PLAZA MAYOR No. 6

En la Plaza Mayor hay libros que resguardan fantasmas, mensajes, los restos de vidas de hombres o mujeres detenidos en páginas interiores, en una frase cualquiera, en medio de un poema o dedicatoria amorosa que sólo el tiempo puede liberar.

Y esos fantasmas, vueltos fotografía, recibo, anotaciones, notas, se aparecen de repente, como suele hacerlo cada flash de la memoria. “Con todo mi cariño, Meche, para que vivas una aventura inolvidable: tu papá”.

Es un libro de Julio Verne, una añeja edición de “20 mil leguas de viaje submarino”, editorial Novaro, que detiene entre sus hojas un momento: “Feliz Cumpleaños, Nena. 17 de diciembre, 1974”.

Libros viejos. Apilados uno sobre de otro, como los días de una vida. “Te puedes encontrar de todo, a veces dedicatorias, a veces dinero antiguo, fotos, lo que mas encuentras son fotos, hojitas con anotaciones. A la gente le gusta anotar entre las hojas”.

Paulina, empleada de librería en Donceles, bien sabe lo que dice.

Custodia libros viejos con historias de otros. Relatos paralelos que se desprenden de las hojas donde fueron confinados por el tiempo. “Siempre puedes hallar sorpresas”, dice “nosotros no revisamos los libros, que cada quien encuentre lo que le toque”.

Por eso se emociona con el hallazgo. El relato de Edward W. Beattie “Pasaporte Libre. Andanzas y aventuras de un periodista por el mundo en guerra” se interrumpe en la página 144, porque el señor Nicandro Gómez Martínez, habitante del número 64 de Villalongín, Colonia Cuauhtémoc, México 5, DF, entra en la historia.

Justo antes de que el pasaporte 474503, protagonista andante por el mundo, logre resguardarse del inminente bombardeo alemán a Varsovia, el Estado de Cuenta Corriente del Banco de Comercio SA, fechado 2 de marzo de 1976, hace exactamente 31 años, cuela la historia de un hombre del que sólo se sabe que, al corte, tenía 6 mil 318 pesos con centavos en su cuenta número 433802-6.

¿Qué habrá sido de su vida? ¿Por qué precisamente en ese libro abandonó los saldos de su cuenta? El papel olvidado, el libro amarillento que huele a cartón mojado, que presume la propiedad de “Dorry Baronbaum”, no lo dicen.

Tampoco dice más un enigmático folleto, “La Casa de Ana Frank”, traído desde Holanda, para ser resguardado por años en “La cultura es nuestro negocio”, de Marshall McLuhan. Como si fuera la clave de un tesoro oculto.

Como si en la frase de McLuhan, justito delante del folleto aparecido, quedara impresa también la pregunta de acertijo: “La naturaleza detesta el vacío”.

¿O qué es entonces, si no mensaje, la hoja de almanaque en blanco, martes 18 de febrero – 1975, San Heladio, escondida entre las páginas 154 y 155 del libro “Avenida del Parque 79”, de Harold Robbins?

¿O el recibo de surtido médico número 054992, a favor de Luis Reyes Cervantes, que expidió hace 35 años la caja del Instituto Nacional de Pediatría, al quedar atrapado entre las hojas de “Secretos de la Infancia”, de Elena Quiroga?

“Los olvidos son mensajes”, dicen en los pasillos de “El Tomo Suelto”, la librería de viejo que como otras 54 regadas por la ciudad ofrece estanterías para buscar tesoros.

Tienen que serlo, un mensaje. Un fantasma. La flor que alguna vez fue rosa, dormida en un libro de Víctor Casaus y Luis Rogelio Nogueras, “Silvio Rodríguez: que levante la mano la guitarra”, no descansa precisamente en una página cualquiera.

Porque Ana María, quizá la dueña primera de ese libro, fue a dejarla justo en Resumen de Noticias: “Yo he preferido hablar de cosas imposibles, porque de lo posible se sabe demasiado”.

Mensajes, fantasmas. Historias fragmentadas en medio de otra historia, que brincan, que gritan: Gabriela Romero, 3º B, tachona en 1975, con su pluma seguramente azul, hoy tinta oscura, un sol con su sonrisa a medio diccionario.

Es la letra “L”, y al centro del dibujo de Gabriela, en medio de la sonrisa, la palabra “Libertad”.♠

Publicado en el diario EL CENTRO

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