06:16 horas. El Ángel de la Independencia a oscuras. Sobre Paseo de la Reforma sólo vamos seis automóviles. Tres de ida, con sus correspondientes abufandados, dos de regreso y uno que se estaciona frente a una palma con penacho iluminado de violeta. Los autobuses vacíos, la ciclopista libre. Esta ciudad, que ha de regresar a su normalidad el martes 3 de enero, todavía está en la cama. Adormecida.

Unos cuantos focos de luz apachurrada iluminan el campamento de ocupas que lleva semanas demandando un mundo mejor afuera de la Bolsa Mexicana de Valores. Ni un ánima a la vista, ni una policía, ni un reclamo callejero o sonido ajeno a los pocos ruidos de motor.

Algunas pancartas de mueven con el viento, pocos edificios encienden sus ventanas, y cuando pequeñas hojas viejas se desprenden de los matorrales que se secan frente a la indignante nueva sede del Senado, es fácil evocar a Tomas Tranströmer, el poeta del invierno vivo: “parecen páginas arrancadas del directorio telefónico. Nombres engullidos por el frío”.

06:50 horas. Ya clareó por completo y resulta un día nublado. Sobre Iturbide un hombre cargado con bufanda y guantes recoge, selecciona y empaqueta diarios y revistas de papel. “Cada vez se vende menos”, dice. Su oficio también parece vivir el invierno. Sobre Morelos van unos cuántos. ¿De veras hoy regresa el caos?

No es el frío peor, ni siquiera llega a los cero grados en la zona Centro, pero como la bruma matutina nos saca de la comodidad, nos obliga a la chamarra, a la bufanda, al chal que imita la lana con tejidos sintéticos, al atole de chocolate, al champurrado, decidimos gruñir a coro nuestra desventura: “¡Uy, qué pinche frío!”

07:00 horas. La gente empieza a aparecer. En la esquina de Bucareli y Turín un camión de la basura toca una campana. Se acercan tres personas. Los automóviles se multiplican, pero no por mucho.

Justo a las 7:01 ha de sonar la primera bocina. Mentada mañanera. La esquina de Bucareli, Cuauhtémoc, Río de la Loza y Arcos de Belén presagia caos. Qué otra cosa, si covergen automóviles, motocicletas, patrullas, grúas, metrobúses, bicicletas, peatones, comercios, acelere. Nadie se detiene a mirar.

La estación Cuauhtémoc libera friolentos. La vendedora de tamales, bizcochos y sángüiches que acapara la salida del Metro que da al Mercado Juárez se apresta a recuperarse: medio diciembre bajaron sus ventas. La última semana ni se puso. “Primeramente Dios”, dice convencida, “pero a ver si no hacen puente hasta el lunes 9”. Dos hombres disputan un taxi.

Una mujer embarazada gritonea a un bolero. ¿El piar de las aves puede escucharse en una avenida como Chapultepec?

Los oficiales de tránsito esperan un día pesado. El primer estorboso aparece a las 7:35 y con su pipa de gas que se queda en medio del cruce, sin dejar pasar a nadie. Merecida silbatina, la primera del año. El sonido de mentadas cosecha 2012.

Sobre taxis, desde el Metro, caminando el puente, los primeros niños llegan a la Primaria Horacio Mann. Si la entrada es a las 8, seguro van a faltar bastantes. A menos que lleguen en bola.

08:05 horas. “Se levanta en el mástil mi bandera, como un sol entre céfiros y trinos”, cantan los entumecidos niños de la primaria. Un integrante de la escolta se rehúsa a quitarse el chaleco rompevientos.

27 millones de estudiantes de todo el país deben volver a las aulas. En la ciudad de México hace frío. Debe haber menos de la mitad de alumnos, dicen las mamás. “Muchos maestros adelantaron clases para que vinieran hasta el 9”, comentan. “Qué inconciencia hacerlos venir con este frío”. Los niños esconden las manos en las chamarras, en los bolsillos. Es una escuela de manos con frío.

08:45 horas. “No es normal”, dice el policía. “Ha de ser el frío”. El Ángel, iluminado de nubes, no preside un caos vial. Lo que debía ser un atorón de autos, es un flujo constante, mesurado. La fuente de la Diana Cazadora se niega a ser un nudo de motores. Desde Mississipi hasta Sevilla, desde Bucareli hasta Las Lomas, la avenida es un trajinar sin interrupciones.

“La gente se quedó dormida”, dice el patrullero. Aparecen vendedores de orejeras, de bufandas, de gorritos. A 100 pesos la pieza, dice el muchacho.

¿Y el caos? La ciudad, friolenta, ha decidido quedarse en la cama.

09:40 horas. Un hombre muere dentro de una sucursal de Bancomer, dicen las noticias. La fila de usuarios lo mira morir sin inmutarse y el gerente del banco decide que la rutina continúe aún con el cuerpo tendido a cuatro pasos.

“¿Qué pesa más, la nieve o todo el frío?”, pregunta Alejandro Filio en un puesto de discos piratas.

Mañana de viento. Mañana de indiferencia. Aunque no salga a la calle, aunque se refugie en chamarras, bufandas y abrigos, la gente de esta ciudad ha regresado a su normalidad el martes 3 de enero. No es frío: es entumecimiento.♠

Publicado en El Universal

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