Comentario de Luis Guillermo Hernández para #PulsoNoticias de Radio Educación
El relato de espanto que nos contó ayer la directora del Conacyt, la Doctora Elena Álvarez Buylla, debe quedar registrado como uno de los capítulos más oscuros de la historia de la ciencia en México.
Durante casi dos décadas, en los gobiernos de Vicente Fox, Felipe Calderón y Enrique Peña Nieto, el Consejo Nacional de Ciencia y Tecnología, un instrumento creado con el noble fin de apoyar a instituciones y universidades del país en la tarea fundamental de crear conocimiento, desarrollar ciencia y tecnología e incentivar la innovación, fue utilizado para construir una élite científica parásita y al servicio de empresas privadas y negocios particulares.
Miles de millones de pesos, provenientes de las arcas públicas, convertidos en fideicomisos opacos fueron destinados, entre 2000 y 2018, a apoyar investigación y desarrollo de empresas privadas multinacionales, como Kimberly Clark, del magnate Claudio X González; o FEMSA, propietaria de Coca-Cola; o Monsanto, la multinacional de los transgénicos, o incluso utilizados para realizar transferencia de conocimiento desde las universidades hacia las empresas privadas, sin que las instituciones educativas alcanzaran un beneficio concreto por esas acciones.
Con reglas a modo, para favorecer a las empresas y no a las instituciones de investigación, el Conacyt fue utilizado para construir obras faraónicas hoy en desuso, para pagar favores de empresas privadas o construir las puertas giratorias para las élites universitarias, para apuntalar organizaciones civiles y privadas, para crear una casta dorada de científicos que se volvieron millonarios y hoy, incluso, repudian realizar su tarea más esencial: impartir clase frente a grupo, compartir su saber con las generaciones siguientes.
El relato de esta tragedia nacional, en el que el desmantelamiento del aparato científico y tecnológico y la conversión del CIDE, el Centro de Investigación y Docencia Económica, en una verdadera cueva de neoliberales al servicio de organizaciones privadas, ocupan un lugar significativo, debe movernos a la indignación y también a la reflexión.
Mientras el Conacyt repartía miles de millones a manos llenas a un pequeño pero voraz núcleo de investigadores, científicos y tecnólogos de universidades públicas y privadas, la condición de la ciencia y la tecnología en México se desplomaba, y el país caía 16 lugares en el terreno de la innovación mundial, se rezagaba y perdía una oportunidad valiosa de alcanzar la soberanía en ese terreno.
México es un país de grandes aportaciones a la ciencia y la tecnología en el mundo. No solo en su historia ancestral desde las civilizaciones azteca y maya, sino también en los tiempos recientes: grandes científicos, tecnólogos, investigadores, desarrolladores de conocimiento, que durante el siglo XX fueron honra y gloria de este país. Honra y gloria de la ciencia nacional, e incluso desde antes de que México se llamara México.
Lo ocurrido con el Conacyt durante el periodo Neoliberal es un acto de traición suprema a esa historia y a esa herencia.
Una traición que, como mexicanas, como mexicanos, estamos obligados a nunca olvidar, para que nunca, pero nunca, se repita.