Echó su resto. En su despedida, o su primer día como aspirante, sacó a lucir el poder movilizador de una aceitada estructura, sus números de gobernante eficaz en un país ensangrentado, la expectativa de ser el único capaz de disputar una candidatura de izquierdas casi definida, y con su astucia, su mucha astucia política, Marcelo Ebrard se lanzó en pos de Los Pinos como si trajera un cálculo en la bolsa: aún perdiendo, saldrá ganando en el intento.

“Siempre he dicho que aspiro”, dijo desde el templete sembrado con inmensos girasoles amarillos, “voy a participar decididamente en el proceso de selección del candidato de la izquierda mexicana. Ahí voy a estar”.

Le llovió ovación. En el Auditorio Nacional, alquilado en casi 870 mil pesos, al perredista le llovió ovación: de empresarios, encabezados por el archimillonario Patricio Slim Domit y el prominente Miguel Alemán Magnani; de embajadores, con el estadounidense Earl Anthony Wayne a la cabeza; de los sectores de la izquierda (liderados por su presidente, Jesús Zambrano) que no se llevan de a cuartos con Andrés Manuel López Obrador; de líderes de los medios, entre quienes abundaron los críticos acérrimos del tabasqueño; de jerarcas religiosos, sociales, civiles, ex priístas, ex panistas, ex secretarios de estado.

Y todo su aparato. Ese que respondió con griteríos sectorizados que ya controla Ebrard. Llevados hasta ahí en camiones de la RTP, como los chavos del CECYT 5 “Gertrudis Bocanegra”, a quienes les exigieron, un día antes, llegar al Auditorio con su “código de barras” del Prepa Sí. Movidos como los viejitos, “trátenmelos bien, por favor”, las madres solteras, “pero gritan como si trajeran ganas”, los Niños Talento, “pónganse las chamarras  aunque haga calor”, las embarazadas, los invidentes, los chavos banda, los saltimbanquis de Iztapalapa que divirtieron en la explanada.

En la despedida, o su primer día como aspirante, Ebrard sacó a lucir sus números estrella de administrador eficaz, pero también los vicios de 14 años de gobiernos sin contrapesos: cobertura universal de salud pero clientelismo sin medida. Seguridad pública, espacios públicos resguardados pero corrupción y grupos enquistados. El mayor programa de adultos mayores, apoyo a discapacitados pero cuatachismo en todos los niveles. Prepa sí, niños talento, becas y útiles escolares, pero vengan a gritar, traigan su credencial, pasen lista, hagan bola a cambio de una torta. Una ciudad de libertades ganadas, moderna, de avanzada, pero vestida con el mismo viejo traje sucio.

“No son acarreados, uno les avisa y ellos se organizan solos”, miente una funcionaria capitalina sobre los más de 120 autobuses que sueltan asistentes, sobre aquella calle Gandhi que está repleta de granaderos, sobre Chivatito que está impregnado de vecinos de Iztapalapa, sobre el Paseo de la Reforma donde se despliegan policías a destajo. “Ellos llegan solos”, dice, pero se acercan hasta ella los jefes de los grupos: “trajimos 500”, “vinieron 180, jefa, ¿traigo más?”.

Es el último acto de Ebrard, o su primer día como aspirante, según se lo quiera ver, y el tema en la grilla, el momio que comentan políticos y pueblo es una hipotética negociación: Andrés será candidato por segunda vez y Marcelo se quedará con la ciudad y el liderazgo izquierdista del próximo Senado.

¿Un hecho consumado? Los perredistas no atinan a decirlo todavía con su nombre y apellido. Zambrano hace mutis. El gabinete capitalino también. La gente de López Obrador no ha llegado al evento para ser cuestionada. La de René Bejarano tampoco.

En su primer acto como aspirante, o su último informe como el Jefe de una ciudad pacificada en medio de un país de muerte, Marcelo Ebrard echa su resto, quizá con un cálculo en la bolsa: aún perdiendo, joven todavía, astuto, él ya ganó con el intento.

Publicado en El Universal

Compartir