Esta ciudad sólo pertenece a sus seis rinocerontes, a las quince ardillas que han sido vistas merodeando en el Parque México vacío de paseantes, a los cientos de patos y conejos, miles de peces, más de 6 millones de gatos y perros domésticos que ya estarán levantados a las ocho. Esta ciudad, la primera mañana del año 2012, solamente es de sus millones de ratones, de billones de cucarachas, moscas, gusanos, cochinillas y caracoles panteoneros que ocupan sus espacios: en las calles no hay gente. Y si hay, son unos cuantos.
Ha de ser el mismo efecto todos los años. Al bullicio de la víspera, al caos en los centros comerciales, el gentío en las plazas y mercados, los gritos en las calles, los claxonazos en las avenidas, la histeria en los embotellamientos, la neurosis del fin de año, se sucede siempre, como hecho irremediable, una mañana de paz inusitada, de serenidad pasmosa con edificios vacíos, sonido de hojas, trinos, calles tapizadas con restos de cuetes, botellas de cerveza, confeti, serpentinas, corcholatas, la fiesta terminada.
No ocurre igual, jamás, en algún otro día. La vida se detiene, literalmente se detiene, con las primeras horas del año que comienza. Los seres humanos, que confirmamos requerir de rituales para seguir viviendo.
Y cada fotografía, cada toma de televisión, cada crónica de radio e internet lo reconfirman: la mañana de año nuevo, la gente parece estar metida en algún lado. Como cargando la pila para volver a salir al mundo caótico y demencial que construimos juntos para todos nosotros.
Evaristo García, Don Evas, empleado de limpia de la zona centro del Paseo de la Reforma, trabaja ese día desde hace 18 años. Quizá sea el único hombre levantado a esas horas en ese lugar. Con su uniforme anaranjado, su gorra de los Cardenales de San Luis y sus guantes de cuero. Y empieza después de las 8 y media.
El 31 de diciembre por la tarde, cuando me lo encuentro casi frente a la embajada de Inglaterra, ya sabe lo que le va a tocar al día siguiente:
-Es un día bien tranquilo, por eso ni me apuro. A nosotros nos toca barrer en este sector de la colonia (las calles entre la embajada de Estados Unidos y la glorieta de la palma) y a los privados (a Sínder) les toca Reforma. Ni gente se ve. Ni ruido. Ya como a las 11 se empieza a ver más movimiento. Pero está muerto generalmente.
-¿Y no siente gacho ser el único que está levantado a esas horas el día primero?
– Pus nomás porque no hay dónde echar taco… no se pone la señora de los tamales de Lerma, ni los tacos de Tíber o Guadalquivir, ni las carnitas de Nilo… pero siempre están los ocsos. Y siempre te toca tu premio, (que un billete, que una cartera, que un relojito, una medalla, unas monedas)-
dice Don Evas, mientras hace un recuento esperanzado de lo que puede encontrarse, con un poco de suerte, al barrer las calles después del fin de fiesta.
-¿Y es el único día así?
-Los 25 son también tranquilos, pero el que más es el primero. Ahí sí se muere todo. Ni ratas de dos patas hay temprano. Ya luego llegan, tardecito porque hasta eso, se levantan tarde las huevonas.
Y tiene mucho de razón: la primera mañana del año la ciudad es insólita: los parques de la ciudad son para unos cuántos. El Periférico no es un estacionamiento. En el Metro alcanzas un asiento. En los cajeros automáticos difícilmente encuentras efectivo. No tienes que ser un gorila para conducir el automóvil, no se sabe de algún caso de persona que haya sido asaltada a las 9 de la mañana de un primero de enero.
Donde sí hay gente, y en todo caso pasado el mediodía, es en los caldos de gallina de la delegación Cuauhtémoc. Y en la birria de la colonia San Rafael. Y en los pozoles, garnachas y pancitas diseminados por toda la ciudad: es día para “curar la cruda” y los comederos son la parroquia habitual del feligrés del festejo.
En una ciudad de casi 9 millones de habitantes, con una población flotante de casi 20 millones, una mañana con sol y sin gentío es casi un milagro. Un prodigio que significa empezar de nuevo. Aunque sea un ratito, aunque sea momentáneo el fenómeno, la magia, magistralmente descrita por Don Evas:
“Como no hay gente, ni nada, como que las calles ventean más fuerte y no calienta tanto el sol. Está uno chambeando de a soledad… no, si hasta se extraña a los demás cabrones”.♠
Publicada en El Universal