México ha dado un vuelco histórico.
La visita del Presidente Andrés Manuel López Obrador a Washington, puede leerse como el génesis de una nueva era.
Por primera vez un mandatario mexicano de izquierda se planta en el corazón mismo del capitalismo mundial, con una agenda progresista bajo el brazo, y dispuesto a incorporarla a una nueva dinámica de relaciones comerciales y políticas con Estados Unidos.
Se rompió hoy con añejos paradigmas, heredados de la Guerra Fría, se crea precedente y marca el fin de una época en que, desde Washington, se leía con desconfianza, e incluso se bloqueaba por todos los medios posibles, cualquier posibilidad de surgimiento de movimientos progresistas en el “patio trasero” de la potencia mundial.
Un vuelco histórico, el de este 8 de julio: un progresista en Washington… para hacer negocios.
¿Podría ser menos significativa la poderosa imagen del mandatario tabasqueño rindiendo honras ante el monumento a Abraham Lincoln, el padre de la nación estadounidense?
Es la representación gráfica más transparente de que algo se ha movido en nuestro país y en su relación, inevitablemente estrecha, con el poderoso vecino del norte.
Lo que ocurra a partir de este hecho, lo que redunde de la relación bilateral en términos económicos, sociales, políticos y culturales, es un asunto para vigilar minuciosamente, siempre bajo la lógica de estos significados.
Por lo pronto, la relación entre ambas naciones, que no ha sido fácil, ahora cobra nueva dimensión con el componente ideológico, en un momento en que el gigante de América está postrado económicamente por una pandemia que arrasó a millones de sus ciudadanos y su vecino del sur, su siempre preocupante vecino problemático, México, se sacude 40 años de neoliberalismo voraz y corrupción rampante.
Qué lejanas se miran hoy aquellas épocas, entre 1960 y 1970, en que desde Estados Unidos se espió toda actividad política y social de movimientos pro socialistas, como se denominaban entonces, que incluían una vigilancia permanente, estrecha, casi invasiva, hacia el más simbólico de los mandatarios mexicanos del siglo XX: el General Lázaro Cárdenas.
Qué lejana aquella preocupación por el fortalecimiento de la izquierda mexicana, la inquietud porque el ex Presidente Cárdenas inundara México con el espíritu de la Revolución Cubana, cuando el general michoacano fundó el Movimiento de Liberación Nacional, “frente rabiosamente anti-Estados Unidos y Pro-Cuba”, que buscaba muchas de las cosas que hoy sigue planteando el Presidente López Obrador: repartición equitativa de la riqueza, independencia política, reforma agraria.
Qué lejanas las presiones del Presidente John F. Kennedy y su embajador en México, Thomas Mann, sobre el presidente mexicano Adolfo López Mateos, en aquellos años 60, para que “combatiera la influencia comunista” en las escuelas y eliminara de la vida pública y los cargos en el gobierno a todos los líderes identificados con el Partido Comunista.
La historia está ahí para nosotros. En 2013, el National Security Archive, que desde 1985 difunde documentos confidenciales desclasificados del gobierno de Estados Unidos gracias a la Ley de Libertad de Información (FOIA por su denominación en inglés), reveló memorandos, notas diplomáticas e informes sobre éstas actividades de disuasión del comunismo en México, recopilados por la investigadora Kate Doyle.
El hecho de que aquella mirada de desconfianza diera paso al recibimiento de hoy, “Su Excelencia Presidente Andrés Manuel López Obrador”, es un hito que debemos entender e interpretar bajo la sombra de este pasado.
La relación comercial que hoy se consolida, debe leerse bajo la sombra de ese pasado.
La inequidad con que se estableció un pernicioso Tratado de Libre Comercio en los años 90 del siglo XX, debe leerse bajo la sombra de ese pasado, porque lleva implícita la condición histórica de una relación de impares.
Los tiempos cambian, el mundo cambia.
Y en este vuelco histórico, lo inconcebible se vuelve hecho consumado: un progresista cena esta noche con el líder del capitalismo mundial.