Fue espontáneo, como casi todas las cosas que le habían dado origen, forma y finalmente concreción a este movimiento.
Salió de la bola, de los colegas de los estados que pudieron llegar, de los fotógrafos, de los camarógrafos que también se sumaron, de los «bulbos», los de tele, los de prensa, los reporteros de a pie, «la perrada» revuelta ahí, en la puerta de la dependencia federal, junto a las escasas, pero muy emocionadas, «vacas sagradas» del periodismo mexicano.
Salió de Don Miguel Ángel Granados Chapa, enorme y generoso al aceptar arropar, con su prestigio, a los «ilusos» organizadores de esta marcha.
Salió de entre los abrazos, las sonrisas de colega emocionado, de la alegría de quienes día a día se saben diferentes, se pelean la exclusiva, arman el «chacaleo», «se chingan» al del otro medio con tal de ganar la nota.
Salió de los cientos y cientos que contó la policía, la que dijo «son mil 200» cuando la caravana avanzaba desde el Ángel con su movilización de pocos precedentes.
Salió de entre las pancartas, de entre las mantas, de entre las gorras, de ese silencio que se convino blandir como protesta, como indignación, como manifiesto de hartazgo pero también de humildad: «perdón, a cada uno de nuestros colegas muertos, por no haber salido a la calle hace 10 años, cuando cayó el primero de los nuestros».
Salió de la certeza de que «juntos, nos salvamos».
Salió de la confianza de que piensan diferente, escriben diferente, relatan diferente, miran diferente, se sienten mejor que el otro, más chingón, más perro, más independiente, pero al final del día, cuando cierran la cortina, les aúna el oficio que eligieron para vivir sus vidas.
Salió de ese momento en que los nombres de los 67 compañeros, cuyas muertes permanecen en la impunidad casi absoluta, se fueron a apostar sobre la puerta principal de la dependencia del gobierno, como descrédito de un conjunto de instituciones que no funcionan bien, porque no quieren o porque no pueden, ni para los periodistas ni para casi nadie. Salió cuando esos nombres quedaron ahí, a la espera del día que la dependencia, todas las dependencias involucradas, decidan por fin hacer justicia: un día, un mes, un año, diez…
Salió, ese grito, cuando más lo necesitaba un oficio amenazado por la violencia, por la delincuencia, por el narcotráfico, pero también por la corrupción gubernamental que los solapa, los tolera, los ignora. Salió cuando aparecen voces que pretenden unificar las expresiones, acallar las realidades, manejar la percepción a modo, como si así se pudiera sostener en pie un país que se desgrana. Como si al país le sirviera un Jefe de Estado que se asume como Jefe de Información.
Salió, ese grito, de entre el manifiesto sin matices que exige «cumplimiento cabal, por parte de las instituciones del Estado mexicano y de los diferentes órdenes de gobierno, de su deber y obligación constitucional de garantizar y custodiar el pleno acceso y disfrute de los derechos a la libertad de expresión y al acceso a la información, para todos los ciudadanos y los periodistas, sin distinción de posiciones ideológicas, políticas o de cualquier otra índole».
Salió de ahí, de las gargantas unidas, en su ya memorable 7 de agosto del año de su reconciliación como colegas.
Un grito grueso, contundente, unísono, de trabajadores de los medios de comunicación sabedores de que sin periodismo libre no existe democracia posible, ni sociedad viva, ni país ninguno.
Un grito de justicia, de aliento, de determinación asumida. Un grito que casi quería llegar hasta los colegas de Sonora, Chihuahua, Baja California, Morelos, Veracruz, Nuevo León, Michoacán, Chiapas, Guanajuato, Oaxaca, Sinaloa y Guerrero, que también salieron a las calles.
Un grito rojo como la sangre de los colegas asesinados, negro como las pistolas, manchado como las mordazas de los secuestrados, un grito inmenso, en fin, como marea: ¡NI UNO MÁS, NI UNO MÁS, NI UNO MÁS!P.D.Todavía suena, el grito.
Aún cuando todos se retiraron a celebrar, chupando, su reencuentro con el otro.
Y fue espontáneo. Como casi todas las cosas que le habían dado origen, forma a este movimiento. Espontáneo, el pinche grito, como esas palabras que luego salen por la boca a borbotones, cuando a uno le estalla de emociones esa víscera llamada corazón.♠

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