Esa tarde, Rubén estaba particularmente sensible. Había dormido mal. De hecho, mucho tiempo llevaba durmiendo mal. Pesadillas de exiliado, supongo.
Pero estaba sensible. La tarde en que lo conocí, estaba muy sensible. Tanto, que cuando le pregunté cómo se sentía, cómo es que soportaba su condición de periodista desplazado, no tuvo duda:
-Tengo muuuucho miedo.
Lo dijo y lo sentí. Sus ojos, como ciruelas negras, tenían un cierto paño gris que los tornaba abrumados, melancólicos. Sus manos eran de un apretón blando, como cachorros asustados. Su cuerpo se encorvaba, como pidiendo abrazos.
Sí. Rubén tenía miedo.
La periodista Daniela Pastrana, directora general de la Red de Periodistas de a Pie, ya me había contado algo de su historia: Rubén, un fotoperiodista treintañero que ejercía su trabajo en Veracruz, debió salir de Xalapa ante la serie de amenazas, tanto veladas como directas, que había recibido por su trabajo y activismo recientes.
Ya había sufrido el desprecio manifiesto del equipo del gobernador Javier Duarte, que en diversas ocasiones lo había expulsado de los actos públicos. Ya lo habían llamado “guerrillero”, por su activismo a favor de los periodistas. Ya lo habían amenazado, esas mismas personas, con la frase lapidaria: “deja de tomar fotos o te va a pasar lo mismo que a Regina” (Martínez, la corresponsal de Proceso asesinada en Veracruz en abril de 2012, en total impunidad), cuando participó activamente en la colocación de una placa metálica que recordaba ese homicidio.
Por eso, aquella tarde en que íbamos a entrevistarlo para el programa en Rompeviento TV, tenía particular interés en preguntarle a Rubén sobre su estado de ánimo, sobre sus emociones más íntimas, para entender la circunstancia del hombre detrás del reportero.
– Si me paso de lanza, avísame, por favor- todavía le dije, antes de comenzar el programa.
– No te preocupes, carnal… me hace bien hablarlo- dijo. Y comenzó a hablar.
La cosa es difícil en Veracruz
– La cosa es difícil en Veracruz… a todas luces, todos lo sabemos… yo tuve que salir por intimidaciones. No una agresión directa, como tal, pero por sentido común. Acababa de pasar el ataque a los estudiantes, a los cuales agredieron brutalmente con machetes y todo… y entonces… no podemos, en esta situación, hacer menos ¿no? cualquier tipo de intimidación porque no sabemos qué es lo que pueda suceder- dijo.
Eran intimidaciones claras.
La mañana del 6 de junio, al salir de su casa en el centro de Xalapa, Rubén se percató de un hombre que lo miró fijamente. Sin prestarle más atención, siguió su camino.
Por la tarde, ya en su casa, un colega fotógrafo le avisó que había una protesta de estudiantes en la Rectoría de la Universidad Veracruzana, que buscaban reunión con las autoridades. Al salir de su casa nuevamente, Rubén observó que, en la esquina de su calle, un grupo de tres hombres en un taxi en marcha miraba hacia su domicilio.
-Noté su presencia porque era muy notoria. Ellos querían que yo los viera- dijo Rubén.
Uno de los hombres le hizo una seña (la típica seña del ¿qué te traes? ) segundos antes de tomarle una fotografía. Entonces que Rubén cayó en la cuenta: era el mismo hombre que había visto por la mañana.
– Era un tipo con una playera azul, de un equipo de futbol, unas bermudas blancas y unos zapatos de vestir…
– ¿Alto, moreno…?
-Sí, alto… era… corte militar… personas que no son de ahí porque yo vivía en el Centro y ubicas a la mayoría de la gente… entonces llegué a Rectoría y vi a tres amigos. Les conté y me sentí más tranquilo.
Lo que ocurrió después, fue el autoexilio. Tras otra serie de amenazas veladas, Rubén decidió salir de Xalapa, por prudencia. Acogerse a la sensatez y salvar su vida.
No era para menos. Cada reportero o fotógrafo veracruzano puede conocer a la perfección el rosario de la impunidad homicida de un solo sexenio:
- Noé López, asesinado en junio de 2011.
- Miguel Ángel López Velasco y Misael López Solana, ejecutados en marzo.
- Yolanda Ordaz, asesinada en julio.
- Gabriel Huge, Guillermo Luna y Esteban Rodríguez, embolsados y arrojados al canal de aguas negras La Zamorana en mayo de 2012.
- Víctor Báez, asesinado un mes después.
- Goyo Jiménez, ejecutado el 11 de febrero de 2014.
- Moisés Sánchez, encontrado muerto el 2 de enero de este 2015.
- Igual que Armando Saldaña, en mayo.
- Juan Mendoza, en julio.
- Y Regina, por supuesto. Cuyo crimen permanece básicamente impune, igual que los otros, aunque haya una verdad oficial.
Por eso Rubén huyó. Literalmente, de esa cuna de homicidios contra periodistas que es ahora Veracruz, de ese lugar donde, como él mismo dijo, “los medios de comunicación están al servicio del dinero y de la corrupción”, donde “reporteros y fotógrafos se pelean por desayunos de 45 pesos”.
-Para mi ha sido muy difícil esta situación… por cuestión mental, emocional y económica también ¿no? Es un cambio radical en mi vida. No comienzo de cero, pero sí empiezo de nuevo- dijo Rubén. Hacía el recuento de sus pérdidas.
-Me da mucho coraje, tristeza y dolor también que una persona decida el rumbo de mi vida. Haya decidido cuánto y en qué momento- comentó. Acariciaba sus manos constantemente. Veía hacia el techo. Abría los ojos para enfatizar las frases. Se contenía.
-¿Tú presentaste denuncia?-le preguntó Daniela.
-No porque… porque… no confío en ninguna institución del estado…
-¿Ni en el mecanismo federal, en la PGR…?
-En el mecanismo federal estoy con pláticas… – dijo Rubén, antes de soltar una revelación demoledora:
-No confío en la CEAPP, que es la Comisión Estatal de Atención y Protección a Periodistas en Veracruz… pero no creo no por nada más hacerlo así: el 14 de septiembre, cuando nos roba la policía equipo fotográfico y todo, que hasta la fecha no nos ha entregado nada, al compañero Roger, del periódico Imagen, ya le habían hablado del gobierno del estado. Miguel Valero, que era Enlace de Prensa, le había hablado para ofrecerle dinero para que ya no dijéramos nada. Él, Roger, cuando va a la CEAPP, la gente de la CEAPP le dicen: “pues ya, mejor acepta el dinero”. ¿A qué grado estamos de indefensión?- dijo. Y sonrió.
-¿Qué viene para ti?- le pregunté, cuando terminamos de grabar.
-Estoy viendo algunas cosas… tengo opciones que quiero hacer. Pero no tengo nada todavía- dijo.
Le hablé de Diario 19, el proyecto digital de mi tocayo Luis Cardona, un reportero de Coahuila que fue secuestrado y ahora encabeza un esfuerzo colectivo especialmente impulsado por colegas desplazados de los estados más violentos de México. Ya sabía de él.
Quería vincularlo de alguna manera. Le pedí su número. Lo anoté. Él el mío. Y nos despedimos. Con un abrazo largo y una mentira: “todo va a salir bien”.
“Mataron a Rubén”
El mensaje llegó a mi teléfono alrededor de las seis de la tarde del sábado: “Hola. Te tengo la espantosa noticia de que ya confirmaron que el cuerpo de Rubén esta entre los cinco asesinados en una casa anoche”.
A la pregunta sobre qué había ocurrido, la respuesta fue: “no sabemos. Encontraron cinco cuerpos anoche, amarrados y con dos disparos”.
Unas horas antes, por las redes sociales se había difundido la alerta de su desaparición: “Se ha dado formal aviso a las autoridades para que pongan en marcha los protocolos de localización del fotoperiodista”.
La organización Artículo 19 había publicado también que Rubén perdió contacto con sus amigos desde la tarde del viernes y que su familia había accedido a que se lanzara la alerta pública. Eso abría una serie de esperanzas. Aunque pequeñas. Que estuviera desconectado, pero a salvo. Que fuera una confusión. Que fuera cualquiera otra cosa.
Pero no. El mensaje confirmó que había sido asesinado.
Yo sentí un espasmo. Similar a los que ya había sentido cuando confirmamos la muerte de Goyo, cuando confirmamos la muerte de Regina: un espeluzno que comienza en el centro de la panza, casi parecido a un ardor, y luego se convierte en una tormenta que llena todo el abdomen, hasta el pecho, hasta el cuello, hasta la cabeza. Como una borrachera de temor que enchina el cuero, ¿no? Como una súbita borrachera que comenzara en la boca del estómago y derramara sobre el cuerpo un aturdimiento lechoso, licuado.
Y las preguntas: ¿Quién lo mató? ¿Por qué vinieron a matarlo a la ciudad de México? Si él no cubría asuntos de narcotráfico, si él se especializó en la cobertura de movimientos sociales ¿por qué la saña asesina, de tortura, de tiro de gracia? ¿Por su activismo en la causa del periodismo? ¿Por su participación activa en impedir la desmemoria en el caso de Regina? ¿Por fotografiar a un gobernador?
Cuando platiqué con algunos colegas que están en condición de desplazados en la ciudad de México, el panorama era desolador: “fue por lo de Regina. Lo mataron porque quieren desaparecer todo rastro del crimen de Regina”, me dijo uno. “Lo cazaron. Lo cazaron”, me repitió otro. “¡¡No puede ser… no… no puede ser!!”, dijo uno más a quien yo le di la noticia.
Y la conmoción de todos. Porque la ejecución de un joven fotoperiodista de 31 años, en plena ciudad de México, abre un desasosiego como abismo en todos nosotros: no hay ni un solo lugar para estar a salvo en México. Ya ninguno.
Y los boletines oficiales: “las víctimas femeninas tenían 18, 29, 32 y 40 años de edad, mientras que Rubén Manuel Espinosa Becerril, 31 años. Éste último era soltero, originario del Distrito Federal y fue identificado plenamente por sus familiares, quienes declararon que su regreso a la capital del país, fue debido a que éste no tenía trabajo en Veracruz, donde vivía desde hace 8 años, y aquí estaba en busca de una oportunidad como reportero gráfico”.
* * *
Varios centenares de periodistas, fotógrafos, entre mucha gente más, se concentra en el Ángel de la Independencia. Las fotografías y videos que replican las redes sociales, los medios digitales, tienen el mismo rostro: Rubén.
En blanco y negro. En pancarta. En mantas. En máscaras. En fotografías impresas.
Rubén mira hacia la gente que está en el lugar.
Mira hacia las cámaras. Sus ojos como ciruelas negras, abrumados, melancólicos, nos retan junto a la manta desteñida, ajada de tanto uso: “Justicia”.♠