Por LUIS GUILLERMO HERNÁNDEZ / @luisghernan

Fue un enemigo silencioso, como un cáncer indetectable, escondido en las entrañas. Fue un enemigo camuflado, como se camuflan las intenciones de un ladrón que acecha nuestros bienes.

Le llamaron #Modernización, #Avance también. #Desincorporación y #SaneamientoEconómico fueron otros de sus nombres. Con eufemismos nos llevaron a creer que no era otra cosa que sentido común, nada más que eso, y que se enfocaba sólo en la limpieza de la debacle estadista que había derrumbado el presente del México de principios de los años 80.

Sin mencionarlo jamás por su nombre, el Neoliberalismo, el pensamiento económico antiestatista creado en los años 40 del siglo pasado por los austríacos Friedrich Hayek y Ludwing Von Mises para oponerse al Estado de Bienestar Social, fue impuesto en México a la mala, sin pedirnos opinión y sin que pudiéramos elegir, con un objetivo casi único: transferir los bienes públicos al control y beneficio de unos cuantos particulares, que en su mayoría respondía a intereses trasnacionales.

Y así lo hicieron: el proceso de transición de la economía estatista a la economía neoliberal, principalmente a lo largo de los años 80 y 90, fue también la época del adelgazamiento indiscriminado de las empresas del Estado, para transferirlos a manos privadas cercanas a los grupos de poder político de ese entonces, quienes se quedaron con la mayoría de los beneficios.

Como escribió Lorenzo Meyer en 1995: para los gobiernos de Miguel de la Madrid, Carlos Salinas de Gortari y Ernesto Zedillo, la primera obligación del Estado era «concentrar el esfuerzo del conjunto en ayudar a unos pocos a concentrar enormes cantidades de recursos, para que ellos activen el mercado… y ese mercado, con su magia, resuelva vía exportaciones el problema del desempleo y –en el último lugar de la cadena causal– el de la pobreza».

Un cable revelado por Wikileaks en 2011, escrito por el entonces Embajador de Estados Unidos en México, Tony Garza, da cuenta precisa de cómo Salinas de Gortari en mayor medida, pero también Miguel de la Madrid antes y Ernesto Zedillo después, crearon una élite empresarial multimillonaria. Y voraz.

Cable de Wikileaks

En un contubernio que resultó perjudicial para las mayorías, empresarios y políticos crearon condiciones para que un puñado de familias expandieran sus riquezas aprovechando las deficiencias de las instituciones mexicanas.

A Carlos Slim, quien se quedó con Teléfonos de México, le concedieron el privilegio de contar con «un monopolio intacto», que incluso tuvo la ventaja de una prohibición total de competencia alguna por años, bajo pago de impuestos y facilidades de pago de su deuda, lo que le convirtió en uno de los hombres más ricos del Mundo en menos de 20 años.

A Alberto Bailleres, de la acaudalada familia fundadora del Instituto Tenológico Autónomo de México, el ITAM, le concedieron facilidades de explotación de oro y plata a través de Grupo Bal y posteriormente la incursión en el ramo petrolero.

A Germán Larrea le concedieron las minas más rentables del norte del país, además del aniquilamiento paulatino, pero sostenido, de la resistencia sindical y obrera.

A Ricardo Salinas Pliego le entregaron la televisora estatal Imevisión, casi a precio de ganga y sin experiencia ninguna en el sector.

A Roberto Hernández le dieron el banco más rentable del país, Banamex, y luego, cuando ocurrió la catástrofe financiera de 1994, lo ayudaron a sanearlo para que éste lo entregara después a Citigruop… sin pagar un centavo de impuestos.

«Varias dinastías empresariales que poseen estos individuos despegaron en los años 90, cuando el entonces Presidente Salinas de Gortari (PRI) comenzó el desmantelamiento de la economía mexicana estatal. Salinas vendió más de mil compañías del Estado, desde metalúrgicas hasta ferroviarias. Infortunadamente, en algunos casos estas privatizaciones terminaron creando monopolios en el sector privado, beneficiando a un grupo de políticos y empresarios listos, mientras dejaban en frío al mexicano promedio», dice Garza en el cable «¿Quiénes son los líderes empresariales más ricos de México?».

DOCUMENTO WIKILEAKS
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Aunque algunos estudiosos ubican el inicio del Neoliberalismo mexicano en los años 40, con la presidencia de Miguel Alemán, su imposición total en México comenzó con Miguel de la Madrid.

En una primera etapa, entre 1982 y 1992, el Estado destruyó más de 250 empresas y privatizó otras 155. Públicamente jamás habló de privatización. Utilizó todos los eufemismos posibles.

Tras la entrada en vigor de la nueva Ley de Entidades Paraestatales, se vendió prácticamente todo el sistema no estratégico, la industria complementaria del petróleo, empresas como Sosa Texcoco y Tereftalatos de México e instituciones financieras como Nacional Financiera y Somex, encargadas del apuntalamiento de empresas públicas.

En la segunda etapa, entre 1992 y 1994, se abre la puerta al expolio con la Ley Minera de 1993, la privatización de la banca, la venta de Teléfonos de México y de un gran caudal de empresas estratégicas: la armadora de camiones DINA, Altos Hornos de México, Fundidora Monterrey y Siderúrgica Lázaro Cárdenas, entre otras.

En 1994, en la tercera etapa, se firmó el Tratado de Libre Comercio, que provocó un desastre sin precedentes en el campo y la ganadería nacionales, al liberar de toda barrera arancelaria la entrada de productos agrícolas y ganaderos estadounidenses y canadienses a México, que arrasaron con la producción nacional.

Entre 1994 y 1996 el neoliberalismo mexicano se topó con un desastre financiero derivado del llamado Error de Diciembre y la posterior creación del monstruo rescate financiero llamado Fobaproa, que provocó un cisma mayúsculo.

Tras la intervención de Estados Unidos para el rescate financiero, en la cuarta etapa del saqueo se abrieron las puertas para privatizar la joya de la corona: el sector energético. La Cuarta y última etapa del robo.

En poco menos de 35 años, desde la promulgación de la nociva Ley de Entidades Paraestatales de 1986, con la que el entonces Presidente Miguel de la Madrid abrió la puerta legal al expolio, los mexicanos lo perdimos casi todo:

Nos quitaron nuestra industria, nuestro comercio, destruyeron nuestra agricultura y ganadería, nuestro sistema de salud, nuestro aparato educativo; acabaron con nuestras jubilaciones, se quedaron con las minas, asfixiaron nuestra aviación, se llevaron nuestras carreteras, las playas, las selvas, los bosques… y nos hicieron pensar que era bueno.

Se cambiaron los planes de estudio, para que el sistema educativo expulsara principalmente mano de obra calificada, mientras se desarticulaba la educación media y superior y desde los medios se moldeaba la forma del pensamiento de las masas: hizo que se menospreciara el concepto de colectividad, para imponer el individualismo como lógica social.

«Las organizaciones obreras y la negociación colectiva no son más que distorsiones del mercado que dificultan la creación de una jerarquía natural de triunfadores y perdedores. La desigualdad es una virtud: una recompensa al esfuerzo y un generador de riqueza que beneficia a todos. La pretensión de crear una sociedad más equitativa es contraproducente y moralmente corrosiva. El mercado se asegura de que todos reciban lo que merecen», escribió en The Guardian el autor inglés George Monbiot, autor de «La era del consenso: manifiesto para un nuevo orden mundial».

INFOGRAFÍA DEL SAQUEO

Una sola visión del mundo, el #Neoliberalismo, controló mayormente la difusión de las ideas en México, ahogó casi todo pensamiento alternativo, toda disidencia crítica. Ocupó los periódicos, las revistas, las historietas. Se coló en todas las estaciones de radio, en todos los programas de televisión, en los grandes monopolios editoriales y decidió que voces debían escucharse, qué debían decir y cuándo tenía que escuchárseles.

Como dijo el cineasta inglés Ken Loach:

«el neoliberalismo quiere gente vulnerable: así aceptan salario bajo, contratos basura y trabajo temporal».

En su Cuarta etapa entre 2006 y 2018, la fase más decadente, el desmantelamiento de la industria energética se enfocó primero en petróleo y después en energía eléctrica, al tiempo que entregaba las playas, insumos y los bosques maderables a una nueva lógica privatizadora.

Owen Jones, uno de los intelectuales y activistas antineoliberales más destacados de Inglaterra, autor de la extraordinaria Chavs, la demonización de la clase obrera y de El establishment, la casta al desnudo, habla de la creación de un estereotipo, el obrero y trabajador parásito, que es flojo, vago, alcohólico, ignorante, antisocial, estorboso, medieval, guarro, en contraposición con otro estereotipo, el del rico que produce, piensa, es sensato, sofisticado, benefactor.

Jones desvela todos los paradigmas neoliberales, esos que responsabilizan al obrero por su condición de pobreza, sin asumir que esa condición es producto de explotación flagrante y decretada desde el poder.

En el caso mexicano, además tuvo un componente siniestro: se camufló siempre en eufemismos. Se ocultó, se disfrazó de muchas maneras, para que una élite minúscula, pero voraz, se quedara con casi todo.

Logró que el trabajador creyera la mentira de que defender a su patrón era defenderse a sí mismo y dinamitar, con una falsa lógica aspiracionista, la conciencia de clase: convirtió en vergonzoso ser obrero, ser trabajador.

Se le llamó #Modernización, #Avance también. Fue #Desincorporación y fue #SaneamientoEconómico, y en realidad se trataba de un enemigo silencioso, como un cáncer indetectable, escondido en las entrañas:

Un saqueo. Eso solamente♦

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