La historia de Alfredo Corchado es similar a la de tantos otros periodistas en México: un día, el país de sus sueños se convirtió en una pesadilla que pudo resumirse perfectamente en una frase: “te van a matar”.
Cuando la escuchó, a través del teléfono, en la voz de un informante suyo del área de inteligencia del gobierno de Estados Unidos, el jefe de corresponsales de la oficina del Dallas Morning News en la capital mexicana comprendió que había llevado su inocencia al límite más extremo. Que su ánimo genuino de aportar algo a la tierra que lo vio nacer, esa donde su abuelo había enterrado su ombligo, le empezaba a jugar la peor de las pasadas.
– Ya estuvo, me dije… hasta aquí llegué con México. Vámonos de aquí.
Era el verano del 2007. A él lo amenazaba de muerte un grupo que había de volverse sinónimo de sangre y muerte -los Zetas- y en el país estaban por comenzar los años más cruentos de una guerra que atrapaba sin protección, sin blindaje alguno, a cientos de periodistas mexicanos, a toda una nación.
Era el verano de 2007 y arreciaban los rumores de bala por todo el territorio, donde el enemigo se reproducía por todas partes pero a la vez no estaba en ningún lado; donde las traiciones y la corrupción de todos contra todos era cosa de todos los días, donde cada bando –e iba a haber tantos- hizo del homicidio su firma al calce y actividad cotidiana.
Era el verano del año 2007 y comenzaba a llover en un país maldito:
-Van a matar a un periodista norteamericano en las próximas 24 horas y mi informante cree que soy yo – le dijo Alfredo a su mujer aquella noche – lo mejor sería que canceláramos la cena de esta noche.
Su miedo quedó plasmado en las primeras páginas de su libro, Midnight in México (Penguin Press, 20013): amenazas ha habido muchas. Sólo un medio, El Mañana de Nuevo Laredo, recogió el cadáver de uno de los suyos con 67 cuchilladas. El medio decidió dejar de cubrir los asuntos de narcóticos.
Lo que siguió para Alfredo Corchado inmediatamente después, fue un tobogán de emociones, de rastros cruzados, de miedos: desaparecer un tiempo de la ciudad de México. Impedir que la histeria se apoderara de todo. Enterarse de dónde provenía la amenaza. Escuchar reiteradamente el nombre de Miguel Ángel Treviño, el Z-40.
Corroborar que los grupos del narcotráfico y las autoridades gubernamentales eran, son, todo uno. Enfrentar la realidad de la sabiduría materna sobre una tierra que comenzaba a ser roja: “olvídate de México. No te va a dejar nada bueno”. Y seguir, así, con la muerte en las espaldas, hasta que todo diera un vuelco.
Un país de oportunidades
Hijo de un brasero y una asistente doméstica duranguenses que dejaron México cuando él era un niño, Alfredo Corchado es el típico mexico-americano que, por más distancia que haya de por medio, siempre tiene una mirada hacia la tierra que comienza al sur del Río Bravo y termina en el Suchiate.
Su español perfecto, igual su inglés. Cierta expresividad en la mirada, esas maneras de quien aprendió a respetar respetando. Justo como buena parte de ese ejército de mexicanos, de primera, segunda o tercera generación, que han logrado hibridar idiomas, costumbres, sueños, pero que parecen ser bloqueados a la hora de intentar inyectar de toda esa vitamina cultural a los tejidos deteriorados de ambas naciones.
-Me vine a México definitivamente en el ’94. Ya tenía tiempo de ir y venir como corresponsal del Wall Street Journal, pero en 1994 me vine como corresponsal del Dallas Morning News, con una idea fija: ayudar a cambiar la percepción de México, esa idea de que este era un país violento, corrupto, de narcos. Yo tenía la intensión de mostrar las cosas que están más allá de las playas, meterme en asuntos de migración, relación bilateral, temas de turismo.
-De repente estás forzado a cubrir estos temas. Ya no había oportunidad de decir “tú has narco y yo hago esto otro”… todos entramos en el mismo asunto –dice. Mira al restaurante donde nos reunimos: lo conocen, lo saludan. Ahí fraguó su libro. Ahí lo culminamos. Lo conocen, lo saludan. Hola Alfredo. Hola. ¿Ya está el libro?
Su doble condición de hijo de migrantes y corresponsal extranjero en México, cimentó en él una visión difícil de obviar: la realidad mexicana le estalló en las manos. Como a casi todos. Pero peor.
-Empiezas a entender por qué México no ha avanzado como país. Como migrante tienes ese romanticismo de ¡México, lindo y querido…!, pero cuando me afronté con la realidad, no tuve más remedio que decirme ¡ah, cabrón, esto está pelón!
– ¿Qué detalles te dieron esa visión?
– Yo creo que el mundo del clasismo en México, el mundo del privilegio. Cuando llegué, vivía en Coyoacán, en la calle Francisco Sosa, una de las calles más lujosas, bellísima, y al que le pagaba la renta era a Miguel de la Madrid. Eso me pegaba. Darme cuenta de que porque me crié allá se que puedo superarme y llegar a ser alguien, pero eso aquí no es así. Me golpeó darme cuenta de que, quizá nunca pudiera haber salido de mi pueblo si mis padres se hubiera quedado, por el clasismo, el elitismo, los privilegios.
– Esta sociedad del narco que ahora somos ¿se puede entender a partir de esto?
– Claro. Eso es la cosa de los Zetas que mucha gente no entiende. Sí, eran 35 desertores del Ejército, pero son muchos más: los Zetas son un símbolo de la gente que está al margen, de gente que jamás estará arriba. Y Treviño Morales es un símbolo de eso. Manejar el poder a través del miedo, a través de transmitir que sólo así puedes hacer algo. No digo que todos los mexicanos seamos así, pero el crimen organizado sí refleja eso.
– Algún resorte tiene que haber, para que este puñado tenga a todo un pais arrodillado, alguna lógica de revancha, de venganza.
-Yo hablaba con un historiador de Harvard, sobre lo que está pasando en México y me decía que esto no es tan diferente a la conquista de los españoles: un grupo pequeño pudo dominar a todo un país.
Un pasaje de su libro me llamó poderosamente la atención, y se lo digo: durante una reunión de cuates, al calor de una botella de tequila, Alfredo reclama a uno de sus contactos el haberlo convertido en un intermediario ciego entre aquel y los grupos criminales. Un correo humano, pues, que con sus publicaciones periodísticas permitía el intercambio de mensajes entre uno y otro bandos.
-Me sentía raro. Estaba el asunto de la amenaza de muerte y me daba cuenta de que no hay mucha diferencia entre los politicos de Washingtón y los del DF, de un cartel, de un americano: todo se trata de el poder. Todo es mandar un mensaje de poder, de control, de mandar señales.
-Pero eres periodista, y quienes cubrimos esos asuntos sabemos a quienes puedes acercarte y a quienes no…
-Quizá como mexicanos sí lo sabían, pero como gringos, no. Al menos yo no lo sabía.
-¿Te acercaste con ingenuidad a ese tema tan peligroso?
-Totalmente.
-¿Lo asumes así?
-Totalmente. Fui ingenuo, sí. Tírenme piedras por eso, pero es cierto. Por muchos años había un colega, Tracy Eaton, que me decía “este país se va a joder”. Y yo ¿sabes qué decía? Decía “este wey no entiende México, México está cambiando”. Y muchas veces lo pensé. Luego, años después, cuando estaba escribiendo el libro, pensaba en Tracy y le llamaba y le decía “tenías razón”. Mucha gente no puede entender la ingenuidad que tenía yo, yo le entré a esto del crimen organizado con las mujeres de Juarez y empecé a ver que no había forma de que algún día se diga quienes son los asesinos. Te das cuenta de lo complejo, de la corrupción, de lo podrido.
¿En qué lo notaste?
-Empiezas a ver las relaciones, la conexión entre el crimen organizado y el gobierno, y empiezas a dudar de si debes o no debes hacer esto o hacer lo otro. Me acuerdo de la primera vez que sentí miedo y que sentí que este no era el México que yo esperaba. Fue después de que empiezan a matar a gente en Ciudad Juárez. Empiezas a ver el black hold, la noria profunda que está al frente.
Hoy, si alguien hace una indagación seria, profunda, sistemática de cómo se enfrentaron los periodistas a la transformación de México en carnicería, quizá encuentren respuestas muy similares a las que aporta Alfredo Corchado: a ciegas. Sin decir ¡agua va! Como quien se avienta de un acantilado sin conciencia precisa de qué tan profundo es el abismo.
-¿Qué tanto esa ingenuidad se convierte en arma letal?
-Creo que totalmente. Aunque también habia cierto coraje, mucho coraje de mi parte. Platicar con colegas que están forzados de vivir en silencio, en la censura, que no pueden decir nada, autocensura… eso te pega más. Y además, hay ciertas personas que te empiezan a ver como alguien que les puede dar voz. Algo hay de coraje con lo que veía que estaba pasando, pero también la determinación de ayudar a que cambiaran algo las cosas.
– Esa confrontación entre el México idílico y el México podrido que encontraste…
– Sí… bueno, un país no tanto podrido, en problemas. Siempre había un debate interno con mi mamá y mi papá que me decían “México es una carga nuestra, no de ustedes, ustedes deben agradecerle a Estados Unidos, es el país que nos dio las oportunidades, no a México, dejen a México atrás”. Es como una ilusión de niño que me negaba a perder. Chocaba con la idea de admitir que ellos tenían razón. Hasta que me llegó la amenaza de muerte fue cuando dije ya estuvo, ya me voy.
Esto no se acaba…
A simple vista, Alfredo Corchado es un hombre tranquilo, sosegado, de maneras sigilosas. Su voz es tenue, sus manos ni siquiera aprietan fuerte al saludo. ¿Por qué tantos periodistas especializados en asuntos del narcotráfico tienen las manos suaves?
Cuando nos reunimos, la tarde de un miércoles, él está preparándolo todo para presentar, en unos meses más, la edición en español de su libro, cuya edición en inglés le ha significado un cúmulo de buenas críticas: las vivencias de un corresponsal extranjero en el México que devastó la violencia criminal del narcotráfico.
Pero, luego de un obligado distanciamiento de México, en el que estudió en Harvard, reporteó asuntos turísticos y se refugió en diversas ciudades estadounidenses mientras “se enfriaban las cosas con los cárteles mexicanos”, Alfredo ha vuelto al país y ha dado tremendo campanazo: el lunes 15 de julio, en su cuenta de Twitter y en el portal del DMN da a conocer una primicia que, rauda, alborota las redacciones de todo el país: han detenido a Treviño. Al Z-40. El hombre que lo ha amenazado de muerte.
Y entonces, lo evidente. Si alguien tiene algo que decir al respecto, porque otros muchos no han vivido para ello, es Alfredo Corchado:
– Cuando saqué la nota, era más para el público texano. No tenía idea de que iba a causar tal alboroto. De repente te das cuenta de cómo un grupito tiene secuestrado un país.
– ¿Qué sentiste?
– Al momento empecé a chillar… de verdad… porque todo ese coraje, esa tristeza que has cargado explota. Dices: ¡Ah, cabrón…! Fue un golpe para mi, en lo emocional.
-A mi me provocó sorpresa tanto escándalo… me parece una treta, Alfredo: los Zetas no se van a acabar…
-Es el simbolismo, no, claro que no se van a acabar. Me impactó la imagen, el lunes en la noche: ¡No está esposado! ¡Camina erguido con los hombres del ejército de cabeza baja! ¿Qué mensaje está mandando el Z-40?¿Y el Ejército? En un país de cinismo y conspiración, esto no ayuda a cerrar nada. Yo me imagino que hay muchísimos jovenes, viendo esa misma imagen, que dicen “yo voy a ser el siguiente lider Z”.
-¿Tú hoy te sientes más tranquilo?
– Me siento más tranquilo, pero también creo que soy mucho más realista de lo que era antes: esto no se va a acabar. En todo caso, me siento quizá tranquilo porque mucha gente pueda ahora saber qué le paso a los desaparecidos. No es que ya no haya un México negro negro, pero hay claroscuros que te dan esperanza. Quizá no lo vamos a ver en los años que me queden a mi o a ti, pero seguirá cambiando… queda la duda de qué tanto quiere cambiar y qué tanto puede cambiar. Hoy (miércoles, a tres dias de la captura del Z-40) ha sido un día a toda madre. Hay que celebrarlo, pero queda esa incertidumbre. Ellos no se han acabado- dice.
Me aprieta la mano con suavidad. Se despide. Sale del país al día siguiente. Su residencia cambió. Pienso en su buena suerte: otros cientos de periodistas mexicanos que también vieron convertido en pesadilla el país de sus sueños, jamás tuvieron esa oportunidad de vida que Alfredo Corchado aprovecha intensamente:
-¿Ya no temes que te vayan a matar los Zetas?
-Es un hecho que aprendes a abrazar el miedo… o a aceptar el miedo.♠
Publicado en Emeequis