina al abuelo. Todo ello sin tropezar con los muebles.

Mientras observo el titubeante brazo mecánico de Cosero, hermano de Dynamaid y Robotinho, pienso que ese futuro nos ha alcanzando. El robot fabricado en Alemania llena lentamente el segundo vaso de cerveza de la tarde. No derrama ni una gota, no chorrea espuma, no se atrofia de repente, no tira el vaso repleto de Heineken. Quienes miramos la escena estamos agitados de emoción.

—Bzzzz, bzzzz, bzzzz —parece respondernos desde su micrófono unidireccional conectado a un cráneo de bocinas como orejas. Pareciera que el ente antropomórfico entendiera la genuina sorpresa, el asombro pleno en los rostros de los más de 400 seres humanos que le rodeamos mirando sus dos rendijas ovoides, brillantes, de un azul cerúleo intenso, que destellan por los sensores de sus lentes FireWire 800, que cuentan con escáner de alta definición.

Si en el futuro, digamos en siete años a partir de este domingo, alguien nos viera aplaudir a rabiar frente a un monigote que sirve lentamente cervezas, seguramente se reiría de nosotros. El Cosero de entonces será mucho más diestro, más veloz, tendrá rasgos más humanos, será más bonito.

Estamos en la exhibición final del mundial Robocup Home, celebrado hace tres meses en el World Trade Center de la Ciudad de México, y Cosero se luce como todo un sirviente hacendoso y eficiente, aunque es un poco lento. Estamos frente al mejor cantinero de la tarde. Cosero es, simplemente, el autómata doméstico más adelantado de su tiempo. Estamos viendo la silueta de un futuro que abrió la puerta por sí mismo y ha entrado a nuestra sala.

—Bzzzz, bzzzz, bzzzz —insiste el robot sensación, como si supiera lo que decimos y dedujera lo que pensamos, mientras gira su base equipada con un computador portátil Lenovo X220 Special, como cerebro, que le permite pensar y actuar tres veces más rápido que sus competidores.

Porque de cuanta maravilla a la que Cosero nos da pie esa tarde, las más significativas son dos: que por vez primera uno acepta como certeza que Él puede pensar por sí mismo, y que, casi sin darnos cuenta, todos quienes hablamos a su alrededor le asignamos ya ese pronombre: Él. Privilegio de humanoide. O quizá lo estamos ascendiendo de objeto a sujeto.

Y Cosero, el robot orgullo del Instituto de Ciencias de la Computación de la Universidad de Bonn, el que da una vuelta sobre su eje de ocho ruedas omnidireccionales para recibir los aplausos y se desplaza a 0.5 metros por segundo, el que se mueve mediante cinemática inversa y que dentro de unos minutos va a ganar una competencia mundial de robots aplicados a tareas domésticas, nos va a sorprender con sus aptitudes de cantinero de cepa, con su capacidad de raciocinio tecnológicamente diseñada, con su discernimiento preciso: una inteligencia artificial desarrollada por estudiantes universitarios e investigadores, que en el año 2019, si alguien llega a recordar esta tarde, lo colocará en el mismo podio en el que están el primer avión que cruzó el Atlántico, el primer globo aerostático, el primer barco que navegó el océano, la primera rueda. Estamos viviendo el tiempo preciso en el que, al fin, el ser humano ha desarrollado el prototipo de vida artificial que revolucionará la actividad doméstica.

La Matrix

Manus McElhone, uno de los padres de Cosero, cuenta que su vástago nació en el otoño de 2010, como segundo hijo artificial de un equipo de once hombres y mujeres de nueve nacionalidades, quienes desde 2007 trabajan en la Universidad de Bonn en el perfeccionamiento tecnológico de los entes animados que realizarán labores de servicio antes de que termine esta década.

—Él puede cargar hasta 20 kilogramos de peso, lo que puede pesar un niño de 5 ó 7 años, probablemente —dice Manus, estudiante del doctorado en Ciencias de la Informática, adscrito al proyecto Sistemas de Inteligencia Autónoma de la universidad alemana.

robo2No tiene piernas aún, su columna es un tubo largo que descansa sobre una base soportada por ocho ruedas, movidas por Dynamixeles RX-64 y EX-106 diseñados especialmente por sus creadores para que Cosero alcance una velocidad de medio metro por segundo, y pueda planificar sus rutas y esquivar obstáculos.

Tiene dos hermanos mayores. Su hermana Dynamaid ha participado en eventos mundiales de robótica durante el último lustro. Parecida físicamente a él, hacía casi las mismas actividades que Cosero, pero más lentas y con menos destreza. Su hermano mayor, Robotinho, trabaja de guía de turistas en el Deutsches Museum de Bonn, donde científicos y tecnólogos estudian su comportamiento en el área de comunicación multimodal intuitiva humano-robot, mientras lo someten a pruebas bajo un esquema de interacción real con múltiples personas desconocidas.

La familia de Cosero tiene una serie de particularidades: unidades omnidireccionales de desplazamiento, dos brazos antropomórficos para la manipulación de objetos y una cabeza humanoide, más bien una máscara humanoide, además de un peso muy ligero, un diseño más barato que lo habitual en ese tipo de tecnología experimental y una interfaz de fácil manejo.

Por ello, cuando uno ve actuar a Cosero, aplaude a rabiar por el adelanto inmenso que significa: su brazo, semejante en proporciones al brazo de un hombre adulto, fornido, logra elevarse por sí mismo a un metro del hombro, como lo haría cualquiera humano en terapia de rehabilitación. También puede enfocar, con un destello azul, su objetivo y acercarse, lento pero seguro, hasta la mesa donde está el tarro que ha de llenar con la cerveza.

Dynamaid, Robotinho y Cosero están próximos a recibir un nuevo hermano, aún sin nombre, que se prevé sea mejor capacitado, con una mayor libertad de movimientos y, sobre todo, más humanizado, por el trabajo de especialización que el equipo de la Universidad de Bonn, encabezado por el científico Sven Behnke, ha desarrollado con la ayuda de psicólogos informáticos, especialistas en ciencia cognitiva, diseñadores, físicos, ingenieros en informática, matemáticos y especialistas en robótica y cibernética, entre muchos otros especialistas.

Ellos han trabajado con un financiamiento superior a los 100 millones de dólares, donado en su mayoría por la Fundación Alemana de Investigación (DFG por su denominación en alemán Deutsche Forschungsgemeinschaft), la Universidad Albert Ludwigs de Freiburgo (en la frontera con Suiza), el gigante europeo del plástico Igus-GMBH y la coreana Robotis, que provee de insumos técnicos, para la movilidad y adaptación de los humanoides.

Androides en el mundo

Pero la Universidad de Bonn no es la única metida en el tema. Actualmente, más de 30 institutos tecnológicos del mundo trabajan en paralelo para perfeccionar el funcionamiento de robots que manipulan objetos. Ello implica mejorar la comunicación humanos–humanoides y desarrollar un alto grado de interacción social.

En Europa ya se utilizan los modelos experimentales. También en Corea y Japón. Robots que acompañan ancianos y niños interactúan a niveles aún limitados, y hasta pueden sostener ciertos tipos de intercambios verbales con ellos.

Cosero, por ejemplo, está dotado de sensores en la cabeza, el torso, los hombros, el pecho y los ojos, que le permiten percibir su entorno, procesarlo y discernir qué hacer. Un escáner láser SICK S300 mide la distancia de los objetos en una altura aproximada de 24 centímetros a la redonda, con un campo de visión de 270 grados, muy superior al ojo humano, cuya perspectiva de conjunto con ambos ojos es de 180 grados.

En un informe elaborado en 2011, el doctor Sven Behnke explica que para desarrollar la interacción robot-humano ha sido de especial relevancia el dotar al robot de conciencia sobre el paradero de las personas en su entorno. Para ello, anota, "combinamos la información complementaria de telémetros láser y la visión para detectar de forma continua a las personas. Esas mediciones se pueden utilizar para detectar candidatos a persona, para localizarlos y seguirles la pista a velocidades altas. En imágenes de la cámara podemos comprobar que la pista pertenece a una persona verdadera, mediante la detección de rasgos humanos más distintivos, como la cara y la parte superior del cuerpo".

También reconoce gestos, puede interpretar una orden verbal e incluso emitirla, gracias a la tecnología vocal diseñada por Loquendo, el gigante mundial del rubro.

—Combinamos la experiencia de otras universidades y la industria, para aplicarlo en el diseño de nuestros robots, para aproximarnos a los seres humanos, en cada detalle  —dice Manus.

Así es como Cosero puede recibir una orden, distinguir entre una mano extendida y una planta situada justo a un lado, desplazarse hasta la mesa cercana, detectar un tarro vacío, una cerveza, verter el contenido, dejar el envase de vuelta en su sitio, girar, regresar hasta el sujeto que le dio la orden y entregarle, con toda precisión, el vaso de cerveza en su mano, que le significa un aguacero de aplausos en la final del Robocup Home 2012.

Ese día, el robot sensación hizo gala de una destreza bimanual que no se conocía antes. Agarra y mueve una silla. También se acerca a una regadera de jardín y riega las plantas, mientras su hermana Dynamaid elige una lata de refresco que está junto a un desodorante de similares características.

En una serie de demostraciones que afianzan el sello de familia, ambos robots desplazan al segundo y tercer sitio a los representantes japoneses, australianos y coreanos, con lo que el jurado denomina "originalidad, contribución científica, pertinencia de los avances logrados, desempeño y presentación", a los que se suman la originalidad de los movimientos y la dificultad para conseguirlos. Y no sólo eso, en la prueba de verbalización-cognición, Cosero puede reconocer un discurso, en una prueba denominada "de restaurante", para moverse por el lugar, buscar el plato solicitado y entregarlo en la mesa del comensal, sin derramar ni un chícharo. Después se le ordena limpiar un apartamento. Reconoce objetos tirados en el suelo, los toma con sus dedos de tenaza y los deposita en el contenedor de basura.

Él y toda su familia han sido diseñados como puntas de lanza de un proyecto académico y tecnológico que tiene como objetivo perfeccionar robots de servicio doméstico, con un equilibrio de diseño que logre movilidad en interiores, manipulación de objetos e interacción intuitiva con humanos.

—En el año 2050, cuando los mejores androides del Robocup jueguen contra el campeón del futbol humano, muchos Cosero van a servirnos las cervezas —dice sonriente Manus, el desparpajado estudiante del doctorado en Ciencias de la Informática de la universidad alemana en la que nació el robot.

Humanoides en casa

Pero, ¿y cuándo podremos comprar en México un robot que realice labores domésticas? El ingeniero mexicano Víctor Ramón Barradas, integrante del equipo de trabajo del Laboratorio de Bio-Robótica de la Facultad de Ingeniería de la UNAM, asegura que ese sueño podría materializarse hacia finales de esta década. Los primeros robots humanoides caseros estarán en el mercado en 2019, calcula, y serán dispuestos como ayudantes en las tareas domésticas más sencillas: limpiar mesas, servir platos, cuidar plantas, asear recámaras, vigilar bebés y asistir ancianos.robo4

Los expertos ya están trabajando en ello, dice el especialista en Mecatrónica. El propio equipo de Bio-Robótica de la UNAM realiza un proyecto denominado Pumas@Home, que hizo su presentación en la RoboCup 2012 con una linda androide de 1.80 metros de alto, brazos largos y finos, llamada Justina, habilitada para recordar órdenes verbales, limpiar habitaciones, reconocer personas y objetos, servir mesas. Ella es una mesera diligente.

Sin llegar al grado de excelencia que alcanzó Cosero, quien se hizo del primer lugar de la competencia y dejó atrás al japonés Digoro y al berlinés Tobi, la mexicana Justina tuvo un buen papel y mostró que el avance tecnológico y científico mexicano en esa rama no está muy detrás del europeo y el asiático. El acceso a recursos financieros convenientes para desarrollar androides es un pendiente nacional, sobre todo en lo que toca a la universidad pública, la más avanzada en cuanto a investigación en el ramo. Aunque hay que decir que en ingenio, inventiva, capacidad y destreza para introducir innovaciones, están al parejo de sus similares del resto del mundo.

Un grupo de estudiantes e investigadores mexicanos, encabezados por catedráticos de la UNAM, desarrollaron también el GOLEM-II+, un humanoide de metro y medio hecho de metal y alambres, chips y tornillos, que está dotado de visión tridimensional, identificador de voz y movimientos sutiles de extremidades e incluso dedos. Habla y escucha. Y aunque todavía no tiene una capacidad desarrollada para decir albures, es posible que eso ocurra "ya mero".

Algunas empresas privadas trasnacionales, como iRobot, Aldebaran Robotics y RoboBuilders, que actualmente contribuyen con las universidades en la dotación de plataformas para el desarrollo de la robótica experimental, han lanzado al mercado distintos tipos de máquinas robóticas, incluido el simpático humanoide NAO, del tamaño de un bebé de diez meses, cuyo precio en el mercado supera los 250,000 pesos por robot, y que en sus diferentes versiones ha sido la sensación de los certámenes RoboCup desde hace tres años.

Máquinas aspiradoras, lavapisos, limpiadoras de piscinas, que sin llegar a la fascinación que causan los humanoides como NAO, Justina o Cosero, ya representan una evolución sin precedente en el camino hacia la meta cada vez más cercana de lograr la convivencia plena entre humanos y robots.

Si bien las máquinas automáticas forman parte de la vida del hombre, el turno de los androides apenas está por comenzar. Faltan muchos detalles, dicen los científicos que asisten al RoboCup 2012, como resolver problemas de energía suficiente para el movimiento prolongado, como la autonomía de brazos y piernas, con el aligeramiento del peso, el diseño completamente antropomorfo con músculos y piel sintéticos, con brazos, piernas y dedos plenamente en movimiento, sensibilidad táctil, un sistema de percepción más compleja. Pero nos estamos acercando, cada vez más, a la forma humana.

Por ello, cuando le pregunto sobre los peligros que puede implicar una inminente convivencia con los robots, dados nuestros muchos defectos como sociedad, Daniel Robledo, un estudiante de Mecatrónica del Tecnológico de Monterrey que presenta sus avances en la competencia, me remite a Isaac Asimov, a sus Leyes de la Robótica esbozadas en el legendario relato Círculo Vicioso:

Primera Ley: ningún Robot causará daño a un ser humano o permitirá, con su inacción, que un ser humano sufra daño.

Segunda Ley: todo Robot obedecerá las órdenes que le den los seres humanos, a menos que esas órdenes entren en conflicto con la Primera Ley.

Tercera Ley: todo Robot debe proteger su propia existencia, siempre que ello no entre en conflicto con la Primera o Segunda leyes.

—Si los humanos somos imperfectos, es seguro que los robots que hacemos también sean imperfectos ¿no? —me dice Robledo.

—¿Y corruptos, vengativos, transas, homicidas, también? —le pregunto.
—Quizá sí. O a la mejor no, ¿no? Porque cuando haces un proyecto de este tamaño, pues le pones lo mejor de ti mismo, no lo peor.

Entonces observo la forma en que Cosero, la estrella robótica del año, vierte sin derramar hasta la última gota del líquido rubio, espumoso, brillante como el oro, en el tarro de vidrio, cómo lo entrega lentamente al joven alemán que ha contribuido a su diseño, y pienso, fascinado, en los hombres y mujeres que podrían saber de este momento y, allá por el año 2019, se reirán de la lentitud de Cosero.

Los robots de entonces, los del futuro, serán más rápidos, más ágiles. Más humanos. Y sus padres, pienso, estarán orgullosos de recordar sus primeros pasos en la robótica doméstica, que sin duda son grandes saltos en el desarrollo de la vida artificial inteligente en nuestro planeta.♠

Publicado en la revista DOMINGO


Buzo de aguas negras del DF

Buzo de aguas negrasCuando deje la superficie, cuando se sumerja nuevamente en la nata chocolatosa y espesa de las aguas negras de la ciudad de México, este hombre va a compartir sus secretos para soportar la soledad en medio de una oscuridad total y desarrollar esa destreza suya, solo suya, de diferenciar muy bien la suavidad de un cuerpo humano, “una suavidad que se presiente, que no se parece a ninguna otra cosa que hayas podido tocar allá abajo”, cuando se flota en el abismo de lo oscuro.
Y va a relatarlo Julio César Cú, porque es el único hombre en esta parte del mundo que conoce esos secretos: es buzo del drenaje profundo, de la entraña negra y pestilente, en una ciudad expulsora de casi un millón y medio de litros de aguas residuales por minuto, que precisa su trabajo más que muchos otros, pues lo mismo lleva en su torrente partes completas de automóviles, que los muebles viejos de una casa entera; el más reciente hombre mutilado en un país de furia o los restos de un edificio que ya es cascajo; algún juguete sin niño, el marco de una ventana donde no amanece, un libro sin ojos, una puerta, la mascota perdida que se lleva la felicidad.
Pero eso será cuando se sumerja. Y está a punto de hacerlo. El señor Cú ya viste un traje de neopreno térmico, de buzo, debajo de una piel plástica fabricada por noruegos y daneses a un costo de treinta mil dólares, que unidos forman un verdadero escudo de siete centímetros de grosor, reforzado e impenetrable, que él utiliza para impedir el paso de cualquier bacteria que habite el abismo colmado de mierda en el que habrá de sumergirse. No es raro que en la inmersión el equipo pueda rasgarse, que por sus movimientos alguna varilla, algún pedazo de madera, una piedra lo desgarren. Ha pasado antes y seguirá pasando: “Es parte de los riesgos de este trabajo”, dice. Por eso los dos trajes.
Carga sobre sus hombros una escafandra que pesa lo mismo que un niño gordo de unos nueve años, se abrocha un cinturón con cuatro pesas de plomo de diez libras cada una y respira con la fruición de un pez que ha sido sacado del mar. El señor Cú respira como si fuera un pez extraído del mar.
Mientras instruye a Fernando, su viejo ayudante, en los detalles de control del equipo de comunicación y el suministro de aire, el buzo parece tener prisa por la inmersión: fuma cinco cigarros en menos de una hora, mientras repite insistente “apúrense, cabrones, abróchenme ya”. Prueba el sonido del micrófono de su traje, se inclina para sacar el aire excedente, camina de un lado a otro, se aferra, con los brazos extendidos, a la canastilla en la que habrá de ser conducido hasta la boca de la bomba de agua y, con un ademán y un inquieto “ámonos ámonos”, pide a sus ayudantes que liberen ya el cordón umbilical, la línea de vida como llaman al cable y las mangueras que lo mantienen unido a la superficie. Ha llegado el momento de volver a lo oscuro.
—Btzzz, btzzzz… suél… btzzzz… suéltame umbilical, güey –dice.?Una de las turbinas de la planta de bombeo Aculco, una zona popular en el oriente de la ciudad, ha sufrido una avería, porque una llanta de automóvil grande, quizá de una camioneta, navegó desde alguna alcantarilla hasta allí y, al atorarse en el ducto, provocó la falla en una de las compuertas, en la turbina misma y por tanto en la bomba completa que debía conducir el torrente hasta la planta de tratamiento residual.
Solamente el señor Cú puede resolverlo: lleva treinta años haciéndolo este hombre fornido, de manos gruesas, musculosas, con cara hosca pero sonrisa fácil, nariz ancha, labio inferior muy grueso y carnoso, dientes alargados, afilados, pelo cano, ojos como rendijas por donde apenas pasa la luz, que recuerda mucho a ciertos peces abisales: a sus cincuenta y dos años, el señor Cú es el único pez de su especie en las profundidades oscuras del drenaje en México, una ciudad que cada tanto tiempo, con cualquier cosa, se empeña en recuperar la condición de lago que tenía al nacer.
Conforme se aproxima a la nata de basura y aguas negras, el hombre aumenta el ritmo de su respiración. Un silbido incesante, vertiginoso, como de quien infla un globo a prisa, que solo comienza a disminuir cuando sus pies tocan la superficie del agua, una alfombra mullida, uniforme, de restos plásticos, envases de bebidas, pedazos de madera, que no salpica una gota de líquido de lo espesa que es.
Cuando la base de la canastilla, los pies del señor Cú, se sumergen, comienza un burbujeo alrededor que el mismo buzo incentiva moviéndose de un lado a otro, haciendo bailotear la canastilla para abrirse espacio entre la nata. Lo que hiede de las burbujas, si puede ser descrito, es peor que estar encerrado con diez animales en descomposición, los desechos orgánicos de una semana con temperaturas de cuarenta grados centígrados, diez mil zapatos sudorosos y un charco azufroso, concentrado y permanente, de huevos podridos. Hay que decir “pa’ su madre, huele de la chingada”, cubrirse la nariz, la boca, y hacer muchos esfuerzos para no vomitar.
En cambio el señor Cú, ya sumergido por completo, es cuando recupera la serenidad en su respiración, como queriendo confirmar lo que ha dicho antes:
—Cuando estoy arriba ando como nervioso. Cuando paso mucho tiempo sin inmersión, hasta mi esposa me dice que ya me hace falta el agua. No sé, a lo mejor no me lo van a creer, ¿no? ...nada más toco el agua y ya me tranquilizo.
Algo ha de haber de cierto en lo que dice. A lo largo de sus tres décadas de trabajo, el señor Cú se ha sumergido solo por las bocas de cada una de las ochenta y seis plantas de bombeo de la ciudad, que se conectan a ciento sesenta kilómetros de ductos que expulsan el agua residual de casi diez millones de habitantes de las dieciséis delegaciones (municipios–departamentos) del Distrito Federal.
Para quienes gustan de la numeralia, su trabajo podría resumirse así: a la razón de unas cuatro horas en promedio, multiplicadas por alrededor de quince inmersiones anuales, durante casi treinta años de trabajo, el señor Cú ha buceado entre las aguas que ennegrecemos todos juntos por lo menos mil ochocientas horas de su vida. Toda una vida.
Y él es responsable de evitar colapsos, tragedias sociales, que por facilidad, por costumbre, porque así son las cosas en este país, solo pueden ser resueltos por las manos de ciertos hombres.

Nadando con cacadrilos
Ni siquiera había empezado a amanecer, el 5 de febrero de 2010. A lo largo de la autopista que va de México a la ciudad de Puebla, en la franja centro–oriental del país, la muy densamente poblada colonia Chalco estaba casi dormida. Un estruendo, como de explosión, despertó a los vecinos, quienes apenas tuvieron tiempo de asomarse a mirar cómo un torrente negro, asqueroso, se les echaba encima como un tsunami: el desbordamiento del río La Compañía.
En cuestión de minutos las aguas pestilentes del río, que recibe residuos industriales y domésticos de una región con más de seis millones de habitantes, cubrieron más de tres kilómetros de autopista, una de las conexiones más importantes con la capital del país, arrastrando consigo tráileres, autos y árboles. Al amanecer, ya había una laguna de más de dos metros y medio de profundidad, que bañaba de desechos a más de tres mil viviendas.
—Cuando me llamaron, ya había todo un operativo, había muchos soldados y eran los que estaban rescatando a la gente que se había subido a sus azoteas, a los toldos de sus coches. Nosotros pasamos en helicóptero y vimos a la gente pidiendo ayuda desde sus techos y repletas las lanchas y anfibios que los iban a buscar –dice el señor Cú.
En cuestión de minutos, una fisura en el cárcamo de bombeo Avándaro se convirtió en un boquete que dejó salir millones de litros cúbicos de desechos. Por las características del incidente, los muros mal construidos y la gravedad de la afectación, las autoridades federales decidieron pedir la intervención inmediata del buzo del Sistema de Aguas de la Ciudad de México, para que taponara la avería manualmente.
—Es una de las cosas de las que más me siento orgulloso –dice–; me llamaron a las tres de la mañana y a las seis los generales ya habían puesto a mi cargo todo un batallón de soldados y marinos.
Armados de costales repletos de arena, los más de doscientos soldados hicieron cuadrillas de trabajo a las órdenes del señor Cú, quien por más de cuatro horas estuvo sumergido en la zona del boquete, aun con los riesgos para su propia vida, tratando de taponar la fisura con costales, pedazos de madera y cemento, hasta que la fuga de agua fue controlada. Entonces se cerró el boquete y se pudo comenzar el desazolve del río de suciedad, que dejó tras de sí una población de más de veinte mil damnificados que, según decía sobre sí misma, por corrupción ancestral fue obligada a nadar en un pantano repleto de cacadrilos, poposaurios y cacaimanes.
—Si hacemos el trabajo manualmente, se puede ahorrar mucho más tiempo. Siempre es más fácil que desmontar todo el sector, ver dónde está la falla y a veces es nomás una llanta o un aparato el que descompone todo. O una fisura pequeña que después se hace más grande por la presión del agua. Me ha pasado mucho, que una parte de la ciudad se queda sin agua porque se atora un horno microondas en una compuerta, una llanta o animales muertos. En una ocasión sacamos la carrocería casi completa de un Volkswagen, completita.
—¿Y siempre ha estado usted nomás?
—Cuando comenzó la unidad, en 1982, había otros dos buzos, pero uno ya se jubiló y el otro se cambió de área. Han pasado como diez compañeros, pero no todos aguantan este trabajo, porque estás de guardia los 365 días del año y además la paga no es mucha.
Según los registros oficiales, como jefe de su sección, el sueldo mensual del señor Cú no supera al mes los dieciocho mil pesos mexicanos, algo así como mil quinientos dólares, que se complementan a veces con los pagos extras que llega a recibir si presta servicios a entidades distintas del Distrito Federal.
Y así ha sido desde el comienzo de su trabajo, al que llegó, dice, por pura casualidad, cuando, una tarde de 1981, siendo empleado de escritorio en la misma oficina de aguas, uno de sus jefes le preguntó si era cierta la versión de que buceaba como amateur y si quería hacerlo para la institución, que necesitaba un buzo.
—Al principio te da miedo, como todo. Porque es algo distinto y no había de quién aprender. Era meterse al agua y hacer trabajos de albañilería, de mecánica, casi de eléctrico. A mi esposa hasta la fecha no le gusta mi trabajo.
—¿Qué le dice?
—Que es demasiado peligroso. No, nomás no quiere. Hace años perdimos a un compañero. Se metió a destapar un ducto y cuando removió el tapón la corriente lo arrastró hacia adentro. Lo rescatamos después, pero ps’ ya ‘staba muerto. Fue cuando mi esposa más me presionó para dejar el trabajo. Y a mis hijos tampoco les gusta, ¿eh? Sí bucean, porque ps’ les he enseñado lo bonito del buceo, pero no les gusta lo que hago.
Cuando hay inmersión en el agua potable no hay problema, dice, la claridad es completa, pero cuando son aguas negras no. Se depende por completo de los otros sentidos y de quienes están en la superficie. Mira a sus ayudantes, Ángel y Miguel, jóvenes veinteañeros aspirantes a buzos que juegan cartas mientras esperan que comience la inmersión. “Los he dejado que empiecen a aprender en agua potable, nomás ­–dice–, para que vayan viendo y aprendiendo también”.
Fernando, el más antiguo colaborador, próximo a la jubilación y quien le reconoce una experiencia vasta, igual que un considerable mal humor, me dice divertido: “Cuando esté abajo, pregúntale por la muerte… vas a ver cómo se pone”.

La muerte en la escafandraCu

—Btzzzz… bueno… btzzzz… lo que aquí nos encontramos son piezas peque… btzzzz… ñas, pedazos de madera, plástico, botellas. No hay nada que obstruya la colocación de la turbina. Es un… btzzzz… terreno fangoso, pero firme… ¿No sé si el reportero tenga alguna pregunta?
Desde la consola de la superficie, donde el señor Fernando, su regordete y canoso ayudante, mantiene comunicación con él, la voz del señor Cú parece serena, firme. Lleva unos minutos sumergido y esta vez no hay sorpresas.
—¿Qué siente?
—Siento mucha tranquilidad. Me entra mucha paz. Estas tú solo. No hay nadie alrededor. No ves nada. Nada más estás contigo. Cuando estoy a punto de entrar, siempre me pongo nervioso, me entran muchos nervios, pero nada más toco el agua se me quita. Tocar el agua me da mucha paz.
—¿Y la suciedad? ¿No le da asco nadar entre la mierda?
—No ves nada. No hueles nada. Abajo, hay veces que pones tu mano enfrente de ti y no la ves. Generalmente el agua es tan turbia que no alcanzas a ver nada –dice.
—¿Y eso le gusta?
—Es un trabajo que te tiene que gustar. Alguien… btzzzz… que sea muy nervioso no puede bucear –dice–, te tiene que gustar la sensación del traje, del agua, porque abajo estás solo, nadie va a poder ayudarte.
—¿Cómo le hace con la soledad, con la oscuridad?
—Me pongo a cantar. Cuando estoy muy concentrado, empiezo a cantar.
—¿Y qué canta?
—Cualquier cosa. Me gusta todo tipo de música. A veces reflexiono, pienso en muchas cosas. Es fácil cuando estás allá abajo. No hay nadie… btzzzz… no ves nada.
Sigo el consejo de Fernando. Le pregunto por la muerte.
Se queda callado. Un buen rato. No dice nada. Se escucha un murmullo quedo, el btzzz… de la interferencia, algo como si cantara. Imagino de inmediato una tonada de José José. No sé por qué me late que al señor Cú le debe gustar José José.
“Un compañero, hace algunos años, estaba abajo, y de repente ps’ como que se oía como si estuviera platicando con alguien. Cuando le pregunté que qué hacía me contestó que estaba platicando. Con la muerte, me dijo, que estaba platicando con la muerte. Que la sentía ahí, a un lado de él, y ps’ que se ponía a platicar con ella”.
—¿Usted no la ha sentido?
—No. Yo no la he sentido. Quizá porque, gracias a Dios, nunca me ha pasado nada.
—¿Pero sí piensa en ella?
—No. No me gusta pensar en eso. Pero la he soñado.
—¿Qué ha soñado?
—Varias veces he soñado que estoy buceando, en el mar, fíjate, que estoy buceando en el mar y que me quedo atorado y no puedo zafarme. No puedo zafarme y nomás es de quitarme la aleta y ya, pero no puedo, se me queda atorado el pie. Y me despierto –dice.
Corta la comunicación, da indicaciones para que lo suban. El terreno es fangoso y el señor Cú hoy no piensa caminar.

La suavidad del muerto
Los muchachos se aprestan a recibirlo con cubetas llenas de agua con cloro y jabón biodegradable. Un chorro potente. Luego otro. Sobre la canastilla quedan envoltorios de golosinas, botellas y esa especie de hilachos lodosos de sustancia mucho tiempo sumergida en aguas.
Cuando se quita la escafandra, el señor Cú tiene el rostro enrojecido, los ojos como saltados. Está contento.
— Ya estoy en el tiempo de pedir mi retiro. Pero no quiero pensar en eso. Lo estoy retrasando. Todavía me siento fuerte. La verdad, de mi trabajo me gusta todo. Cuando estoy allá adentro, buceando, soy un hombre feliz –dice.
—¿Cuál es el momento que más satisfacción le da?
—Me siento muy satisfecho de los cuerpos que he recuperado. Que se acerquen los familiares y te digan gracias por ayudarles a recuperar un cuerpo y que lo puedan llorar en paz. Es algo que no pagas con nada. Mucha gente puede no ser rescatada. Pienso mucho en eso.
—¿Y cómo le hace para reconocer un cuerpo allá abajo, si no ve nada y trae los guantes y los trajes?
—Tú lo sientes –dice, me toma del brazo, me lo aprieta, lo tienta, lo recorre con los dedos–, si te encuentras algo así, vas siguiendo el contorno, a veces es un brazo, o una pierna… y la vas siguiendo así, con los dedos, para imaginar la forma… vas haciendo la forma en la mente. Como si lo acariciaras.
—¿No se confunde con otros desechos?
—No. Algunos compañeros dicen que los mismos muertos te llaman para que los rescates. Los tocas y se siente algo especial, distinto. No sé. Es algo que uno… quizá pura intuición. Es algo que solo los que hemos estado aquí podemos entender.
Mientras se quita el traje, mientras pendejea a sus ayudantes y analiza los errores de la inmersión, veo al señor Cú y pienso que quizá ha desarrollado una mirada distinta. Quizá, después de tantos años buceando en la profundidad de lo oscuro, haya conseguido una forma muy distinta de mirar, de tocar, de sentir.
Como si su cuerpo, a fuerza de tanto volver al fondo ennegrecido, hubiera recobrado la destreza de aquel momento de nuestra especie en que fuimos seres de agua.

Publicado en la revista colombiana SoHo.

Versión especial del texto publicado en El Universal


...Y retiemble en sus centros Manhattan

NUEVA YORK.- Es la noche del 8 de diciembre del año 2004. En la isla hay un frío que  parece anteceder a las nevadas. En la esquina de la Segunda Avenida y la calle 117, en el Harlem Este, dentro de un viejo edificio de apartamentos se atrinchera un grupo de 16 familias, casi todos personas de origen mexicano, como más de 500 mil queviven y trabajan en la zona metropolitana de Nueva York.

Son personas que durante 10, 15 años han sido habitantes del edificio que está a punto de ser desalojado por su propietario, Steven Kessner. Estos boricuas, ecuatorianos y mexicanos pagan alquileres de entre 600 y mil dólares por apartamentos de una o dos habitaciones, sala-comedor, cocina y baño, en la plena isla de Manhattan. Un precio irrisorio para los estándares neoyorquinos de estos tiempos.

Feligreses de la iglesia de Santa Cecilia, que ocupa un predio cercano en la calle 106, piden apoyo a los responsables de la parroquia, que de inmediato los ponen en contacto con Juan Haro, un activista a favor de los derechos del migrante. En el recibidor del edificio, hechos llanto y gritos, comienzan a discutir la forma dedefenderse del desalojo. Ya sin agua caliente, sin calefacción, sin luz, que el propietario del inmueble ha cortado desde meses atrás para obligarles a salir, las familias se niegan a emprender el éxodo masivo, a buscar acomodo en algún otro sitio.

—Si nos vamos a otra parte de la ciudad, va a pasar lo mismo. Los métodos son los mismos —me dice uno de los latinos. Apoyados por Juan Haro, revisan la legislación local y se dan cuenta de una cláusula, que se erige como as bajo la manga: un inquilino, sea de inmueble privado o público, no puede ser lanzado a la calle de un día para otro.

Llevan el caso ante la Corte, aunque hay poco margen para el optimismo. En Nueva York, como en otras grandes urbes del mundo, avanza un fenómeno social incipiente en esos días: la gentrificación.

¿De qué se trata? Es fácil explicarlo: “desplazamiento de pobres por ricos”, me cuenta Óscar Domínguez, un muchacho veinteañero bajito, de manos como gorriones, pequeñas grietas a modo de ojos, una nuez en la nariz, el cabello mestizo y rebelde, la voz serena, mansa, mezcolanza de raíz indígena y un espanglish que deja escapar tanto los gentrification y dispossession que denotan un inglés con raigambre e intenciones, como los haiga y tráibanosheredados de su natal San Luis Chalma, en el serrano Tlapanalá del estado de Puebla.

Los viejos vecindarios de comienzos del siglo XX, que se erigen hacia las orillas de las ciudades para ser habitados por los obreros y las clases más bajas, al pasar el siglo  quedan atrapados en los centros de las metrópolis, por efecto del crecimiento de la mancha urbana.

Perfectamente conectados, con edificios sólidos, algunos hasta bellos, o con terrenos dispuestos para todos los servicios, el transporte y el equipamiento urbano, en el principio del siglo XXI se convierten en el objeto de codicia de los propietarios, las inmobiliarias y las urbanizadoras que, tras remodelaciones, edificaciones o aumento de costos en los alquileres, empiezan procesos de aburguesamiento y recategorización social, con los que desplazan a los habitantes más pobres por jóvenes parejas de clases medias altas y altas.

El Harlem hispano no es la excepción: una gran cuadrícula de edificios de entre dos y siete pisos, muchos de éstos apenas separados por unas cuantas calles de la entrada norte de Central Park, donde un lago diminuto corona la falda de una peñasco colmado de abetos, pinos y maples, con hojas marrón, rojo cenizo, verde despintado según se las vea en invierno o primavera.

Con un supermercado en la avenida Madison, una gran biblioteca pública, la calle Tito Puente y otras pletóricas de comercios, una estación del Metro, el tren suburbano, el Downtown a 15 minutos, el Yankee Stadium a 10. Una zona, en fin, que a partir de los años 50 comienza a ser conocida como El Barrio, porque se puebla de puertorriqueños, dominicanos, jamaicanos y mexicanos.

—Dicen que hay secciones de vivienda accesible, pero el mínimo es two thousand dollar. Son estudios… otro estilo de vida, más proyectado a la gente joven, de dinero, solteros. No quieren niños. Son apartamentos para gente blanca, con perro —me cuenta Óscar.

Asesorados por Juan Haro, algunos libros de derecho y diccionarios inglés-español, los habitantes del edificio de la calle 117 promueven un juicio civil y comercial contra Kessner, un acaudalado economista y constructor, propietario de casi 60 edificios multifamiliares y comerciales en Manhattan, según su propia página web, a quien acusan de no dar mantenimiento a los inmuebles, imponer condiciones de habitación inferiores a las permitidas por la ley y de oponerse al derecho a la vivienda digna.

La Corte local da entrada a la querella y el asunto se discute por meses, mientras los ocupantes del 117 permanecen en sus viviendas, suman a su queja a inquilinos de otros edificios y salen a la calle a realizar protestas en las oficinas del economista, en las calles de El Barrio, en las escalinatas de la Corte y aun en la sede de la alcaldía.

Con pancartas, lonas, cartulinas escritas en un espanglish tallado a mano, en grupos de 10, 15 personas, se apostan en los accesos de tal o cual edificio y tejen una retahíla de consignas gestadas a su modo: “No nos vamos”, “We have rigths”, “No nos moverán”, “And justice for all, cabrones”. Empiezan a obtener miradas y adhesiones.

Un diario local, The Village Voice, les da espacio e identifica a Kessner como un Lord del negocio inmobiliario neoyorquino. Lo ubica entre los 10 peores propietarios de la isla. Documenta lo que llama “miles de violaciones a los reglamentos de mantenimiento y reparación detectadas en sus edificios” y compara la mansión de más de un millón y medio de dólares que habita el magnate en Florida, con “las pocilgas que arrenda a precios cada vez más altos”.

El diario también publica fotografías de las viviendas y las primeras denuncias: “Harlem Este está sufriendo una ola de hostigamiento, abuso e intimidación, con los intentos de los codiciosos por expulsarnos de nuestros hogares, para subir las rentas y aumentar las ganancias”, dice Juan Haro, ya convertido en vocero del incipiente movimiento.

Como respuesta, Kessner paga su propia campaña mediática para responder a las acusaciones y denuncia a The Village Voice por “tergiversar la realidad y tomar un caso insignificante para hacerlo ver como un deterioro generalizado” en todos sus edificios. Al mismo tiempo, denuncia que inmigrantes ilegales, algunos de ellos narcotraficantes, utilizan sus inmuebles como escondites para evadir a las autoridades.

“Un edificio de la calle 117 Oeste cuenta con todo nuevo, incluso las ventanas y las tuberías de gas nuevas. Pero en ese edificio hay unos 10 apartamentos superpoblados con hasta 15 o 20 personas”, publica el empresario.

“Esto incluye a pandilleros y traficantes de drogas. Día tras día, ellos destruyen el edificio. Hay que ver sus cocinas, cubiertas de grasa, las paredes de los pasillos grafiteadas, los baños, los patios llenos de basura. Se podría pensar que el dueño es malo, pero si se espera un poco, se averiguará la verdad”, dice en su página web, http://www.stevenkessner.org.

Abatidos, sin posibilidad de hacer frente al poder económico de su contrincante, a la lucha legal que cada vez los aplasta más porque carecen de dinero, y los atrapa incluso en redadas de las que comienzan a ser víctimas, mientras buscan en revistas, libros y videos algún método para mantenerse unidos, los migrantes se topan, en junio de 2005, con la Sexta Declaración de la Selva Lacandona.

Desde algún lugar de Chiapas, el Ejército Zapatista de Liberación Nacional (EZLN) anuncia que deja la lucha armada, para comenzar un movimiento que lo una a organizaciones políticas y sociales de izquierda en el mundo a través de La Otra Campaña.

“El capitalismo de la globalización —dice el EZLN en su declaratoria—, se basa en la explotación, el despojo, el desprecio y la represión a los que no se dejan”. El capitalismo “hace su riqueza con despojo, o sea con robo, porque les quita a otros lo que ambiciona, por ejemplo tierras y riquezas naturales. O sea es un sistema donde los robadores están libres y son admirados y puestos como ejemplo”.

El llamado del EZLN, “vamos a seguir luchando por los pueblos indios de México, pero ya no sólo por ellos, sino por todos los explotados y desposeídos de México, con todos ellos y en todo el país. Y cuando decimos que todos los explotados de México, también estamos hablando  de los hermanos y hermanas que se han tenido que ir a Estados Unidos a buscar trabajo para poder sobrevivir”, rebota en los  edificios de El Barrio y se mete en la conciencia de los migrantes, como un resorte, y ellos, muy pronto,  aprenderán a utilizar: “No estamos solos”.

Un desafío idealista

Brazo de Latinoamérica, una región del mundo que aprendió a convivir con el caos, El Barrio es suma y síntesis: hacinamiento, bajo nivel de instrucción, desigualdad social, altos índices de inseguridad, muchos problemas sociales.

De acuerdo con estimaciones de la Asociación Tepeyac, una organización local de apoyo a migrantes, de los más de 100 mil habitantes con que cuenta El Barrio, la mitad son latinos y casi el 40 por ciento del total debe vivir por debajo del umbral de la pobreza, con ingresos que no superan los 23 mil dólares por año. Menos de la mitad del ingreso mensual promedio en la isla.

El Barrio es lugar de gente que trabaja en restaurantes, bodegas, servicios de limpieza doméstica, como meseros o nanas de los niños neoyorquinos, hay poco margen de acción para organizarse en otra actividad que no sea buscar el sustento diario.

La tarde en que nos vemos, el 27 de enero de 2012, Óscar Domínguez me cita en la esquina de Lexington y la 116, una zona llena de tiendas y vendedores callejeros. No lo conozco ni me conoce, por lo que el encuentro debe darse por tanteo.

Cuando por fin nos identificamos, me lleva de inmediato a Las delicias mexicanas, un restaurante de antojitos. Aunque ha cumplido una jornada de diez horas consecutivas de limpiar mesas, sacar basura, trapear y lavar la loza sucia, trabajo que realiza en un Deli ubicado a 20 minutos en Metro de El Barrio, en el Midtown neoyorkino, Óscar se esmera en el relato de su historia. De sus historias. Porque ellos suman cientos.

—Esto nace de ver lo que nos estaba pasando acá, y’nou. El migrante no tiene salida. Vienes de allá, donde te quitan todo, y llegas acá donde todo el tiempo te dicen que nada es tuyo. ¿Para dónde vamos ahora? ¿Qué sigue? —me dice.

Come una chalupa de salsa roja que no pica nada, bebe de un tarro de café negro con bastante azúcar y lucha contra los sonidos de pláticas ajenas, contra Chayanne, el cantante, quien desde las bocinas de Las delicias mexicanas, en la Tercera Avenida casi esquina con la 115, se pregunta apesadumbrado dónde quedan las palabras, el amor que le juraban.

—Es como cuando nos encierran en un callejón… no tienes de otra: vamos a luchar ¿No? Vamos a luchar o dejarnos morir. Luchar o dejarse morir —me dice.

El migrante nacido en Puebla ha visto cómo se ha gestado, cómo ha nacido y ha ido creciendo el movimiento del cual es parte, que ha importado desde Chiapas los ideales zapatistas de la Sexta Declaración de la Selva Lacandona, los ha llevado hasta las puertas mismas de la Alcaldía de Nueva York, se ha diseminado por el Harlem hispano, donde hay centenares de mexicanos sin inglés ni papeles, y ha emergido, como grito de guerra “¡El Barrio no se vende, El Barrio se defiende!”, hasta conseguir, en ocho años, que retiemble en sus centros Manhattan.

—Al llegar acá no tráibamos este análisis político, social, económico de ahora, que fue dándose conforme fuimos creciendo, al ir a reuniones, al crecer como organización ¿no? No teníamos tiempo de estudiar. Nadie. Leímos. Yo tengo mi familia. Trabajo de nueve a 12 horas, o hasta 14, cinco días, y descanso entre semana. En promedio 55 horas a la semana que trabajo. No hay tiempo de estudiar —me confiesa Óscar.

—¿Cómo lo hicieron, entonces? —le pregunto.

—Vencimos los miedos de estar organizados y de ser migrantes en otra cultura, el racismo, la desigualdad en sueldos, la desventaja de que nuestros hijos no vayan a la escuela, no tener ID (identificación oficial) que nos impide ir a un hospital.

—¿Estaban preparados?

—Conocer la Sexta Declaración fue un boom para nosotros. Ver cómo a ellos los despojan los ricos y a nosotros también, fue asombroso… y’nou… su pobre nivel de educación y alcanzar a tener ese análisis fue… nosotros teníamos que hacerlo también.

—¿En la cuna del capitalismo…

—Nos dijimos: vamos a tratar, a ver qué sale. ¿A dónde nos vamos a ir? ¿Si nos venimos de nuestro país de origen porque las cosas están mal y llegamos aquí y aquí tampoco nos quieren… a dónde nos vamos a ir? —me dice sin siquiera titubear. Óscar no deja de sostener la mirada frente a la mía, abrillantada, llana, como la que se dibuja en los ojos de un niño justo después de que ha dejado de llorar.

Cuando recrudecen los ataques de Steven Kessner y conectan su inquietud con las de los zapatistas, entre julio y agosto de 2005, los habitantes de unos 40 edificios deciden organizar un grupo formal. Lo denominan Movement for Justice in El Barrio (Movimiento por la Justicia de El Barrio).

Realizan foros públicos, reuniones, buscan la forma de sumarse a La Otra Campaña, que de inmediato los pone en comunicación con más de 20 redes sociales del resto de Estados Unidos, principalmente de New Jersey, Rhode Island, Pennsylvania y Connecticut. Además de otras tantas en México y Europa.

“A través de nuestra Consulta de El Barrio, inspirados por los zapatistas, implementamos nuestra propia democracia participativa y popular. Con este proceso, 1,500 pobladores de la comunidad decidieron cuál era nuestro siguiente paso”, anuncian en uno de sus primeros comunicados,  en 2005.

Adoptan como segundo nombre la denominación La Otra Campaña Nueva York y realizan encuentros por la Dignidad y Contra el Desalojo Neoliberal: una fiesta popular para compartir experiencias donde al final los niños rompen una piñata, “la piñata neoliberal”.

—Como migrantes, sucede que nos organizamos mejor porque todos estábamos en vivienda privada, porque la mayoría no piden documentos legales para vivir ahí. En la vivienda pública sí es necesario tener documentos —me dice.

Vistas desde México, donde recurrentemente miles suelen echar mano de las calles, de los bloqueos y las protestas para apurar a las autoridades, las imágenes de las primeras manifestaciones del Movimiento pueden parecer insignificantes: apenas unos 50, 100 hombres y mujeres, niños muchos de ellos, morenos casi todos, muy pocos más altos que el metro y 70, la ropa sencilla, de mala calidad, los rostros de un país que está muy lejos, de un pueblo que ya no miran amanecer, de la gente que ya no tocan.

Pero se trata del primer movimiento de resistencia de migrantes latinos en la ciudad de Nueva York y ese sólo hecho los hace crecer, ganar notoriedad.

El milagro

El 26 de marzo de 2007, aparece un comentario en el diario inglés The Times: el gigante inmobiliario Dawnay Day Group, asentado en Londres, ha adquirido por 250 millones de dólares, poco menos de 127 millones de libras, un conglomerado de edificios en Harlem Este, como paso inicial de un proyecto que busca alcanzar un valor de mercado de poco más de 5 mil millones de libras en cinco años.

La inversión, anota The Times, “representa un negocio enorme en la rápida gentrificación de la zona norte de Manhattan, que por más de un siglo ha servido de gueto para las comunidades inmigrantes más pobres, y que hasta hace poco era una zona a la que las clases medias y altas, en gran parte blancas del bajo Manhattan, no se acercaban”.

En la transacción juegan la caída del mercado americano, la debilidad del dólar frente a la libra y sobre todo la oferta de “un vendedor privado americano”, Kessner, quien se desprende de 47 edificios, con un total de mil 137 apartamentos de una y dos recámaras, así como 55 espacios comerciales, ubicados en el ala norte de Central Park, entre las calles 100 Este y 120 Este: El Barrio.

La inmobiliaria recrudece el acoso contra el Movimiento y acelera las negociaciones para un desalojo paulatino. Para el Movimiento, esas palabras, pero sobre todo sus implicaciones, avivan una guerra que amenaza con cruzar el Atlántico.

Cada mes, los nuevos inquilinos de la trasnacional reciben avisos sobre inminentes cobros de miles de dólares por reparaciones inmobiliarias, uso de equipo de lavado y aire acondicionado, que al negarse a saldar, aumentan.

“Sobre el plan de desalojo de Dawnay Day Group, hemos iniciado un caso legal, para poner un alto a la práctica de tratar de cobrar falsos cargos a los inquilinos. Esto lo hacen como una forma de hostigamiento e intimidación”, dice Juan Haro en una carta electrónica que me envía en 2009, cuando me acerco por primera vez a conocer su historia.

“Sabemos que son tasas ilegales, y que son una forma de acoso, pero no vamos a caer en la trampa”, me dice, y anuncia una gira internacional de protestas que los llevará hasta las calles de Londres.

La idea es presentarse en las instalaciones de Dawnay Day Group para exigir un alto al acoso y al proceso de gentrificación del Harlem hispano, visitar Inglaterra, Gales, Escocia, Francia y España, para que organizaciones no gubernamentales de esos lugares se sumen a su lucha, la respalden, y entre todos combatan lo que ellos llaman “el neoliberalismo que intenta acabar con los seres humanos”.

Con algunas autoridades locales en contra, como la concejala del distrito, Melissa Mark Viverito, una puertorriqueña que desde su cargo público apoya los proyectos de la inmobiliaria inglesa, principalmente la creación de zonas comerciales, recreativas, edificios modernos y la revitalización económica de El Barrio, el Movimiento parece encaminarse a la derrota.

“Melissa hizo historia al convertirse en la primera mujer puertorriqueña elegida para servir en el Octavo Distrito”, dice el Movimiento de El Barrio en un correo del 2009, “pero se ha vendido a los intereses capitalistas al aprobar un plan de rezonificación que traerá condominios y rascacielos de 21 pisos a la histórica calle de Harlem 125”.

Pero, en un hecho que hasta los mismos migrantes califican de justicia divina, una mañana de octubre de 2009 los integrantes del Movimiento reciben una notificación de la Corte: víctima del crack financiero e inmobiliario que azota a Europa y Estados Unidos, Dawnay Day Group se declara en bancarrota, incumple los pagos correspondientes a la propiedad de los 47 edificios de El Barrio y causa ejecución hipotecaria por parte del gobierno de Estados Unidos.

En un ejercicio de exceso de confianza, el gigante inmobiliario inglés había adquirido los 47 edificios de El Barrio, su primera incursión en el mercado estadounidense, con un exceso de apalancamiento financiero, a través de una deuda, que en octubre de 2009 se sumó a la caída de sus inversiones por más de 10 mil millones de dólares en activos de bienes raíces por todo el mundo, lo que la convirtió en una de las principales víctimas de la crisis internacional.

—Es un día glorioso, un triunfo de las proporciones de David contra Goliat —dice uno de los integrantes del Movimiento, mientras marcha en las calles de El Barrio; el colectivo deja ver pancartas, lágrimas: están celebrando su inesperada victoria.

—¡No nos moverán! —gritan.

La lucha sigue

Óscar termina de comer su sope que no pica. Me habla de su hijo, de su esposa, me cuenta de San Luis Chalma y de que un día, quién sabe cuándo, habrá de regresar a su pueblo saqueado, devastado por la globalización.

Después de ocho años, desde aquella noche fría de diciembre de 2004, el Movimiento por la Justicia de El Barrio es una organización fuerte, consolidada, que tiene reconocimiento social pero también jurídico y se ha convertido en una referencia para movimientos de migrantes en Estados Unidos.

—¿Cómo visualizas tu mundo perfecto? —le pregunto.

—Creo que no lo hay. El mundo perfecto no lo conocemos. Creo que el entendimiento del ser humano se ha extraviado. No sé, valores que hemos perdido.

—¿Entonces a qué aspiras, qué motores te mueven?

—No queremos ser ricos, no. Ni queremos carros, ni la ropa que ellos visten, ni nada de eso. Si me preguntas qué quiero… quiero volver a nuestras tierras y practicar nuestra cultura… si tú vas a mi pueblo, es triste lo que vas a ver, yo lo recuerdo muy bien: se fue mucha gente, nuestras tierras se las vendieron a empresas de España, que hacen invernaderos de tomate, y el pueblo ahora va a trabajar a las tierras que antes eran de ellos, pero están más pobres, más necesitados y sin una vida

—Así es el mundo…

—No, así lo hicieron los políticos y los capitalistas para beneficio de ellos, es como… es la conexión entre capitalismo y gobierno, quieren hacer más dinero sin ver a los demás…

—¿Es la raíz de su lucha?

—Nosotros les demostramos que hay otra ciudad, otra gente pobre, El Otro Nueva York.

Hay otros pobres que trabajan en los restaurantes, abajo. ¿Cómo exponerlo? Desde el corazón del capitalismo estamos en resistencia, aquí donde están las bases del capitalismo es posible organizarnos…

Me habla de los nuevos desafíos que tiene el Movimiento, porque la lucha por una vivienda digna no termina todavía: los proyectos de expansión de la Universidad de Columbia hacia la zona de Harlem Este, el de hacer un corredor comercial-turístico River to River, el de convertir a El Barrio en una zona habitacional para las clases medias altas y altas, siguen vivos. “Y Melissa Mark Viverito sigue en su puesto”, dice.

—Nos invitaron a sumarnos al movimiento de los Ocupas de Wall Street y esta noche hay una reunión, ¿quieres acompañarnos? —me cuenta.

Dejamos El Barrio, nos dirigimos al Metro. Harta gente, bullicio. Y la música: salsas, Vicente Fernández, corridos norteños. Avanzamos entre taquerías, garnacherías, tiendas de todo tipo. Como si compitieran en estruendo, las distintas épocas de la cultura latina se manifiestan a decibeles: de las trompetas de una bachata uno salta a las rimas de un reggaetón, de los candores de un son caribeño nos vamos a Pitbull, de Calle 13 a La Lupe, con su voz que desgarra, aprieta: “Hoy me pides tú las estrellas y el sol, no soy un Dios. Así como soy, yo te ofrezco mi amor, no tengo más”.

Como pez de ciudad, Óscar me guía con mucha destreza por los laberintos del Metro de Nueva York, hasta la calle 23, en el barrio de Chelsea, donde es la reunión secreta del grupo de inconformes.

Muy en la onda de Los ejércitos de la noche, el icónico relato de Norman Mailer sobre el activismo estadounidense en los años 70, los activistas de hoy redefinen su estrategia de lucha, sus objetivos. En el lugar hay unas 40 personas, casi todos clasemedieros, gente sin tantos problemas económicos para sobrevivir en lo inmediato, quienes hablan de sumar a su lucha al Movimiento por la Justicia de El Barrio, a la gente como Óscar que debe trabajar hasta 14 horas diarias, cinco días por semana, para poder comer.

Quieren que el Movimiento se sume a sus mesas de trabajo, en las que estudiantes, académicos, activistas y líderes de organizaciones civiles discuten si las protestas de Wall Street deben transitar hacia la aceptación de ofrecimientos políticos o seguir peleando ajenas al sistema político tradicional; si deben incrementar su participación beligerante o diluirse avasallados ante los embates del neoliberalismo y el poder económico.

—Nuestra lucha es otra y es algo que está intacto —me dice Óscar convencido—, acercarnos a ellos nos permite seguir siendo visibles, y’nou... pero nosotros luchamos por El Barrio… nosotros no nos vamos a mover de El Barrio. Dificilmente podríamos sumarnos con ellos. Nosotros tenemos que trabajar durante  el día. Nuestra realidad es otra y no podemos dejar de trabajar para poder cambiarla.

Su voz, particularmente profunda, parece estallar desde dentro. Como si ese muchacho, su garganta alzada apenas a un metro y 65 del suelo, quisiera que cada palabra pudiera tener el efecto de una carga de dinamita, de una orden de paso redoblado en un pelotón de artillería.

El Movimiento por la Justicia de El Barrio ha logrado que cientos de familias no hayan sido desalojadas de sus viviendas en Manhattan. Un logro que no es poca cosa. Pero también se ha hecho visible, sólido, como un movimiento social y filo zapatista que nació marginal pero se ha robustecido, en el corazón mismo del capitalismo mundial.

Me queda claro cuando veo a Óscar dialogar con los otros activistas. Cómo lo miran seriamente, cómo lo escuchan silenciosos, con respeto, cómo escuchan sus experiencias contra el gigante inmobiliario, cómo habla de otros movimientos de migrantes que se les han acercado, a quienes han dado asesoría, cómo han compartido su experiencia con activistas de diversos países de América y Europa. Cómo han crecido.

Me recargo en una ventana y desde ahí miro hacia el destello de un anuncio. Es un restaurante ubicado sobre la calle 23, cuyo nombre me arranca una gran sonrisa: no hay nombre más idóneo para Óscar, para los integrantes del Movimiento, para tantos hombres y mujeres que, por encima de su miedo, han asumido el oficio de luchar contra gigantes. Ese restaurante se llama “El Quijote”.♠

Publicado en la revista DOMINGO de El Universal

 


¡Ya es hora de que gane el pueblo!

No sé si es el tumulto de tanta gente junta, la necesidad imperiosa de sacudirme una emoción que se me atraganta en el cuello o sólo es un dejarme llevar sereno, silencioso, inexplicable: justo en el momento que él grita “ya es hora de que gane el pueblo”, justo cuando veo a la mujer que está a mi lado, una mujer casi anciana, el cabello cano, hirsuto, la boca sin dientes, la banderita amarilla atenazada en la mano, los ojos vidriosos que miran sin parpadeos a la pantalla, como quien pide una esperanza, yo ya no hago mucho por detener el contagio, las lágrimas que me brotan como truenos.

Comienzo a llorar.

Así, a lo macho. Como se chilla de emoción cuando se gana algo. Como se lagrimea al recibir una buena noticia largamente esperada.

En medio de miles que estamos hacinados como frijoles refritos en la plancha del Palacio de Bellas Artes, el lugar más cercano al Zócalo que puedo encontrar, comienzo a llorar como un chamaco.

Y no tengo una manera objetiva de decir esto, porque no tengo memoria para describir lo que ven mis ojos.

Yo, que he debido vivir tumultos zocaleros centenares de veces, que me ha tocado reportear cientos de marchas, mítines, primeros de mayo, cierres de campaña, festejos futboleros, desafueros, protestas, no tengo memoria suficiente para dimensionar lo grueso del gentío.

En su cierre de campaña, el candidato presidencial de las izquierdas, Andrés Manuel López Obrador, no ha llenado el Zócalo, ha desbordado el Centro Histórico de la ciudad de México, que dejó de gobernar hace siete años.

Porque no hay cientos, ni miles, ni decenas de miles. Somos centenares de miles, en miércoles por la tarde, que nos reunimos ahí, que marchamos, que gritamos, que bailamos, que festejamos desde el Ángel de la Independencia hasta el lugar al que podamos llegar, para compartir una idea, “ya es hora de que gane el pueblo”, y una emoción que estalla: "así como me quieren, así los quiero yo".

“Es un honor estar con Obrador”, gritan siete chamacos al unísono, armados con un largo pedazo de tela verde y una caja de cartón pintada con lo que pretende ser una efigie de Quetzalcóatl.

“El cambio ya va llegando, el cambio viene cantando”, twitean y retwitean otros, armando una red que entra por las pantallas de las computadoras, corre por los cables y llega hasta la calle que replica, a modo de fotocopias, las primeras imágenes de un Zócalo atiborrado.

Tangibles unos, virtuales los otros. Porque así es como funciona la nueva dimensión social. Una mitad tangible, gorda, avasallante, que se nutre de gritos y pancartas en medio de la calle, de olores, de texturas, de sabores, y otra mitad virtual, inasible, insospechada, que nace de los dedos de una mano acariciando un teléfono, una computadora, una pantalla, y conecta en un click individualidades distintas en los puntos más distantes.

Para crear juntas un nuevo todo, donde el aquí ya no sólo es sólo aquí sino aquí-ahí-allá, y donde la realidad se multiplica, se expande, se desborda. Nodos libres y unidos a la vez.

Por eso el Zócalo de López Obrador, oloroso a sudor, a elote, a salsa Valentina, a refrescos, pegajoso de tanta cercanía, ruidoso hasta el dolor de cabeza, es también un Zócalo virtual, repleto, que se replica en Monterrey, en Morelia, en Guadalajara, y hace de un time-laps de la empresa WebCams de México, subido quién sabe a qué horas por quién sabe quién en quién sabe dónde (http://www.webcamsdemexico.com/webcamtimelapse.php?a=f&c=9&f=2012-06-27) un trending topic en menos de una hora, y la forma en que paulatinamente se va colmando la plaza, el gentío, el paso del día a la noche, es visto por miles de ojos en cuadros de 1 foto por segundo, o 15, o 30.

Y aún cuando las pancartas, los gorros, las máscaras que se repiten por miles hablen de un temor, también hay escondida una esperanza.

Un temor, ante una nueva derrota, porque México tiene dueños y su poder inmenso no es cualquier baba: ahí están como prueba las mentes de miles de personas carcomidas por la televisión, convencidas de que “ese hombre es un loco”, aunque carezcan de argumentos para documentar el delirio; “es un Hugo Chávez”, aunque no sepan ni siquiera dónde está Venezuela; “nos va a quitar nuestro patrimonio”, aunque en realidad no posean nada porque todo se los han quitado cuando les enseñaron la mansedumbre.

Y una esperanza, robusta, plena, convencida esperanza, de que ahora sí es la buena. Que ahora sí va a ganar la gente, que por una vez las instituciones mexicanas serán instituciones y no una guarida de bandidos, que ahora sí los mexicanos pensarán también en el otro y no sólo en sí mismos, que por una vez tendremos una democracia verdadera, una libertad absoluta, que se acabó la corrupción, que se desmantelaron las redes de poder, que no existe Elba Esther Gordillo, la bruja del siglo XXI, que los mapaches son sólo unos mamíferos carnívoros de la familia de los prociónidos, que el carrusel es un juego de niños, que la operación tamal es una cruzada contra la hambruna diaria que padecen más de 15 millones de mexicanos, que la tinta es indeleble, que no hay anillos marcadores, que el fraude se castiga, que México es otra nación y no ha estado postrada por más de 85 años ni seguirá postrada otros tantos más.

“Se ve, se siente, tenemos presidente”, cantan unos en el Ángel, “si hay imposición, habrá revolución”, amenazan otros frente a la estatua de Cristóbal Colón. “Ingeniero, Ingeniero, yo voté por usted”, claman algunos más cuando llega Cuauhtémoc Cárdenas a apoyar un movimiento que hace seis años lo necesitó. "Presidente, presidente", chillan ante el candidato, "Obrador, Obrador", dice revueltos todos en una fila interminable de amarillos, blancos, rojos, que ocupa los carriles centrales del Paseo de la Reforma desde las tres y media de la tarde y que para las siete no ha acabado, no se ha diluido, ni se ha desperdigado. Dicen que van a votar por la izquierda, pues pese a todo el poderío mediático, aplastante, avasallante, no se logra destruir una candidatura que comenzó con burlas y acabó con ataques. Que empezó, según las cuentas de los que informan contra reembolso, 30 puntos abajo y acabó 4 puntos arriba.

Por eso no sé explicar lo que observo. Por eso me falta memoria para decir lo que veo.

¿Cómo se explican objetivamente todas esas calles bañadas de gritos, esa marea, ese coincidir de miles de mentes dispuestas? ¿De qué forma imparcial se relata que Madero está llena de gente, que Cinco de Mayo está llena, que 16 de septiembre está llena, que 20 de noviembre, Pino Suárez, Venustiano Carranza, Donceles, que la Avenida Juárez encausan un río de pancartas, banderas, cartulinas?

¿Cómo puedo decir lo que he visto?

¿Cómo puedo despojarme de mi propia emoción, de mi subjetividad, si veo a esa mujer desdentada, seguramente muy pobre, su ropa modesta, su banderita amarilla atenazada en la mano, su cabello hirsuto, justo en el momento que sus ojos, vidriosos de lágrimas, me hacen estremecerme al punto del llanto mientras escuchamos que Andrés, a través del eco de una bocina distante quién sabe cuántos metros, nos grita

"¡¡¡YA ES HORA DE QUE GANE EL PUEBLO!!!"... y todos creemos lo mismo, que sí, que ya es hora de que gane el pueblo?♠


¡Arrebatamos a los poderes fácticos el triunfo fácil!

zcalo-protestas-desafuero-andrs-manuel-lpez-obradorEstá cerrada. Completamente cerrada.

Un bombardeo mediático incesante, sin precedentes, nos aplastó en los cines, en los diarios, en la radio, la televisión, la internet, en llamadas telefónicas, por correo, en las calles, en los edificios, en los puentes, en los transportes, y aún así hoy la lucha por la presidencia está cerrada.

Las viejas estructuras de control y cooptación, en manzanas, colonias, barrios, municipios, estados, fueron tres décadas atrás para la entrega de despensas, pendejaditas, material de construcción, tortas, lonches, tarjetas con cupones de despensa, promesas, amenazas, golpes, acarreos, y aún así, al final del ciclo la competencia está cerrada.

¿No lo han visto así?

Por primera vez en la historia de México, la sociedad libre, democrática, viva, organizada como ha podido, a veces torpemente, hoy le disputa su futuro a los poderes fácticos, a los dueños de México. Y es una lucha al tú por tú.

Por cada maestro antipatriota que obedece ciego las ordenes de la nauseabunda Elba Esther Gordillo, hay un joven del movimiento #YoSoy132 que quiere custodiar la democracia. Por cada mapache, cada operador tamal, cada voto por billete, cada transa obviada por los ojos de la autoridad electoral a modo, hay un ANONYMUS dispuesto a ventilar los rostros de los traidores. Por cada "voto verde" comprado a la miseria, hay un voto libre convencido del YA BASTA y armado con celular, con cámara, con twitteo. Por cada columnista vendido, por cada titular arrebatado, por cada pluma acomodada, hay un espacio libre que se replica, una voz ansiosa de encontrar sus ecos, un post aguerrido, un blog incesante que se difunde en fotocopia.

Resistiendo a su poder inmenso, aguantando su furia, sorteando sus embates, una buena parte de la sociedad mexicana libre logró llegar al día de las elecciones con una competencia cerrada, indefinida hasta el punto de que cualquiera de los dos proyectos puede ganar.

¿AMLO o EPN?. Hoy ese es el dilema. Y llegar a éste es un triunfo en sí mismo: LE ARREBATAMOS A LOS PODERES FÁCTICOS LA CERTEZA DEL TRIUNFO SEGURO.

Y yo creo que eso es la confirmación de que, si nos decidimos, sí podemos cambiar nuestro futuro común.

Es la ratificación de que aquello que no pudo aniquilarnos nos ha hecho más fuertes.

Es la certeza, si quieren pequeña pero certeza al fin, de que si permanecemos juntos nos salvamos.♠


"La Joya", una favela a la mexicana

En su rostro de tono apiñonado, ojos de noche, una cicatriz breve en el labio inferior, no hay rastros de rubor. Sí de arrogancia. Como si el águila azteca que trae tatuada en el hombro derecho pudiera infundirle un arrojo distinto, de líder, a ese muchacho veinteañero, correoso, machín de “El Hoyo” y sus laberintos. Como si no estuviera ante un comerciante, sino ante el mero macizo de la favela más famosa de Iztapalapa, La Joya, por décadas enterrada como puñal en el corazón de una ciudad que creemos cosmopolita.

- La neta, no hay farderos may. Somos comerciantes muchos de por acá… pero hay que apoyar al barrio ¿no may… o qué, la vas’cer de pedo? – dice con ese tono característico de barrio defeño: tonada gruesa, cantadita, que acentúa todas las palabras graves con un énfasis profundo.

Le digo May, como él me nombra, por no decir su nombre. Los requisitos de la cautela. Oferta juguetes, aparatos eléctricos, baterías, bocinas. Artículos todos muy seguramente sustraídos de algún camión repartidor o tienda de autoservicio, y que ahora forman parte de los activos en la única tienda improvisada que hay en la única calle asfaltada de la colonia. Legendaria colonia, donde han convivido, por más de 40 años, la miseria, el crimen y el narcotráfico.

- Es por la banda May… todo derecho… 400 bolas el componente, las bocinas 500 – me dice para convencerme, mirándome inquisidor, como si pudiera escanearme, radiografiarme. No volverá a emitir palabras hasta que me despida.

Hay bullicio de tarde en la calle. El mismo alboroto que unos minutos antes apenas ha ahogado los silbidos que le avisaban de mi presencia. El mismo rumor que ha enmarcado el momento en que el May y otros cuatro chavos me rodearon, apenas adentrarme un par de metros más allá de la pequeña capilla erigida en honor de sus muertos y el señor de Chalma. El mismo ruidero que ha hecho, por puro susto, que todas sus preguntas me sonaran lejanas: “¿Tú qué pedo… a quién buscas… a quién vas a ver… cómo llegaste?”

El mismo vaivén de niños, mujeres, hombres, perros, que no delató mi mentira y serenó su  impaciencia: “a huevo… sí, te vi con la Dione y la diputada (Karen Quiroga) el otro día ¿verdá May? Eres el del periódico que vino a ’cerle preguntas a las jefas. Venías con una camisa negra”.

El mismo ruidero obeso,como si fuera permanente, que desde el terregal desprendido de lo alto del peñón avisa que La Joya, ese asiento irregular con más de 560 familias en condiciones de muy bajo desarrollo social (como el 86 por ciento de los habitantes de Iztapalapa), ese sitio que registra el más alto índice de presos por colonia en toda la ciudad, con más de 250 en los últimos 10 años, el de constantes intromisiones policiacas, el de la venta de drogas, sigue siendo algo muy parecido a la leyenda que ha tejido su temible nombre.

Dos miradas

Tiene dos rostros. “El hoyo”, ese asentamiento que comenzó siendo una hilera de casuchas improvisadas en los años 60 y poco a poco fue creciendo.

El rostro desolado, casi desierto, de la mañana en que una joven activista de la zona, Erika, y el grupo de mujeres que dirige la agrupación vecinal, me llevan a conocer a su gente, entrar en sus casas, oler su humedad, palpar sus necesidades, escuchar la angustia de padres y madres que se niegan a que la escuela más cercana, XXXX, cierre su turno vespertino.

Ese en el cual casi no se ven niños, no hay problema para entrar ni salir, en el que las puertas de las casas casi se abren solas.

Y el bullicioso. El del fin de semana, el de la tarde y la noche con gente en la calle, ruido, risas, música, vida. El de los silbidos ante el desconocido. El de los rostros oscos. El de las no respuestas ante las preguntas, la desconfianza producto de tanta confrontación con la ley, como es el día que me aventuro en solitario a comprobar la veracidad de que, pese a su mala fama, la colonia ha cambiado mucho, en todos los sentidos.

No hay programa que sea mágico

-Los esfuerzos que se han hecho para contrarrestar el deterioro social son muchos, pero todavía insuficientes para la cantidad de carencias que hay – dice Karen Quiroga, diputada local y activista en la zona – todavía hay drogas, hay delitos, farderos hay mucho todavía, drogas, aunque se han ido reduciendo… sí hay marginación, hacinamiento… no hay programa que sea mágico.

Recorre conmigo los laberintos de El Hoyo. Pequeños andadores que van descubriendo casas entre pasadizos claustrofóbicos, con puertitas que dan a más pasillos, ventanas sin vista a la calle, pequeños cuartitos de techos endebles, donde se hacinan, en promedio, entre 7 y 9 personas por vivienda. A veces muchas más y casi nunca menos.

La gente se acerca a la legisladora para hablar de la humedad permanente en sus paredes sin cimientos ni castillos, de la falta de apoyo con programas sociales, de la delincuencia, de la disputa por los terrenos de un centro comunitario que pronto será comedor para todos, del peñón que a veces lanza sus rocas al viento, a los techos de láminas y desechos, de la batalla política contra los priistas, adversarios naturales en la zona, porque la miseria también es botín.

-El principal problema sigue siendo la propiedad de los terrenos – dice – eso impide la entrada formal de muchos apoyos. Mientras no haya regularización de terrenos, esto seguirá siendo un desorden, porque no pueden entrar programas de apoyo para reconstrucción de vivienda ni ninguno otro.

-¿Y la violencia? – le pregunto.

- Se ha reducido. Casi todos los jóvenes en edad escolar tienen becas, secundaria, primaria y prepa. No digo que no haya, pero sí tienen condiciones distintas – dice, aunque la Procuraduría General de Justicia del Distrito Federal tiene datos distintos de ese polígono crítico que forman La Joya, y las colonias Ejército de Oriente y El Paraíso, que en conjunto presentan índices delincuenciales tan altos y consistentes como toda una delegación Magdalena Contreras: 2 mil 769 denuncias por delitos en los últimos 120 días.

- Sobre todo, debes tomar en cuenta que este lugar estuvo abandonado por décadas. Los priistas trajeron a la gente y la botaron aquí – dice Karen, para sintetizar el destino original de tantos campamentos enquistados en las faldas de los cerros, durante décadas de gobiernos indolentes.

Porque así nació La joya, terreno ubicado en el fondo de una cañada que es fondo y falda de una vieja cantera de piedra tezontle, yerba y desechos, a la que el drenaje, el alumbrado, la pavimentación mínima llegaron apenas hace una década, casi 20 años después que los moradores.

Como dice Carmen, una mujer de grandes y profundos lentes, el cabello cano, la trenza perfecta y el delantal a cuadros, cuando entramos a su casa: “aquí cada uno construyó su casita como pudo, como tuvo, ¿no? Y fue creciendo porque en cada censo los priistas traían a más gente, a más gente, hasta que ya no cupimos y empezamos a trepar los cerros”.

-Yo pagué 600 pesos por mi terrenito – dice la mujer -  es chiquito, dos cuartitos. Se lo pagué a un señor que no me acuerdo su nombre. Íbamos a tener nuestros títulos, pero no. Aquí vivieron mis 14 hijos, ocho ya se me murieron, nomás me viven 6.

Carmen aún recuerda los caminos de tierra, la herradura que hoy funge como calle principal, plagada algún tiempo de asesinos, drogadictos, desvalijadores de autos, rateros, violadores.

Se acuerda perfecto cómo se inundaban las casas con los aguaceros. Cómo se escondían por las balaceras en las noches y lloraban a sus muertos en el día. Porque La Joya ha sido zona brava desde siempre.

Su vivienda, sus dos cuartos, ni siquiera alcanzarán los 12 metros cuadrados. Los ladrillos pelones. El techo endeble. Una mesita, las sillas, los rudimentos de quien vive humildemente.

- Si un sueño tengo – dice – es que un día nos den nuestros papeles. Para dejarles a los hijos un pedacito de tierra.

-¿Aunque haya violencia, drogas?

- No le aunque. Pos eso siempre ha habido… y siempre va a haber, aquí y en todos lados.

Doña Ana y el divisadero

 

No articula muy bien el español. Se le confunden las palabras con el mixteco que aprendió de niña en su pueblo oaxaqueño, cuando intenta explicar que la pobreza en que vive su familia no es, por mucho, el infierno que sería si aún viviera en su terruño.

-A vece, poco, pero lo hay para comer aquí’n… que no allá- dice Doña Ana y empieza a contar la historia de la familia más pobre de cuantas habitan en “El Hoyo”.

Un compadre suyo, Aurelio, les vendió el terreno en la parte más alta del promontorio, justo donde abre el peñón como si fuera el borde de un caldero. Su casita de madera, sus pisos de tierra, las rejas de alambres varios, la escalera de piedras parecen una prolongación interminable del terregal, del siglo XIX.

- Yo lo soy nda’vi. Vendo mi tamales. Mi hija y mi nieto lo están vendiendo en la Central Abasto– dice de su pobreza – mi esposo albañil… no tuvimo estudios. Ahí la vamo pasando – dice. Tiene las manos callosas, apenas un par de dientes. En su vestido hay agujeros como adornos, en su mirada serenidad.

-¿Se puede ser feliz?

-Si vendo lo mis tamalitos, somos contento – dice.

Me quedo con las ganas de probarlos. Se escuchan dos ladridos en la cañada. Unas risas de niños sin dientes que revolotean, como si fueran palomas, entre centenares de olotes y hojas de maíz desperdigadas sobre el patio, tierra, piedras, madera, mugre. Y al fondo, como alfombra, los techos de “El Hoyo”, con sus llantas viejas, sus triciclos herrumbrados, los nopales del peñón, las láminas de asbesto o metal que brilla con el solazo y desata la pregunta:¿Cómo diablos puede prevalecer una pobreza así en una ciudad que gasta miles de pesos en adornos, en comidas, en gobernantes indolentes, en el lujo para su casta política?

Doña Carmen, una de las primeras pobladoras de “El hoyo”, me da la respuesta más cercana:

- Nosotros nos organizamos pa’ pedir, siempre. Ibanos al gobierno a pedir nuestro drenaje, nuestra luz. Siempre venían a prometer que esto, que aquello, y las mejorías nomás que no llegaban. Y uno les cree, ¿verdad? pues uno qué va a saber… el pobre es ignorante.

-¿Y eso ha cambiado?

- Ha cambiado, sí. Mucho. Porque ‘ora exigimos. ¿No? Y entonces, pus ahí vamos saliendo ¿verdá? Ya mis nietos tienen estudios, no como uno. Y tenemos el apoyo ¿verdá?...ora sí que ya nomás nos faltan nuestros papelitos… para que ora sí esta tierra que tanto peleamos, ahí como la ve, sea de nosotros.♠

Publicado en EL UNIVERSAL


Sir Paul toca el corazón de la antigua Tenochtitlán

El Universal

Cuando faltan sólo 39 días para que cumpla setenta años, Sir Paul McCartney, el hombre blanco, alto, de ojos muy grandes, alguna vez barbado, toca por fin el corazón de la vieja Tenochtitlán.

Ha venido de allá del mar, hacia el oriente, según lo predijo la leyenda, para mostrar su vigor ante más de 100 mil descendientes de los antiguos nahuas, quienes lo han esperado incluso en horas de la lluvia, del frío y de la noche, para rendirse ante su prodigio de deidad viviente: “Pool, güi loooob yuuuu…”

Amo y señor de los sonidos y los silencios, el arte de la música, a Sir Paul le basta un simple “buenas noches, Méjicou… estamos muy contentos de estar aquí, en el día de las madres”, para que las miles de gargantas congregadas en el Zócalo le veneren desbordadas como lo que es: una divinidad de chaqueta rojo encendido, cabellos largos y chimallisesentero original, de cuerdas y clavijero dorado que, al rasgar con la mano izquierda, destella como su sonrisa septuagenariamente juvenil.

Sir Paul McCartney, el genio de los 100 millones de sencillos vendidos, el del inmortalYesterday, el artista quien, de espaldas a lo que un día fue la esplendorosa explanada del Templo Mayor de los aztecas, canta “Hello, Goodbye”, “All my loving” y “Baby you can drive my car” como si el tiempo fuera sólo suyo, como si no se tratara del año 2012 sino de 1965 y a él lo bañaran la luz de la luna y su cielo y no las miles de pantallas luminiscentes de teléfono celular que lo retratan, lo repiten, lo reproducen hasta el infinito, como sólo es posibilidad de quienes son dioses.

El hombre que junto con John LennonRingo Starr y George Harrison es indiscutiblemente el antes y después en la cultura popular del planeta Tierra, el hombre blanco que por el mundo va defendiendo a los animales y repartiendo canciones, viene a compartir a tierra azteca su arte de orfebre en los instrumentos musicales, y recibe aplausos, besos y gritos, como tributo, como obsidiana moderna, flores, canto.

Le llueven de todos los puntos cardinales. De las avenidas desbordadas desde muy temprano por la mañana, de las “mamacitas” que le gritan estridentes “Pooool”, de los más de 4 mil 500 guardias que susurran “ai lob heeer” con algarabía, de las palmas multiplicadas de tantos niños, del “buuu” que antes apagó una pobre pancarta priísta y encendió una oportunista banderola perredista. Pero también nace del “oe, oe oe, oé, Sir Poool, Sir Poool” que lo eleva al cielo sin necesidad de plumas, de las lágrimas de miles de hombres y mujeres que se mueven como marea al son de su guitarra, de los recuerdos que estallan en la noche, de la memoria recobrada, de la cita que un día se postergó y por fin ha sido cumplida: "tres conejos en un árbol, que sí, que no, que sí lo he visto yo".

A las nueve horas, de la noche en que ha llegado, huele a incienso el Zócalo. O a algo que se le parece. Huele a gente junta (200 mil, estimaría la jefatura de Gobierno) y también a festejo de cuatro generaciones mezcladas, hacinadas en una plancha de piedra e historia, de cantos y empujones.

A esa hora huele a bebida de cola que corre por todos los rincones de la plaza, como corren los rumores de sudor y cabello mojado, de algo de alcohol y aroma de yerba, que se extienden más allá de su perímetro. Se escucha el estruendo de voces reunidas, de mota y de desmadre: "ese Pooool, un saludo a la bandaaaa de Tulyehualcoooo", que parece recibir como respuesta el "viva México, cabrones" que enciende la plaza aún más que la noche.

¿Es Él que ha vuelto? Dice la leyenda, que ha de venir el sabio hombre-Dios, protector de las artes y la conciencia de los hombres, para hablar a su pueblo. O quizá para cantarle, que es lo mismo, y decirle que el amor es la única respuesta posible.

Todo se potencia en esa plaza. Todo estalla. Se destruye un “nunca” y se construye un “ya” y en el momento en que los músicos del Mariachi Gama Mil salen al escenario, "obladí, obladá life goes on brah, lala how the life goes on", miles de gargantas cantan con ellos, miles de manos se elevan a la noche, miles de pupilas destellan euforia y esa deidad de cabellos claros se queda mirando fijamente a la multitud que lo venera.

Todos han llegado a tiempo. Lo mismo la familia de Heriberto González, de Nezahualcóyotl, que se ha formado desde temprano para colarse al primer cuadro del concierto aunque no sepan pronunciar bien eso de “On the Run”, que los grupos de la Prepa 9 que llegaron en camiones alquilados. Los vendedores de cigarros, de galletas, de refrescos sobre 20 de noviembre, o los que surten camisetas a 100 pesos en la entrada de Madero y cazan a los despistados que a las seis de la tarde quieren pasar todavía, cuando la plancha está a reventar. Los de los banderines y binoculares "a 30 la pieza", o el CD pirata -a diez, a diez, a diez-, en una romería incontenible, plena, tal como debió ser cuando la ciudad era un lago, los autos piraguas, el cielo esplendor y la vida otra.

En la noche de su llegada, el ídolo de carne y huesos canta, estruja y los herederos del pueblo guerrero se le entregan dócilmente. Van a escucharlo. Van a creerle: “Let it be”.

Quizá los antiguos presagios no han mentido, y lo ocurrido la noche del 10 de mayo de 2012 ha sido el anunciado regreso del hombre-dios que narran aquellas historias de los antiguos moradores de la Gran Tenochtitlán.

Después de la lluvia de fuego, de los ríos de sangre, de las hermosas ciudades destruidas en los años recientes en estas tierras, quizá es Él, que ha vuelto para hacer oír su voz que canta al cambio verdadero, al nuevo tiempo que es posible, cierto, inmenso, y se revela en dos estrofas:

“Hey, Jude, no lo hagas mal,

toma una canción triste y mejórala.

Recuerda dejarla dentro de tu corazón

y entonces podrás empezar a mejorarla.

Hey, Jude, no tengas miedo:

tú fuiste creado para salir y hacerla tuya,

en el momento que la sientas correr bajo tu piel,

entonces comienzas a mejorarla".

 Versión extendida de la crónica publicada en EL UNIVERSAL 


El hombre que encuentra paz en el drenaje profundo

Tal vez será un cadáver. Tal vez las partes reblandecidas de un cuerpo mutilado, el feto de un bebé que nadie quiso, la mascota perdida, los restos de un hogar que se derrumbó, un sillón desvencijado, los pedazos de algún automóvil, chatarra. Lo que sea que Julio encuentre a su paso bajo el agua, será bueno: ya estar ahí, en la serenidad de lo profundo, es su única forma de encontrar sosiego. Tranquilidad. Paz.

Por eso ha de ser que su expresión cambia cuando habla de sumergirse. Por eso ha de ser que su rostro de nariz ancha, de labio inferior grueso y carnoso, de dientes grandes, afilados, de pelo cano, de ojos como rendijas por donde apenas pasa la luz, recuerdan mucho a ciertos peces abisales: Julio César Cú también es como un pez, y nada en las profundidades acuáticas de la ciudad de México.

- Cuando estoy aquí arriba ando como nervioso – dice- cuando paso mucho tiempo sin inmersión, hasta mi esposa me dice que ya me hace falta el agua. No sé, a lo mejor no me lo van a creer ¿no?... nada más toco el agua y ya me tranquilizo.

- ¿Qué siente?

- Siento mucha tranquilidad. Me entra mucha paz. Estas tú solo. No hay nadie alrededor. No ves nada. Nada más estas contigo. Cuando estoy a punto de entrar, siempre me pongo nervioso, me entran nervios, pero nada más toco el agua se me quita. Tocar el agua me da mucha paz.

- ¿Pero… y la suciedad? ¿No le da asco nadar entre la mierda?

- No ves nada. No hueles nada. Allá abajo, hay veces que pones tu mano enfrente de ti y no la ves. Generalmente el agua es tan turbia que no alcanzas a ver nada – dice.

Julio es hoy el único buzo especializado en imersión dentro del drenaje profundo del Sistema de Aguas de la Ciudad de México y, según nuestros cálculos, ha realizado una cifra muy cercana a las 500 inmersiones a las entrañas oscuras del desagüe subterráneo capitalino, con todo lo que lleva en su torrente.

Para quienes gustan de la numeralia, el trabajo de Julio podría resumirse así: a la razón de unas cuatro horas en promedio, multiplicadas por alrededor de 15 inmersiones anuales, durante 28 años de trabajo, Julio ha buceado entre las aguas que ennnegrecemos todos juntos por lo menos mil 600 horas de su vida. Toda una vida.

Adiós a los nervios

El plástico del traje de buzo, o el material del cual esté confeccionado, cuando se pega a los pantalones crea una sensación de caricia, de envoltura protectora: cualquiera que sienta el abrazo de las cobijas antes de levantarse, sabrá lo que se siente portar el traje de Julio.

Hermético por completo, el traje es un escudo contra toda clase de enfermedades, infecciones, incluso peligros como la gangrena, la septisemia, inminentes para quien debe bucear en lo oscuro de las aguas de desecho de la segunda ciudad más grande del mundo, donde lo mismo navegan las heces de todos que los desechos industriales, hospitalarios, tóxicos.

No es raro que en la inmersión el equipo pueda rasgarse. Que por sus movimientos alguna varilla, algun pedazo de madera, una piedra desgarren el equipo. Ha pasado antes y seguirá pasando: “es parte de los riesgos de este trabajo”, dice.

Y es muy pesado. Confeccionado en Europa por especialistas de Noruega y Dinamarca, donde se registran las temperaturas de inmersión más gélidas del mundo. Cuando Julio y su ayudante, Ricardo, rodeados de tanques de oxígeno, mangueras, cubetas, aspersores, escobas, me echan la mano para ponerme el casco, una especie de escafandra de un metal muy grueso, opresiva, asfixiante, en cuanto la ponen en mis hombros siento encima de mi cabeza el peso de un niño de 10 años. Y es un niño gordo.

Una vez puesto el casco, el aire disminuye. El calor se encierra. Si te toca ser neurótico, es muy probable que a la opresión que se siente al portar todo el equipo, se sume la de saber que vas a nadar entre la caca. A lo largo de sus 28 años de experiencia, por lo menos 10 hombres han pasado por el puesto de Julio sin permanecer. Es el único que ha aguantado.

- Es un trabajo que te tiene que gustar. Alguien que sea muy nervioso no puede bucear – dice. A mi luego luego me entra la angustia del encierro, casi de inmediato le pido que me quite el chingado casco- te tiene que gustar la sensación del traje, del agua, porque allá abajo estás solo, nadie va a poder ayudarte.

Julio, cuando está abajo, sólo tiene el tubo de vida, un cable de entre 15 y 20 metros de longitud que lo conecta con el equipo de comunicación que está arriba, en lo seco. Pero todas las maniobras y riesgos los asume él, en la soledad de lo profundo.

- Abajo no nadas, sólo caminas. Vas caminando con los pies arrastrados, porque es un terreno fangoso. Tienes conocimiento de lo que te van diciendo arriba, pero debes confiar en tus sentidos, debes confiar en lo que tu gente te dice.

Julio baja conectado al umbilical, como también le llaman al tubo de vida, a veces montado en una canastilla de acero y a veces en escalera. En cuanto se sumerge por completo empieza el reto: sólo dispone de su intuición, del conocimiento de su trabajo y de la suerte, que a algunos compañeros les ha dado la espalda.

Morir drenaje adentro

Una ciudad como México, que puede desalojar entre 30 y 220 metros cúbicos de agua por segundo, de acuerdo a las temporadas de estiaje o lluvias, siempre está en riesgo de un colapso por su sistema de drenaje, por las inminentes inundaciones que deben ser resueltas. Al fin ciudad que nació siendo lago.

“Hemos tenido que retirar incluso salas completas, muebles de todo tipo, hasta motores y carrocerías de automóviles que la gente o las industrias tiran al drenaje o a los ríos que desalojan aguas industriales”, dice Julio.

Es justo el mismo problema que en 1980 delinearon los responsables de la operación hidráulica de lo que entonces se llamaba Departamento del Distrito Federal. Julio, entonces un muchacho veinteañero aficionado al buceo, fue invitado a un trabajo muy específico: ahorrar, con su inmersión, un trabajo técnico que podría retrasar las soluciones indefinidamente y con ello afectar no a miles sino a millones de personas. A su modo, Julio es nuestro héroe.

-¿Y cuál es el momento que más recuerda?

- Me siento muy satisfecho de los cuerpos que he recuperado. Que se acerquen los familiares y te digan gracias, por ayudarles a recuperar un cuerpo para llorarlo en paz. Es algo que no pagas con nada. Mucha gente puede no ser rescatada. Pienso mucho en eso.

- ¿Alguna vez piensa en la muerte?

- No. Algunos amigos me han comentado que abajo, cuando estan solos, platican con ella, que la sienten y le hablan. Yo no la he sentido. Quizá porque, gracias a Dios, nunca me ha pasado nada. Yo me pongo a cantar. Cuando estoy muy concentrado, empiezo a cantar.

- ¿Y qué canta?

- Cualquier cosa. Me gusta de todo tipo de música. A veces reflexiono, pienso en muchas cosas. Es fácil cuando estás allá abajo.

- ¿Y cuando no trabaja?

- Ya estoy en tiempo del retiro. Pero no quiero pensar en eso. Lo estoy retrasando. Me gusta mucho mi trabajo. – Julio enciende su rostro. Está rodeado de figuritas de buzos, de fotografías de sus inmersiones, de caricaturas. Su oficina, en terreno seco, está inundada de sus cosas de buceo. De su emoción.

Por eso, cuando le pregunto por aquello que más le gusta de su chamba, esa que pocos podríamos apostar que le despierte tanta emotividad, el buzo abre sus ojos como de pez abisal para decir “todo. La verdad. De mi trabajo me gusta todo. Cuando estoy allá adentro, buceando, soy un hombre feliz”.

Ha de ser cierto, pienso: ¿cuántos de nosotros podemos encontrar la paz, la serenidad verdadera, la felicidad, desempeñando religiosamente el oficio que elegimos para vivir?♠

Publicado en EL UNIVERSAL


Una ciudad entumecida

06:16 horas. El Ángel de la Independencia a oscuras. Sobre Paseo de la Reforma sólo vamos seis automóviles. Tres de ida, con sus correspondientes abufandados, dos de regreso y uno que se estaciona frente a una palma con penacho iluminado de violeta. Los autobuses vacíos, la ciclopista libre. Esta ciudad, que ha de regresar a su normalidad el martes 3 de enero, todavía está en la cama. Adormecida.

Unos cuantos focos de luz apachurrada iluminan el campamento de ocupas que lleva semanas demandando un mundo mejor afuera de la Bolsa Mexicana de Valores. Ni un ánima a la vista, ni una policía, ni un reclamo callejero o sonido ajeno a los pocos ruidos de motor.

Algunas pancartas de mueven con el viento, pocos edificios encienden sus ventanas, y cuando pequeñas hojas viejas se desprenden de los matorrales que se secan frente a la indignante nueva sede del Senado, es fácil evocar a Tomas Tranströmer, el poeta del invierno vivo: “parecen páginas arrancadas del directorio telefónico. Nombres engullidos por el frío”.

06:50 horas. Ya clareó por completo y resulta un día nublado. Sobre Iturbide un hombre cargado con bufanda y guantes recoge, selecciona y empaqueta diarios y revistas de papel. “Cada vez se vende menos”, dice. Su oficio también parece vivir el invierno. Sobre Morelos van unos cuántos. ¿De veras hoy regresa el caos?

No es el frío peor, ni siquiera llega a los cero grados en la zona Centro, pero como la bruma matutina nos saca de la comodidad, nos obliga a la chamarra, a la bufanda, al chal que imita la lana con tejidos sintéticos, al atole de chocolate, al champurrado, decidimos gruñir a coro nuestra desventura: “¡Uy, qué pinche frío!”

07:00 horas. La gente empieza a aparecer. En la esquina de Bucareli y Turín un camión de la basura toca una campana. Se acercan tres personas. Los automóviles se multiplican, pero no por mucho.

Justo a las 7:01 ha de sonar la primera bocina. Mentada mañanera. La esquina de Bucareli, Cuauhtémoc, Río de la Loza y Arcos de Belén presagia caos. Qué otra cosa, si covergen automóviles, motocicletas, patrullas, grúas, metrobúses, bicicletas, peatones, comercios, acelere. Nadie se detiene a mirar.

La estación Cuauhtémoc libera friolentos. La vendedora de tamales, bizcochos y sángüiches que acapara la salida del Metro que da al Mercado Juárez se apresta a recuperarse: medio diciembre bajaron sus ventas. La última semana ni se puso. “Primeramente Dios”, dice convencida, “pero a ver si no hacen puente hasta el lunes 9”. Dos hombres disputan un taxi.

Una mujer embarazada gritonea a un bolero. ¿El piar de las aves puede escucharse en una avenida como Chapultepec?

Los oficiales de tránsito esperan un día pesado. El primer estorboso aparece a las 7:35 y con su pipa de gas que se queda en medio del cruce, sin dejar pasar a nadie. Merecida silbatina, la primera del año. El sonido de mentadas cosecha 2012.

Sobre taxis, desde el Metro, caminando el puente, los primeros niños llegan a la Primaria Horacio Mann. Si la entrada es a las 8, seguro van a faltar bastantes. A menos que lleguen en bola.

08:05 horas. “Se levanta en el mástil mi bandera, como un sol entre céfiros y trinos”, cantan los entumecidos niños de la primaria. Un integrante de la escolta se rehúsa a quitarse el chaleco rompevientos.

27 millones de estudiantes de todo el país deben volver a las aulas. En la ciudad de México hace frío. Debe haber menos de la mitad de alumnos, dicen las mamás. “Muchos maestros adelantaron clases para que vinieran hasta el 9”, comentan. “Qué inconciencia hacerlos venir con este frío”. Los niños esconden las manos en las chamarras, en los bolsillos. Es una escuela de manos con frío.

08:45 horas. “No es normal”, dice el policía. “Ha de ser el frío”. El Ángel, iluminado de nubes, no preside un caos vial. Lo que debía ser un atorón de autos, es un flujo constante, mesurado. La fuente de la Diana Cazadora se niega a ser un nudo de motores. Desde Mississipi hasta Sevilla, desde Bucareli hasta Las Lomas, la avenida es un trajinar sin interrupciones.

“La gente se quedó dormida”, dice el patrullero. Aparecen vendedores de orejeras, de bufandas, de gorritos. A 100 pesos la pieza, dice el muchacho.

¿Y el caos? La ciudad, friolenta, ha decidido quedarse en la cama.

09:40 horas. Un hombre muere dentro de una sucursal de Bancomer, dicen las noticias. La fila de usuarios lo mira morir sin inmutarse y el gerente del banco decide que la rutina continúe aún con el cuerpo tendido a cuatro pasos.

“¿Qué pesa más, la nieve o todo el frío?”, pregunta Alejandro Filio en un puesto de discos piratas.

Mañana de viento. Mañana de indiferencia. Aunque no salga a la calle, aunque se refugie en chamarras, bufandas y abrigos, la gente de esta ciudad ha regresado a su normalidad el martes 3 de enero. No es frío: es entumecimiento.♠

Publicado en El Universal


La ciudad de nadie...

Esta ciudad sólo pertenece a sus seis rinocerontes, a las quince ardillas que han sido vistas merodeando en el Parque México vacío de paseantes, a los cientos de patos y conejos, miles de peces, más de 6 millones de gatos y perros domésticos que ya estarán levantados a las ocho. Esta ciudad, la primera mañana del año 2012, solamente es de sus millones de ratones, de billones de cucarachas, moscas, gusanos, cochinillas y caracoles panteoneros que ocupan sus espacios: en las calles no hay gente. Y si hay, son unos cuantos.

Ha de ser el mismo efecto todos los años. Al bullicio de la víspera, al caos en los centros comerciales, el gentío en las plazas y mercados, los gritos en las calles, los claxonazos en las avenidas, la histeria en los embotellamientos, la neurosis del fin de año, se sucede siempre, como hecho irremediable, una mañana de paz inusitada, de serenidad pasmosa con edificios vacíos, sonido de hojas, trinos, calles tapizadas con restos de cuetes, botellas de cerveza, confeti, serpentinas, corcholatas, la fiesta terminada.

No ocurre igual, jamás, en algún otro día. La vida se detiene, literalmente se detiene, con las primeras horas del año que comienza. Los seres humanos, que confirmamos requerir de rituales para seguir viviendo.

Y cada fotografía, cada toma de televisión, cada crónica de radio e internet lo reconfirman: la mañana de año nuevo, la gente parece estar metida en algún lado. Como cargando la pila para volver a salir al mundo caótico y demencial que construimos juntos para todos nosotros.

Evaristo García, Don Evas, empleado de limpia de la zona centro del Paseo de la Reforma, trabaja ese día desde hace 18 años. Quizá sea el único hombre levantado a esas horas en ese lugar. Con su uniforme anaranjado, su gorra de los Cardenales de San Luis y sus guantes de cuero. Y empieza después de las 8 y media.

El 31 de diciembre por la tarde, cuando me lo encuentro casi frente a la embajada de Inglaterra, ya sabe lo que le va a tocar al día siguiente:

-Es un día bien tranquilo, por eso ni me apuro. A nosotros nos toca barrer en este sector de la colonia (las calles entre la embajada de Estados Unidos y la glorieta de la palma) y a los privados (a Sínder) les toca Reforma. Ni gente se ve. Ni ruido. Ya como a las 11 se empieza a ver más movimiento. Pero está muerto generalmente.

-¿Y no siente gacho ser el único que está levantado a esas horas el día primero?

- Pus nomás porque no hay dónde echar taco… no se pone la señora de los tamales de Lerma, ni los tacos de Tíber o Guadalquivir, ni las carnitas de Nilo… pero siempre están los ocsos. Y siempre te toca tu premio, (que un billete, que una cartera, que un relojito, una medalla, unas monedas)-

dice Don Evas, mientras hace un recuento esperanzado de lo que puede encontrarse, con un poco de suerte, al barrer las calles después del fin de fiesta.

-¿Y es el único día así?

-Los 25 son también tranquilos, pero el que más es el primero. Ahí sí se muere todo. Ni ratas de dos patas hay temprano. Ya luego llegan, tardecito porque hasta eso, se levantan tarde las huevonas.

Y tiene mucho de razón: la primera mañana del año la ciudad es insólita: los parques de la ciudad son para unos cuántos. El Periférico no es un estacionamiento. En el Metro alcanzas un asiento. En los cajeros automáticos difícilmente encuentras efectivo. No tienes que ser un gorila para conducir el automóvil, no se sabe de algún caso de persona que haya sido asaltada a las 9 de la mañana de un primero de enero.

Donde sí hay gente, y en todo caso pasado el mediodía, es en los caldos de gallina de la delegación Cuauhtémoc. Y en la birria de la colonia San Rafael. Y en los pozoles, garnachas y pancitas diseminados por toda la ciudad: es día para “curar la cruda” y los comederos son la parroquia habitual del feligrés del festejo.

En una ciudad de casi 9 millones de habitantes, con una población flotante de casi 20 millones, una mañana con sol y sin gentío es casi un milagro. Un prodigio que significa empezar de nuevo. Aunque sea un ratito, aunque sea momentáneo el fenómeno, la magia, magistralmente descrita por Don Evas:

“Como no hay gente, ni nada, como que las calles ventean más fuerte y no calienta tanto el sol. Está uno chambeando de a soledad… no, si hasta se extraña a los demás cabrones”.♠

Publicada en El Universal