Cuando escucha la cifra, destella incrédula los ojos almendra, igual que haría un niño al saborear un caramelo inalcanzable:
-Nomás en la remodelación de la alberca con jacuzzi y la palapa del centro, junto con la casita-vestidor con capacidad para atender a 250 invitados a la vez, se gastaron catorce millones de pesos… ¡ca-tor-ce-mi-llo-nes!
– ¡Uy, nooo…! Sabe cuántas veces mi quincena… si yo gano dos mil 800 al mes… a ver, hágale cuentas- me dice, con esa expresión de quien intenta, sin éxito, hacer sumas y multiplicaciones en la mente.
-Cinco mil meses de su sueldo juntos ¿no?- le machaco en la herida de empleada sin recursos, sin posibilidades mayores.
Son casi 420 años de su trabajo como trabajadora de restaurante. Más de cuatro vidas de sudar, servir mesas, caminar y pagar impuestos, para que un gobernador pueda remodelar, a su gusto pero con dinero público, la alberca y la palapa de la Casa de Gobierno, la residencia oficial del mandatario en turno.
Uno de los integrantes de la casta de los exquisitos.
En México, después de líder del narco, ser funcionario público, de cualquier nivel, es hoy la actividad más redituable.
Veamos si no:
Impunidad total garantizada o, en el peor de los casos, algunos meses de cárcel con el debido respeto irrestricto, e innegociable, a que todo (propiedades, cuenta, joyas, autos, fideicomisos) lo cáido, cáido.
Autos de lujo (gasolina, claro), chofer y asistentes los 365 días del año, todo sin erogar un centavo.
Oficinas a tu gusto: jacuzzi, albercas, gimnasio, jardines «evergreen» tipo Versalles, cascadas artificiales, canchas de tenis, campos de golf.
Y sólo en las oficinas privadas ¿Eh? No se habla de las caobas, mármoles y alabastros con que se remozan también los despachos oficiales, las oficinas que se heredan a los siguientes ganadores, para que trabajen.
Vuelos en primera clase, a cualquier lugar del mundo y en cualquier momento, privados o en aerolíneas comerciales, según el rango, pero todos con hoteles de gran lujo y viáticos incluidos, sin el enfado de realizar comprobaciones.
Total libertad para hacer negocios con y desde los gobiernos, bajo dos premisas esenciales: impulsar-expandir los propios o camuflar tu ventaja a través de amigos prestanombres y terceros.
Capacitación de primer nivel, financiada por el Gobierno, para que al término de la gestión el individuo o la individua se puedan incorporar, sin vulgares restricciones, a la iniciativa privada del ramo. Faltaba menos.
Desayunos, comidas y cenas de lujo, incluidos los cumpleaños, las edecanes, los mariachis, los regalos, las sorpresas para uno/una mismo/misma y para el novio, la novia, el chichifo, los hijos, los nietos, los entenados, la servidumbre.
Caviar y champaña. Vinos de 50 años y bellos mancebos y doncellas de 20. El convite para todos a cuenta del erario: los enemigos y los muy amigos. Los socios y los adversarios. Los prospectos y los ex. Al fin que todo alcanza.
Benito Juárez y su honrosa medianía son asunto del pasado.
Hoy lo que prima es la posibilidad total y absoluta de heredar la plaza:
El hijo del Presidente puede ser un Secretario, Ministro o Gobernador.
La esposa del Presidente puede ser Presidenta, Senadora o Diputada.
La amante de la Gobernadora puede ser Alcaldesa, Cónsul o Coordinadora de Asesores.
El amante del Gobernador puede ser la figura de la millonaria campaña de publicidad, Consejero de Medios o Estrella de Cine.
El erario paga para mantener intocables los privilegios de esa casta de exquisitos, cuyo papel es votar para mantener, a toda costa, ese modelo económico en el que pocos ganan y muchos pierden. El modelo neoliberal del que son instrumento.
¿No es esto el paraíso en la tierra?
¡Si hasta incluye un Manual de Procedimientos, no se necesita saber nada!
¿Te están investigando?
Grita: «No debemos politizar el caso».
¿Te encontraron las propiedades ocultas en Nueva York o Miami?
Grita: «Es golpe político. Voy a presentarme a la elección»
¿Te quieren pasar facturas?
Grita: «Quiero aportar a la campaña».
Tienes las llaves del mar de la serenidad.
Y todo ello, casi sin inversión propia o con una mínima.
¿Medios? El presupuesto paga anuncios en televisión, radio, cine, internet, teléfono, diarios, revistas, libros, columnas, hojas volantes, espectaculares. Todo.
¿Imagen? El presupuesto paga cambio de imagen, vestuario, accesorios y clases de cualquier tipo: para que no tragues como cerdo, para que lleves la cuchara al hocico y no el hocico a la cuchara, para que aún cuando hayas salido de la calle más peligrosa de Las Lomas de Chapultepec o del barrio más exclusivo de Iztapalapa, parezcas fino. Fina.
¿Quién va a decir que no a tal vida de privilegio? ¿Quién va a elevar la voz para cerrar el paraíso?
El lujo, ha escrito Monsiváis, es un árbol genealógico de primer orden, aprobado por sus virtudes teologales, cuya ostentación es su particular certidumbre moral: el dinero es su propia fuente de legitimidad. Y entonces, los gobernantes mexicanos, antes que intentar dejar su impronta en el ejercicio del gobierno, parecen más abocados a disfrutar del privilegio momentáneo, del cargo que ocupan, con un “afán de multiplicar Versalles con la pura voluntad del dispendio”.
Pudiendo gozar ese sinlímite, ¿quién va a votar, quien va a proponer, quién plantear que acaben estos privilegios?
¿A quién le pueden importar el futuro de un hospital del IMSS, la Educación pública gratuita, quién posee el Petróleo, quién la Electricidad… cuánto compra hoy un salario mínimo? ¿Qué diablos es un salario mínimo?
¿Quién, a ver… QUIÉN?♦