PLAZA MAYOR No. 10

En la Plaza Mayor los paraderos del Metro, retacados de ambulantes, guardan sigilosos la navaja bien afilada, la punta sobre el abdomen, el picahielo detrás de las espaldas con sus peculiares susurros a la oreja: “no grites, puto, saca todo lo que traigas, esto es un asalto”.

Jorge y Alejandro Rivera, que llevan años de comercio en los puestos ambulantes del Metro Tacuba, desde que su madre les heredara la consigna, saben que no pueden ni deben intervenir en los apañes, “los trácalas no se meten con nuestro negocio, ni madres que nos vamos a meter en el de’llos”.

Así funciona todo. Aunque dentro de las serpientes de puestos metálicos con lonas azules, o anaranjadas, negras o grises, que se enrollan desde las bocas de las estaciones del Metro hasta la fila de los peseros, se incuben crímenes y violencia, aunque sea más regular ver un asalto que un abrazo.

“A mi me atracaron aquí, en la mera salida, como a las 7, porque en la noche cierran las salidas A y B, y tienes que caminar todo esto, como si se pusieran de acuerdo los del metro y las ratas para hacerte caminar y sacarte lo que traigas”, cuenta Adrián Flores, del paradero del Metro Pantitlán.

“Se me pusieron dos tipos adelante, y luego otro me llegó por atrás, como que me agarró del hombro, y me dijo quedito que no gritara, que sacara lo que traía y que le diera mi mochila”. Ni siquiera corrieron con lo hurtado: “los polis ni en cuenta, y los de los peseros haciéndose güeyes, bien que vieron, ni me cobraron el pasaje”.

“Todo mundo las conoce”, confiesa Alejandro, “pero no se meten con ellas, son la mafia aquí, mi chavo, y en parte lo que nosotros damos es para que no nos toquen, que no se metan con nuestros puestos. Lo que le pase a la gente ya es pedo de’llos”, dice del paradero de Tacuba.

Y es el mismo paisaje en todas partes. Accesos suspendidos por mecates y lonas amarradas incluso a los herrajes de las puertas de los Metros, luminarias rotas y montones de basura, cerros que forman cordilleras con olor a orines, a fruta descompuesta, a carne que se pudre en los costados de taquerías, juguerías, fritanguerías. Misceláneas ambulantes con perímetros de mierda celebrada por ejércitos de cucarachas y ratas del tamaño de conejos.

Pero es un gran negocio. El gobierno capitalino ni cifras exactas tiene del número de puestos ambulantes que desde hace por lo menos 15 años se apostaron, como plaga de necesidad y desempleo, en las salidas de Cuatro Caminos, Taxqueña, Observatorio, Tacubaya, Chapultepec, Pantitlán, El Rosario, Barranca del Muerto, Martín Carrera, Indios Verdes, La Raza, Ciudad Universitaria.

Sólo Pantitlán y Observatorio presentan una afluencia de pasajeros superior al millón y medio de personas, clientes potenciales, víctimas, que vienen o van con sus bolsos y carteras. Que no denuncian, que no protestan, que se la tragan porque, “como tengo que pasar por aquí todos los días, ni modo que denuncie, al rato sale peor, me pueden hacer algo peor, mejor así le dejo”.

En la Secretaría de Economía dicen que son alrededor de 5 mil, en la de Desarrollo Social ni dicen nada. Las estimaciones marcan que puede haber hasta 10 mil negocios de comercio informal de todo tipo en el conjunto de bocas del sistema de transporte subterráneo.

Las estimaciones, que son casi la única forma de acercarse a conocer la realidad de este problema, hablan de unas 40 microbandas de asaltantes, incluso violadores, que pueden operar en los distintos paraderos, principalmente los de mayor confluencia de pasajeros y conflictividad: Pantitlán, Cuatro Caminos, Observatorio, Indios Verdes, Martín Carrera y Taxqueña.

Son los paraderos del sistema de transporte. Esa ruleta diaria para miles de personas, la posibilidad latente de que un picahielo escondido entre la ropa, una punta bien afilada, una navaja detrás de las espaldas salte con su peculiar susurro hacia la oreja: “no grites, puto, saca todo lo que traigas”.

Publicado en el diario EL CENTRO

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