Son miles de miedos juntos que se reúnen en un Paseo de la Reforma convertido, por una tarde, en la pista de baile más grande del país, en la explanada de la libertad donde ellos, los “raritos”, los “degenerados”, las “tortis”, se agrupan para conjurar el odio que todavía les tienen, el asco, la intolerancia, con una canción: “de noche y de día… ¡Que viva la jotería!”
Cuando pasa brincoteando al ritmo de la música de Gloria Trevi, confundido entre más de 60 mil que, según el gobierno capitalino, convergen en la 33 Marcha del Orgullo Gay, la más concurrida en la historia del país, David se detiene para responder: “Sí te da miedo. Yo no quería decírselo a mi papá. Pensaba que me iba a correr de la casa, que me iba a golpear, te sientes el único en el mundo, y hasta crees eso de que te vas a ir al infierno, y yo no quería eso”, dice.
Lleva un arcoíris dibujado en el pecho, un tocado de princesa cubriéndole la cabeza, una capa azul con chaquira y lentejuelas, los ojos verdes, artificiales por supuesto, que le resaltan en el rostro moreno de no más de 25 años. “Yo creo que a todas nos da mucho miedo, a todos ¿no? Por eso hay tanta closetera”. Y ríe. Cualquiera lo hace si supera el temor de vivir su única vida como le venga en gana.
Y como él hay muchos. Miles. Quien aguantó la burla de sus amigos, quien fue despedido del trabajo, el amenazado, el golpeado, quien se casó para aparentar, el “jotito de la colonia”, que un día tuvieron temor pero hoy salen a la calle con sus disfraces de carnaval, sus banderitas, listones, pancartas, antifaces, para regodearse con su determinación. Para besarse, bigote con bigote. Para tocarse, en conjunción de senos. A ligar, enamorarse, divertirse.
Ya son orgullosos gays, lesbianas, transexuales, bisexuales, transgénero, que por miles exigen derechos civiles, económicos, políticos y también reclaman, fuertes todos juntos, que a la sociedad le quede claro: “detrás del silicón, está mi corazón”.
Por ello, cuando no aparece el jefe de gobierno, Marcelo Ebrard, para dar el banderazo de salida, a silbidos y mentadas le recuerdan que el “gay power” representa 10% del electorado, si no es que más, y su músculo social cuenta, decide, compra, y, vota. Lo sabe el secretario de Turismo, Alejandro Rojas, cuando se compromete a apoyar la consolidación del primer Centro de Apoyo para la comunidad gay, y asegura que el GDF estará siempre atento a sus demandas.
Lo saben refresqueras, cerveceras, editoriales, empresas de espectáculos, de ropa, de perfumes, de automóviles, de servicios bancarios, de viajes, de zapatos, de equipos electrónicos, que financian su fiesta.
Lo saben los partidos que coquetean con ellos, lo saben los gobernantes, incluso aquellos que se asquean en público de aquello que disfrutan en privado: miles de temores juntos construyen un inmenso valor.
Le pregunto a David, en medio del jolgorio, cuándo fue que perdió el miedo. La respuesta que suelta, antes de perderse en la multitud, es suficiente para entender esta realidad social: “cuando mi papá me abrazó y me dijo que me iba a querer siempre”, dice, “y cuando empecé a encontrar muchos amigos como yo”.♠
Publicado en EL UNIVERSAL