La navaja entra filosa, lenta, contundente, en el envejecido abdomen de la gorda mujer ¿La sientes? ¿Ves el chorrote de sangre, el caliente chorro colorado que te salpica la pierna derecha del pantalón, y el grito del vigilante, el aullido, el miedo?

Fuiste tú, “Colabichi”, fuiste tú y tu mano derecha, tu mano de 11 años cumplidos meses antes. La foto de “El Debate”, aún sin permitir ver tu cara, dice que eres tú. La gorda mujer está aullando ¿Ves? También ella dice que fuiste tú, “Colabichi”. Y está aullando porque le enterraste la navaja justo debajo del seno derecho, y ahí sigue.

Entraste a robar, carajo, entraste ese jueves por la noche a la mueblería “Muebles para el Hogar Don José”, o algo así, en la zona Dorada de Culiacán, nomás para robarte unos cuantos pesos para el “perico” de la noche, y no ibas sólo, llevabas contigo a tu navaja, compañera de sangre como no has conocido otra. Ni conocerás.niños2

Y no es la primera vez, escuincle de ojos pequeños, de hoyo en las mejillas, porque bien que cuentas, sin rubores pudibundos, que empezaste a caer en el Tutelar cuando apenas despegabas ocho calendarios y te urgía tener esa bicicleta, la primera de tu vida.

No es la primera vez, porque bien que traes la cuenta de tus robos y tus “malías”, que es la forma que encontraste para llamar a tus asaltos con violencia, intentos de homicidio, ventas de droga, consumos consuetudinarios de estupefaciente, intentos de violación, por los que, una vez y otra, te has ganado a pulso el mote que te designa y te iguala con un podrido animalillo ponzoñoso: “Colabichi”.

¿O no fue eso el asalto a mano armada afuera del Hospital Regional del IMSS en Culiacán, unos meses después del robo de la bicicleta, en 2002? ¿No fue eso el haberte brincado la cerca de la casa de la vecina en Guasave que, justo cuando habías tomado el bolso con casi tres mil pesos, te agarró de las greñas y se puso a gritonear hasta que llegó la patrulla junto con la familia que te había dado cobijo y traicionaste? ¿No fue eso la bicicleta que te robaste de una panadería, y que fuiste a perder un mes después en el Malecón del río del Puente Viejo porque viste otra mejor que no te pudiste clavar?

Sí, “Colabichi”, “se te prendió la loquera”, como dices, y desde los ocho años abandonaste a tu familia, o lo que quedaba de ésta, y dejaste Topolobampo nomás por malora, para agarrar de cordón umbilical el “cristal”, el “activo” y el “perico” “nomás por presumir”, que te han dado cuerda los años que han seguido.

Y la vida, “Colabichi”, que se te va escurriendo vuelta humo, como ese que despide la piedrita blanca que calientas con el foco encendido y te aliviana, te activa, pero cuando se te baja, entrado el amanecer, te deja casi ciego con un pinche rayiyo de sol de la mañana. Puum, dices bien “Colabichi”: “puum”.

“SÍ, LE PEGASTE EL BALAZO”

¿Dónde dejaste la niñez, “Colabichi”? Y no repitas que tus padres, campesinos sinaloenses, muertos de hambre como muchos, te la escondieron entre los cuerazos, la ignorancia y el divorcio. No repitas que las friegas de tu padrastro, adicto a la cocaína y alcohólico, y los gritos de “te voy a matar, te voy a matar” se la llevaron entre las sílabas.

¿Dónde la dejaste, escuincle de sonrisa grande, frente amplia, nariz rectilínea? ¿En el balazo que le metiste una noche a tu padrastro, ya harto de sus golpes, o en los gritos de tu madre, ahogada en el llanto que maldecía la hora de tu nacimiento y buscaba el hacha de su macho para darte?

Seguro dirás que ahí, que la pistola estaba cargada sin que lo supieras, y que tú sólo querías espantarlo al cabrón, sólo querías que te dejara de decir “maldito mocoso de mierda”, y que no te llamara “pinche perro, muerto de hambre” y que tu mamá dejara de fingir que no escuchaba y te abrazara, te dijera que te amaba, que no iba a permitir que te doliera una vez más el corazón, pinche “Colabichi” de poco aguante.

¿Fue ese día, “Colabichi”? ¿O fue cuando entendiste que nunca tuviste el cariño de tu madre? El día que descubriste que ya llevabas casi tres años, entrando y saliendo del Tutelar, sin verla a los ojos, sin mirar su cara redonda de mujer morena, treintañera, ni las manos, ni los ojos negros, ni los oídos puestos para escuchar que dejara a ese hombre  y que tú le prometías darle dinero, mantenerla si fuera posible, darle amor y ayudarla con la plebe “como no hizo el hijo de puta” que te engendró.

No, “Colabichi”, a lo mejor ni sabes dónde diablos quedó tu ser de niño, porque empezaste a salir en los periódicos, en primera plana, y te sentiste admirado, temido, poderoso, y esa fama suplió cualquier ausencia.

Te ganabas los cuatro mil, cinco mil pesos más rápido que cualquier otro, y luego luego te acercaste a los meros jefes de la mafia culichi, que te enseñaron no sólo a abrir puertas de casas, sino también de autos, y cajas fuertes, y bodegas, y joyerías y vientres.

Y la alegría ¿Te acuerdas, chamaco de metro y medio? La alegría que sentías antes del robo, del asalto, esa sensación de poseer “felicidad, alegría, que tenía poder, algo” que llenaba hasta los huesos más dolientes de tus piernas maltratadas.

“AHÍ ESTÁ LA COBIJA”

¿Cómo crees que vas a huir de lo que duele, Colabichi? El mundo está hecho a esa medida. ¿Como aquella vez, te acuerdas? Cuando intentaste ahorcarte porque sentiste dentro de tu cuerpo que para nadie valías algo, y “se te prendió la loquera”, como dices, y rompiste la sábana, “ahí está la cobija todavía”, pero entró el “licenciado” y te preguntó que qué hacías, y llorando de rabia le dijiste que querías morirte. ¿Te acuerdas? Ese día que le pediste a Dios que perdonara todo lo que habías hecho. Pero no supiste bien si él te escuchó, porque dijiste clarito: “La vida que llevo se la agradezco a Dios. Los topes, no”.

¿O crees que la sangre algún día se te olvide? Dices que quieres hacer la preparatoria, “Colabichi” y que quieres ser policía de caminos de la Federal Preventiva. “De ratero a policía”, chamaco, para que te regresen las cachuchas de la AFI, las placas de la AFI y las camisas de la AFI que llevabas contigo la última vez que ingresaste al Consejo. ¿Y la sangre?

Sí, te vas a decir algo como esto: “perdí mi niñez, pero espero recuperar algo pa’ más a’elante, estudiar, tener familia, me tengo que ir de aquí, me voy a quedar aquí hasta mayo, y ya, hasta terminar la secundaria (en el Centro de Observación y Readaptación del Menor Infractor de Culiacán, Sinaloa) y luego voy a hacer la prepa afuera”.

Vas a decirte, como si fuera cierto, que “ahora me doy cuenta que perdí mi niñez y quiero disfrutar la demás vida que me queda”. Que “yo no me siento a gusto con lo que ha sido mi vida” y que hasta formaste la Banda de Guerra del Consejo, para que la música toque todo el día y vuelva la vida. Y que en 10 años vas a ser comandante de la AFI, y serás bueno, y no habrá más piedras en tu camino, ni topes, ni dolores.

Vas a decírtelo, chamaco de 14 años cumplidos, para que el chorrote de sangre de la gorda mujer, el caliente chorro colorado que te salpica la pierna derecha del pantalón, y el grito del vigilante, el aullido, el miedo, no te repitan cada día, en cada sueño, que fuiste tú “Colabichi”, que fue tu mano. Y despiertes llorando.♦

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Publicado: Martes 7 de enero de 2006

Diario Monitor. Sección El País

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