Compa Atzin:
Dudé mucho en escribirte. Dicen que eres un temible terrorista. Que por eso te apañaron.
¿Y qué puedo decirte ahora? ¿Qué puedo escribir para ti, que sirva de algo en medio de este derrumbe que nos tiene a todos atrapados?
Miro las fotos en tu muro del Facebook –ese álbum abierto de la vida de cada uno de nosotros– y quiero encontrar ahí las supuestas claves de tu terrible subversión, la que dicen que encabezaste contra el Estado mexicano, la que te tiene encerrado en un apestoso penal de Veracruz junto a cientos de multihomicidas, narcos, ratas, sicarios a sueldo, perros de rabia infinita que nos muerden a todos.
Eres culpable, dice el gobierno. ¿Será por esa foto tuya del 11 de abril del 2011? Esa en la que apareces apretando los dientes ( que más que fiero te hace aparecer simpático) con tu botella de agua mineral en la mano derecha y el puño cerrado en la izquierda? ¿Esa será la prueba que tiene la PGR de tu peligrosidad social? ¿O el cristal estrellado detrás de ti, ese parabrisas que dice “La Bestia” y que colocaste detrás de ti para nombrarte?
¿Sería acaso tu opinión crítica sobre el deber ser del artista en tiempos de sociedades democráticas, oligárquicas o anárquicas? Esa reflexión feisbuquera que compartiste a tu amiga Eileen el 29 de mayo de 2013:
“Yo creo q para entender y determinar de una manera mucho más completa este tipo de cuestiones tienes q comenzar por definir una postura filosófica con respecto a la vida y al ser humano y a partir de ahí relacionarlo con la cultura, en este caso con una postura o un movimiento sociopolítico, es decir lo q importa es el medio y no el fin. El fin no justifica los medios”.
Intento deducirlo, Atzin. Quiero entender, o intentar entender, dónde está la puerta del infierno que dicen que encendiste.
Quizá sea en tu visita al Museo Soumaya para ver a Dalí. ¿Qué hay más subversivo que el arte? O en las fotografías de tu viaje solitario al desierto de Baja California. Dicen que en el desierto palpita la esencia salvaje de los seres humanos.
A lo mejor es el amanecer que atrapaste, con destellos imposibles. O la foto de la hamaca sicodélica con tu compa en algún punto de la ciudad de México. La gobernada por el priista camuflado.
O tu vuelo en paracaídas, Atzin, –después de todo, Águila es tu nombre en lengua Náhuatl— tu primer brinco del suelo a la tierra, justo un año antes de que tu vida diera un vuelco.
Quiero saberlo, Atzin. Quiero saberlo, compa. Si eres ese hijo de puta que dicen que eres, quiero mirarlo con mis propios ojos.
Supe de ti por las redes sociales ¿sabes? Cuando el Twitter comenzó a llenarse de mensajes que replicaban tu nombre y tu apariencia:
“#AtzinAndrade. 29 años. Estudiante de la escuela de arte de La Esmeralda, perteneciente al Instituto Nacional de Bellas Artes (INBA)”.
Ahí anotaron con claridad tu circunstancia: ibas en el contingente de tu escuela junto con todos tus compañeros. Como otros tantos centenares de miles que salimos, juntos, a las calles de la tarde del 20 de noviembre de 2014. Hartos de tanta muerte, tanta infamia y tanta zozobra por la desaparición de 43 estudiantes, como tú y tus compas. Hasta el gorro de mentiras. Hasta la madre de cinismo.
Pero en algún momento te perdiste de tu grupo, cuando la plancha del Zócalo de repente se oscureció y quedaste atrapado en la reyerta que se suscitó, porque los granaderos del Distrito Federal, gallardos, valerosos, entraron a cargar contra quien se les pusiera enfrente. Y tú estabas enfrente.
Según tus amigos, los que no se han cansado de replicar el Hastag #AtzinAndrade, mientras estuviste en la SEIDO –ese engendro judicial que lo mismo deja escapar a narcotraficantes poderosos, que encarcela a luchadores sociales— reportaste unos golpes muy fuertes en las piernas. Y no podías caminar. Igualito que el país, compa: golpeado y detenido.
Ellos también, tus compas, consiguieron un video del momento preciso en que te agarraron los granaderos. Un corto demoledor, de apenas 19 segundos:
La plaza está a oscuras. Entre las sombras, tu voz.
-¡Soy estudiaaanteeee!-gritas. Traes una camisa azul, un pantalón beige. Un chaleco o chamarra. No se ve muy bien.
-¿De dónde eres?- alcanza a decir el compa que carga la cámara (o el teléfono, quién sabe) mientras tú eres sometido por los policíaas.
-¡De La Esmeralda. De Bellas Artes!
-Tu nombre completo… otra vez.
-¡Atzin Andrade… soy estudiante. Estaba parado y me llevan!
-Sale Atzin… ¡suerte!
Y luego las voces difusas: “Atzin Andrade… apunten… no estaba haciendo nada”. Y la noche en México. Esa noche oscura y tenebrosa que nos ha confinado desde hace demasiado tiempo.
“Cuando los granaderos lanzaron los gases lacrimógenos, Atzin se encontraba en el asta bandera esperando a sus amigo. En medio del desconcierto se quedó solo tratando de localizar a sus compañeros por teléfono. Entre la nube de gas, le salieron cinco granaderos, quienes lo golpearon y lo retuvieron en Palacio Nacional”, contó tu hermana Citlalli a los medios.
Ya sabes. Lo típico de un país con la justicia retorcida: te impusieron un abogado de oficio, como a los otros 14 muchachos detenidos, y antes de que cumplieras las 48 horas legales de detención fuiste trasladado al penal de Villa Aldama, en Veracruz.
“Primero lo acusaron de terrorismo, crimen organizado y tentativa de homicidio”, dijo tu hermana, casi llorando, “luego le quitaron terrorismo y crimen organizado y los cambiaron por delitos de motín, asociación delictiva y tentativa de homicidio”.
Y unos días después comenzaron las organizaciones civiles, los luchadores sociales, hasta algunos políticos, como Cuauhtémoc Cárdenas: “Pedimos con toda energía la liberación de los jóvenes arbitrariamente detenidos el pasado 20 de noviembre que han sido remitidos a penales de alta seguridad”.
Clara Jusidman, incluso, dijo lo que todos sabemos: “otra vez, los demonios andan sueltos”.
¿Eres un terrorista, Atzin? ¿Debo temerte, como ellos dicen?
Unos días antes de tu aprehensión, escribiste algo que me ha dado vueltas la cabeza durante varios días:
“Quien aunque sólo en cierta medida ha alcanzado la libertad de la razón, no puede ya sentirse sobre la tierra más que como un viajero, y ni siquiera como un viajero hacia un objetivo final, pues no lo hay. Deseará, sin embargo, observar y tener los ojos bien abiertos para dar razón de cómo se comportan verdaderamente todas las cosas en el mundo; por eso no podrá ligar sólidamente su corazón a ninguna cosa en particular: hay en él algo errante, que encuentra su placer en el cambio y en la transitoriedad”.
Es Nietzsche. Lo colgaste en tu muro el 13 de noviembre a las 7:23 de la noche. A catorce personas les ha gustado. A quince, conmigo.
Está ahí, junto con tus carcajadas, tus comentarios sencillos, tus ligues, tus rolas, tu vida.
Oigo la música que te gusta:Mozart y Vivaldi, Yann Tiersen, Café Tacuba y Janis… la edulcorada Adele, el inmortal Leonard Cohen… ¡hasta Sinatra, Aztin… Sinatra, carajo!
Veo tu vida reflejada en todo eso que quisiste compartir de ella y una certeza me estalla en la cabeza, como una bomba molotov que hubiera detonado justo a mis espaldas: todos, absolutamente todos, corremos en el mismo peligro que a ti te atrapó en el Zócalo de México: estamos indefensos, desnudos, ante un poder implacable que lo carcome todo, que lo arrasa todo. Que se ha podrido de raíz y así, podrido, da frutos de odio a manos llenas.
¿En qué momento nos llevó el Diablo, Atzin? ¿En qué maldito momento de este tiempo canalla decidimos dejarlo todo rodar hacia el abismo?
No tengo una respuesta. Quizá nuestro instinto de suicidas. O ese miedo ancestral que nos carcome.
Pero aquí voy a dejarle. En la televisión, el presidente Enrique Peña Nieto, el gran reformador, el de la gran estatura moral, está por proponernos a todos enfrentar la corrupción, la impunidad y la inseguridad con un nuevo Estado de Derecho. Si lo oyeras.
Espero algún día, muy pronto, conocerte personalmente y hablar en libertad, tú libertad, de todo esto.
Hablar de Diego Rivera, de Dalí, de Picasso, que es de lo que tendrían que hablar nuestros jóvenes, nuestros muchachos, nuestro futuro: de Frida, de Van Gogh, de Siqueiros, el inmenso artista plástico que se volvió gigante en una cárcel de Lecumberri, a la que fue confinado por una injusticia perversa muy a la que te ha alcanzado a ti.
Conversar, compa, de artista a periodista, de música, de letras, de cine. Y reír con Amélie, esa película francesa que tanto te gusta, donde el mundo es arte, belleza, fantasía, esperanza. Exactamente todo eso que te arrebató nuestro silencio.
Quiero pensar que ese día es posible, Atzin. Quiero pensar que podemos hacerlo posible para pedirte perdón, a ti y a los otros 10 que cayeron contigo, a los otros 43 que andamos buscando, a los otros decenas de miles que entraron en lo oscuro y desde ahí nos gritan, sin descanso, que México es un infierno con 112 millones de demonios que bajamos la mirada y no decimos nada. Nada.♠