Por Luis Guillermo Hernández / @luisghernan
Engañan hoy, como han engañado a lo largo de cuarenta años.
Son los mismos. Los conocemos. Las conocemos.
Esos hombres y esas mujeres, que disfrazan con la manoseada máscara de lucha por la libertad de expresión, lo que en realidad es una vulgar y mañosa defensa a ultranza del añejo #StatuQuo, ese escalafón de la ignominia del que fueron beneficiarios. Beneficiarias.
Claman, y se lamentan, por una supuesta embestida desde el poder contra las voces mediáticas críticas, por un patrón de insultos y calumnias contra ellas, contra ellos, por una avalancha de descrédito que los sepulta, y se dicen, en el colmo de la tergiversación, víctimas de sicarios de las redes sociales, francotiradores de Twitter, pistoleros del Youtube.
Se dicen víctimas y claman desde los múltiples púlpitos que controlan en programas de televisión y radio, en sus columnas y artículos de diarios, revistas y portales digitales, en libros y folletos, que los persiguen. Que las persiguen. Así, sin rubores ningunos:
Yo, que he defendido la libertad de expresión del presidente en turno.
Yo, que he recibido millones del erario por mi valioso silencio.
Yo, que manipulé los hechos a conveniencia el poder político o económico.
Yo, que repliqué sin cuestionar las versiones oficiales.
Yo, que miré a otro lado mientras asesinaban a mis pares.
Yo, que estiré la mano y cerré la boca, indolente ante mis miles de colegas lanzados a la calle.
Yo, que guardé silencio cuando los espacios se cerraron a quienes no pensaban con nosotros.
Yo, que apoyé la CENSURA con Fox, con Calderón, con Peña Nieto, porque así me convenía.
Yo.
¿Dónde han estado sus voces de alerta, en los más de ciento veinte asesinatos de periodistas de los últimos diecinueve años?
¿Dónde, en el despido masivo de reporter@s, camarógraf@s, redactor@s, editor@s y trabajadores ubicados en los eslabones más débiles de la cadena mediática mexicana?
¿Dónde, en el acoso sistemático a medios regionales grandes y pequeños?
¿Dónde en la protesta por las condiciones laborales y económicas oprobiosas de miles de trabajadores de los medios?
¿Dónde en la censura directa, grosera, a periodistas a pie de calle?
Sus lamentos, como siempre ha sido, no buscan transformar el estado de las cosas en el panorama mediático nacional, tan urgido de cambios, recomodos, sangre nueva, rumbo distinto.
Sus gritos, sus pataleos, no buscan mejorar las condiciones de vida de miles de obreros de la tecla, del micrófono, de la cámara.
Sus denuncias no pretenden que la sociedad mexicana entienda el gravísimo peligro de carecer de una prensa libre como valor de la democracia.
Sus lamentos no buscan renovar la anquilosada maquinaria de ideas e información que tiene décadas autodestruyéndose sin remedio.
No.
Ellos, ellas, sólo buscan mantener sus privilegios.
Sus púlpitos, donde nadie los cuestiona. Sus pautas publicitarias, multimillonarias. Su impunidad, para decir y hacer sin que nadie los cuestione.
Su control del discurso social.
Su monopolio de ideas en un sólo sentido.
Su verdad única, incuestionable y conveniente.
Yo, que los conozco bien, no dudo en señalarlos, en señalarlas:
No les interesan mayormente las libertades de pensamiento y expresión de las ideas. Les interesa su negocio.
Y ese sí, sépanlo, está en peligro.
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