PLAZA MAYOR No. 2

En la Plaza Mayor hay hombres que cargan con su diablo, casi todos chambeadores de madrugada a noche, re cábulas, los güeyes”, que al mismo tiempo son la sangre vital y las orejas que hacen posible funcionar ese inmenso laberinto de mercadeo ambulante retacado de secretos.

“De todo carnal, aquí ves de todo y cierras el hociquito, o te carga la chingada”.Es El Rana. Trae las manos renegridas de casi seis horas de andar tras de su diablo, la gorra que estuvo empapada hace un rato ya se le secó en la choya y vuelve otra vez a medio mojársele con los sudores de la tarde: “acá está medio grueso el pedo, carnal. Ves muertitos como ver patonas, y mejor correrle cuando ves a alguno de‘llos”.

Si no estuviera tan cacarizo, “si no tuviera la cara tan picada” como la tiene y no fuera tan trompudo ni tan prieto, El Rana dice que a lo mejor no sería un carnal tan feo.

Pero más feo es lo que mira por las calles que controlan, metro contra metro, Silvia Sánchez Rico con su parentela, María Rosete con sus golpeadores, David Guzmán, el dueño de Lázaro Cárdenas, o Alejandra Barrios, que “regresó más encabronada que nunca”, y que junto con los otros jerarcas de su gremio es la voz de autoridad del laberinto.

Porque si algo escurre por los pasadizos en que está convertido el Centro Histórico, es la podredumbre de la corrupción por todas partes, el hedor que salta del negocio a carretadas, los concupiscentes ojos ciegos de una autoridad entumida con el dineral de tantos puestos y tantas transas, el no poderle ver un fin a la maraña.

“Cada cabrón tiene su ruta”. “Cada horario se paga distinto”. “No te puedes salir de tu sector, ni de tu hora, porque luego luego se te echan encima los compas”. “No puedes jugarle chueco a tus líderes”. “No puedes cambiarte de bando”. “Ni madres que llegues nomás con tu diablito a querer entrarle al negocio”, dice El Rana. Son sus normas.

Desde una de las entradas del laberinto, en la calle de Moneda que desemboca en Seminario, y hasta más allá de lo que debía ser el cruce con Jesús María, en el mero territorio que doña Chivis Sánchez le disputa a Rosalbita Hernández, El Rana mantiene casi erguida la carga de esqueletos de puestos ambulantes, en un acoplamiento perfecto de destreza y maña: “también me mocho con mi cuerno, 35 varos por día para chambear sin pedos”.

Camina sin dar tumbos por entre el gentío, se mete con destreza en una accesoria que parece no tener puertas o ventanas, se baña con una cortina espesa de juguetes y carritos que son una cascada de plástico y cartones, cuenta sin temores que Los Pablos, Los Seminarios y un grupo de chamacos carpeteros de 15 años, apodados Los Chikis, aquí son la ley en la fayuca, el “roberto” y la pirateada.

“A unos compas los agarraron, se metieron al secuestro de los pesudos. Como anda uno por todas las calles, uno sabe quién tiene el billete, cuándo llegó el cargamento de la mota, del Roberto, dónde están las bodegas machinas. Quiénes son los meros meros, quiénes venden qué. Según el que pregunte, sabes o no sabes”.

Desde Izazaga hasta el Eje Uno, y desde Circunvalación hasta Lázaro Cárdenas, los diableros son lo que fluye en las arterias taponadas de puesteros. Son el pulso del negocio que le quita el hambre a muchos miles.

“Si hay como 30 mil puestos, y tú les cobras de a 20 o 30 bolas por carga, según la distancia y lo que cargues, échale cuentas nomás si no es negocio”.

Los diableros. Los que hacen de sus diablos un camastro, los que se mueven en vaivenes que no cesan, con sus roles de jornadas diurnas o nocturnas, los que montan puestos, transportan la merca, descargan un tráiler, esconden la droga, apañan al ratero, avisan si hay peligro y hacen posible que el negocio marche.

Por eso dice El Rana que su oficio es algo más que andar detrás del diablo: “aunque sean re cábulas los güeyes, sin uno no se mueve aquí ni madres, mi carnal. La neta”. Por eso muestra su orgullo en la sonrisa prieta y cacariza. Por eso regresa confiado al laberinto.♠

Publicada en el diario EL CENTRO.

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