PLAZA MAYOR No. 8

En la Plaza Mayor hay un júbilo que se celebra con chela y marihuana: la Ciudad Universitaria ya es patrimonio de la humanidad completa, y sus moradores menos ortodoxos, esa raza que ahora habla con espíritu de juerga, festejan con su churro entre los libros, con su caguama vestida de refresco de manzana.

“No cualquiera se pone pacheco en un patrimonio de la humanidad, K”, dice el Manolo, ávido lector de Proust y Baudelaire, recostado en los árboles detrás de Rectoría, su cabello güero en desaliño, su camiseta marca SPRGFLD, sus tenis desgastados a punto de basura, su barba de tres tardes, la mota entre los labios.

“A mi me da un chingo de orgullo, K, porque soy de aquí, porque la carne de uno es la universidad” y mientras lo dice, pausado, aletargado, el Manolo se echa dos fumadas más de ese cigarro gordo como dedo.

No han llegado a ser las cinco de la tarde. Manolo debió dejar las aulas quizás hacia la una. Entre los más de 180 pasos que separan a las “islas” del primer piso de la Facultad de Filosofía y Letras, y entre las 20 fumadas de su cigarro y la plática que sigue, el estudiante de Literatura se ha topado nada más con siete vendedores.

“Narcomenudistas”, les llamarían afuera. Adentro sólo “compas”, el “conecte”, los “carnales”, que hasta celulares tienen para la venta, para la entrega a “domicilio”.

Hasta ellos siempre llegan buscando los chamacos. Da igual que sea Derecho, Medicina, Economía, o igual Filosofía, Arquitectura o Ingeniería. Desde las 11 de la mañana, hasta bien entradas las horas de la noche, en las inmediaciones de la Torre de Rectoría, en la Biblioteca Central, en la Facultad de Humanidades hay opción para el “conecte”.

Están en el campus. Están en todas partes. Ahí se confunden, con sus mochilas negras con verde, o negras con rojo, con sus petacas azules de rayas amarillas, con escudo de los Pumas, los emblemas de la UNAM. Se acercan sigilosos si les miran merodeando atarantados. Les saludan efusivos si acaso los conocen.

Los cuates del Manolo dicen que son los mismos que se reúnen en las tardes en los paraderos de Metro CU, por donde están los puestos, a organizar parrandas.

Que son ellos quienes van en parejas al Espacio Escultórico para abastecer urgencias de adoradores de vegetaciones y silencio. Que desde 20 varos tienen material del bueno, y que hasta más de 1000 pueden surtir, si acaso hay una fiesta o vienen vacaciones.

“La Universidad es un espacio libre”, dice convencido Manolo, de ojos rojos, y espulga a medio campus la hierba y sus “coquitos”. El árbol se mece atolondrado, la gente pasa sin que mire, el humo del carrujo se multiplica en decenas, en docenas de bocas que lo inhalan.

“Auxilio UNAM no se para por aquí a estas horas”, dice tranquilo. El aire ya huele a hierba que se quema. Cinco pisos más arriba, el rector Juan Ramón de la Fuente podría verlos a todos, si acaso se asomara.

“Desde las épocas del CHG, ellos se quedaron con el bisne, aquí es bien sabido que son ellos los del negocio”, dicen los amigos del Manolo de todos “los carnales”, “tienen a los ambulantes, a los manteros y a los de la mota”.

Son los que el año pasado organizaron la primera “Marcha por la Liberación de la Marihuana”, también en plenas “islas” del espacio universitario, el día 6 de mayo.

Los que, según reportes de la procuraduría capitalina, tienen controlado el tráfico de estupefacientes en todo el territorio, incluso en cada campus, ya que adentro

“la autoridad tiene poco margen de maniobra. Sólo se actúa a petición de parte”.

Son los que, según temen los chavos en las “islas”, ahora podrían vender más caro su producto, ante la posibilidad real de que los saquen, de que ahora sí de plano los combatan.

La UNESCO acaba de convertir Ciudad Universitaria en un monumento cultural, en una joya, y las reglas del comercio marcan que puede desatarse alguna carestía.

Lo sabe también Manolo, quien fuma su bachita atrás de rectoría: qué orgullo estar pacheco en un patrimonio cultural de todo el mundo.♠

Publicado en el diario EL CENTRO

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