PLAZA MAYOR No. 12

En la Plaza Mayor, el “Chimuelo” repega la panzota contra el vidrio del coche, alza la pistola llena de un menjurje de consistencia jabonosa, como que medio aplasta el cofre gris con la tremenda timba, y relajado, como quien sabe que de gritos no pasa, apacigua a la vociferante conductora que se la mienta: “No chille, reina, nomás es agüita”.

Parece que el “Chimuelo” huele los rojos del semáforo, parece que él mismo los cambia con la mirada. Ni siquiera es necesario que volteé para ver el aparato, porque en una fracción de segundo que haría palidecer hasta a Clint Eastwood, el gordo blande su herramienta, se encarama sobre el auto, rocía su parabrisas con el agua y se pone a trabajar acelerado con su goma negra.

– ¿Y cómo le haces pa’ elegir, entre tanto coche? – salta la pregunta en el receso.

“No, pus al que caiga, a veces al que anda papando moscas, o el que ni cuenta se dió. A ver, como tú, que me dijistes que no, pues a ti no, pero si no, pues a ti, y así”.

– Pero llegas echando el chorro, sin preguntar primero, cabrón.

“P’s muchos te dicen que no, pero luego ya que sí y pus te dan el peso”. Así funciona.

Porque en una ruta de cuatro esquinas, que van desde José María Olloqui, Búfalo, Huertas y Recreo, hasta el cruce de José María Rico, todo el sentido Oriente a Poniente de Río Churubusco es del “Chimuelo”. Es su zona de trabajo, es su “espacio para la papa”. Aunque a veces se quede en otras calles “para no hacer vicios”.

Y no le va tan mal, según él dice. ¿Cuántos vidrios puede limpiar en una jornada? El rojo en esas esquinas dura casi un minuto. De a coche por luz roja. De a 50 coches por hora, porque se echa sus descansos. De a 10 horas por jornada: sus 500 pesos diariamente.

“Pero no todos dan. Ora si que cómo uno sí, uno no”, dice. 250 pesos por un día, quizá hasta los 300. Menos la torta de milanesa con quesillo, menos la “coca láit” y los cigarros. Menos el entre con los polis que piden lo suyo.

Menos la cooperacha para la esquina de todos: unos 180 pesos diarios, que a la semana se hacen casi mil 80, que a la quincena se hacen dos mil 160, que al mes son casi 4 mil 500, porque descansa los domingos.

Y sin jefe, aunque las mentadas que lo suplen luego le harten. “La cosa es que no te saquen re’feo. Te gritan, como si les estuvieras echando una miada, o si les fueras a derretir sus pinches coches. Nomás que no se pasen de lanzas”.

Porque este “Chimuelo” sí que sabe divertirse. Moreno de mugre, labios medio gruesos, una especie de nuez entre los ojos, la ventanota que le dejaron los incisivos al momento de caerse, el abdomen expansivo, manos regordetas y grandotas, sombrero de paja para el sol, bien que sabe desquitarse del desplante.

Es cosa de observarlo: ante un “no” menos amable, va justo al automóvil que esté a un lado, chorrea con el agua de jabón el parabrisas, y en el momento de pasar la goma, adredoso como él sólo, le atina justamente al auto del

«grosero”, lo baña de espuma y mugre, le salpica cuanto puede, hasta saciarse. Y luego hasta sonríe, luciendo chimuelez.

O se acerca a los automóviles y les chorrea la sanguaza sin mirarlos, y cuando le dicen feo que no, que no y que no, repasa su gomita por el vidrio, lo ensucia cuanto puede, y luego se retira.

Es su forma personal de hacer justicia. Es el modo de buscarse su sustento.

“He sido obrero, de limpeza, lacra, de todo, pero estoy trabajando ¿Qué, no? Un peso nomás, y ya no estoy chingando ¿Qué, no?”.

Entonces parece que el “Chimuelo” huele una vez más la luz en el semáforo, parece que la cambia él mismo con los ojos. Agarra su propina por la charla, la mete a la bolsa cangurera que oculta bajo la panza, se para enfrente de una camioneta azul marino y lanza sus rocíos sin detenerse ante los gritos.

Ya ni es necesario escuchar lo que le dice al conductor que mienta madres, ni adivinar la expresión detrás del aspaviento. El «Chimuelo» parece que ya trae grabada entre los labios su frase de batalla, la opción que le ajustó para ganar dinero: “No se enoje, jefe, nomás es agüita”.

Publicado en el diario EL CENTRO

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